Morir de nuevo. El silencio de las fosas...

Era de noche, era de duelo. La sinrazón presente y desnuda. Jóvenes, abriendo los ojos a la vida, presentan un rostro iracundo y desencajado que habla de un odio y una rabia profunda. No lo piensan dos veces y se van corriendo donde el silencio de las fosas en el cementerio se devuelve pues no tiene para dónde coger.

Con el rostro escondido en un antifaz de falsedades, se hacen de los sarcófagos en patética complicidad. Sacan la no tan pesada carga que a través del tiempo, perdió masa y respeto. Arrastran los ataúdes destartalados con su macabra y tan irrespetada carga, carga de despojos de quien fue y sigue siendo un ser humano en la memoria de los suyos, pues para los iracundos nos es más que un cajón olvidado y destruido. Los suyos quienes no están presentes, los suyos que tal vez no fueron más a llevar una flor y rezar una oración; los suyos que no se sabe quiénes serán ni ellos saben quién es su difunto, ése que ahora luego de tanto tiempo, ha sido arrancado de su último lecho, para pasearlo por las calles en un festival de locura y miseria humana que no tiene comparación alguna con esta triste realidad.

Y qué expresarían aquellos restos secuestrados en el medio del desastre que circunda los límites de una inefable locura? Quién oiría aquel triste clamor casi pidiendo auxilio o piedad, por lo que le estaban haciendo? Nada más y nada menos que arrastrar sin ningún pudor menos un ápice de misericordia, el cofre donde estaba lo poco que quedaba de la materia humana de aquel ser que existió y tuvo una familia, tuvo una vida cual fuese sido, tuvo sueños, ilusiones, tristezas y alegrías, pero lo que menos tuvo algún día fue el pensamiento que su humanidad, luego de estar en la fosa profunda para su eterno descanso, fuese extirpada, aun cuando ya estuviera hacia la superficie, para luego arrastrarlo inmisericordemente, vejarle, humillarle, trasladarle cual si fuese un carromato accidentado e inservible por cualquier calle de Los Teques y luego peor aún, prenderle fuego con la mayor impunidad descarada y cruel, realidad que se nos ha batido en la cara sin que nadie ni nada haya podido hacer absolutamente nada, sino sólo dar la infausta noticia a las horas, como si algo nada o hubiese acontecido.

Duele, arde, no hay palabras, pues nos enseñaron a respetar a nuestros muertos, a sus restos, a su memoria. Abisma, el camino que están tomando las cosas en medio de la locura total por parte de sectores, quienes no escatiman en convertirse en monstruosos verdugos causando el mayor grado de terror en la población por causa de una ideología.

Triste para los familiares, aun cuando ya no estén, si están, menos ellos sabrán si no averiguan, quiénes fueron sus muertos quienes murieron de nuevo.

Desalentador, horrible, sin palabras para los que ajenos pero con dolor, vemos estas escenas impotentes y adoloridos. Pero qué esperamos, si el propio cardenal representante de nuestra iglesia católica en Venezuela, este miércoles santo, volvió a darle muerte con su actitud al Nazareno de San Pablo sin que nadie, pero nadie, parara la guarimba eclesiástica, llenando de llanto de nuevo la cruz y el corazón de un pueblo fervoroso y creyente.

YA NI LA MUERTE PUES… MENOS EL DOLOR AJENO….


titereahi@hotmail.com




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