Cuando los hombres son bestios

The Satanic boy

Cuando despertó, por culpa de los enceguecedores haces de luz, que manaba un viejo bombillo en aquel RANCHIVIRI maloliente, visitado por ratones y cucarachas, arañas monas y sietecueros, vio en toda su crudeza el espectáculo que le ofrecía la claridad. Se había quedado dormido tres horas antes. Era apenas un niño de 7 años. Había caminado a través de una sabana llena de "espina de Cristo". Caminó sin rumbo fijo. Era un nómada y en equis momento de sus transitar advirtió que por debajo de sus alpargatas de goma de neumático, aparecieron algunos puntos rojos, que después de sentarse sobre una piedra en el camino entendió que era la sangre de sus pies. Levantó la mirada y vio aquella vieja casa de bahareque a la vera del camino. Acudió a ella. Tocó la desgonzada puerta de cartón, con alegría y cagueta a la vez. La sangre le causó pánico. Sintió que en su estómago revolotearon millones de insectos de afilados picos. Nadie contestó. Entonces empujó la puerta levemente. Entró. Había un desagradable olor a carne descompuesta. Un murciélago voló asimétrico en la semi penumbra. Tanteando se fue a un rincón de la casa. No había nadie allí. Se sentó y se quedó dormido.


Ahora despertaba. Frente a él, aparecieron dos personajes. Trató de ponerse de pie, pero la sangre que salía de sus pies y luego por las alpargatas, se había coagulado, adhiriéndose al suelo como una pega loca, ay, que no lo dejaba moverse. Afuera, sobre el copo de un frondoso árbol, se posó un cuervo de brillantes plumas y pico cachirulo.


Era un hombre de delgada silueta, vestido de púrpura. Su rostro era famélico, huesudo, con unos pómulos en forma de manzana, que resaltaban como dos faros en una planicie. Sus ojos eran oblicuos y rojos. Tenía una larga boca, bordeada por unos finos e insípidos labios. El hombre medía como 1.90 de estatura. Sobre la ropa llevaba una especie de abrigo caparazón. A su lado, sobre el sucio suelo, se veía una joven mujer. Tenía la ropa rasgada y cubierta de manchas rojas. Estaba descalza. Empero, se observaba la belleza de su rostro herido, como en una pintura del Picasso de la plaza Lina Ron Él quiso gritar, pero el sonido se le perdió entre el paladar y las ansias. El hombre vestido de púrpura tomó un largo látigo de una de las paredes. Con él castigó sin piedad a la joven mujer, que lanzaba súplicas y gritos de hondo dramatismo. Mientras golpeaba a la mujer, lo veía a él, que el primer momento sintió pánico y terror ante aquello, pero que después comenzó a percibir como una especie de placer que le envolvía las entrañas y la verdades. Quería soltarse del suelo para darle también latigazos a la mujer, que lloraba y gemía, cubriendo de sangre la estancia. A medida que el sádico golpeaba y golpeaba, él, se sentía poseído por las mismas ansias. El hombre se dio cuenta de eso e hizo un ademán, que lo despegó del suelo. La mujer suplicaba, en mitad de un inmenso lago de sangre. El hombre le cedió el látigo y él se aprestó para descargarlo sobre la mujer. Fue en ese instante cuando levantándolo para dejarlo caer sobre la anatomía de la fémina, que el hombre se lo agarró en el aire. Lo miró con fijeza. Le palpó la cabeza y luego le preguntó, "Y dime, ¿cómo te llamas"? El levantó su sádica mirada. Su cara era la de un imberbe saturado de maldad….", Yo, yo me llamo Nixon Moreno", y descargó el primer latigazo sobre el cuerpo maltrecho y sanguinolento de la MUJER…


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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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