Cultura, Cine y COVID-19

La imprevista llegada del COVID-19 al escenario público internacional, trajo consigo una serie de cambios sociales, económicos y culturales, además de su terrible incidencia en el ámbito de la salud por la enorme pérdida de vidas humanas. Hasta los momentos, se ha registrado más de un millón de personas fallecidas y cerca de treinta y ocho millones de casos aunque, por fortuna, más de veintiocho millones de individuos han podido recuperarse satisfactoriamente.

No obstante, como dijimos anteriormente, la cuarentena -eufemísticamente llamada «distanciamiento social»- puesta en práctica por diferentes gobiernos del mundo, implicó también el cierre de empresas, negocios, instituciones e, incluso, fronteras, con el objetivo de evitar la propagación del peligroso agente patógeno. Esta situación, como era de esperar, generó la paralización de la economía global, ocasionando la quiebra de numerosas empresas y produciendo decenas de millones de desempleados. Es decir, el coronavirus ha tenido un impacto social de proporciones catastróficas, llevando a vastos sectores de la población, en cada rincón del globo terráqueo, a la pobreza o, en el peor de los casos, a la miseria extrema.

El famoso lema «quédate en casa», que se ha hecho tan popular en estos tiempos de pandemia, ha sido como el Impuesto al Valor Agregado, IVA, es decir, pecha a todos por igual, sin tomar en cuenta los ingresos o la condición social del contribuyente. Decirle «¡quédate en casa!» a un trabajador que ha perdido su empleo, a una madre que requiere producir para mantener a su hijo o a un emprendedor que está dando los primeros pasos de su negocio, menospreciando sus situaciones particulares o sus posibilidades de subsistencia es, cuando menos, egoísta. El COVID-19 como transformador sociocultural también ha mostrado la insensibilidad de grupos de poder, independientemente de su inclinación hacia la derecha o hacia la izquierda -los extremos se tocan dice un axioma-, incluso, algunos dirigentes políticos, como el caso de Donald Trump, utilizan al virus como instrumento de propaganda, presentándose casi como un súper hombre al derrotar el contagio en unos pocos días. También, hay casos de gobiernos que manipulan la pandemia y el riesgo de contraer la enfermedad con la intención de mantener a la población desmovilizada y enclaustrada, evitando así acciones de calle que pongan en peligro al statu quo. Pero, estos son temas para otro escrito, por ahora vamos a dar una mirada al aspecto cultural, a esos cambios que ha generado la acción devastadora de un "villano" invisible e implacable.

Ernesto Ottone, subdirector general de Cultura de la Unesco, a través de un mensaje difundido en el boletín digital «Cultura y COVID-19», producido por el mencionado organismo internacional, fue enfático al señalar lo siguiente: "La pandemia de COVID-19 que sigue circulando por todo el mundo está afectando a casi todos los aspectos de la vida cotidiana, incluida la necesidad tan humana de conectarse a la cultura. Con muchos sitios de Patrimonio Mundial cerrados, nuestra conexión con nuestro patrimonio se ha debilitado. Con los conciertos, las representaciones teatrales y las prácticas culturales de la comunidad interrumpidas o canceladas, nuestra conexión con los demás se ha debilitado. El derecho fundamental de acceso a la cultura se ha visto restringido bajo la amenaza de las medidas de confinamiento impuestas por los Estados miembros para hacer frente a la crisis sanitaria. En el sector cultural, la crisis también ha puesto claramente de manifiesto las vulnerabilidades preexistentes del sector, incluidos los precarios medios de vida de los artistas y los trabajadores culturales, así como los ajustados presupuestos de muchas instituciones culturales" (https://es.unesco.org/sites/default/files/issue_12_es.1_culture_covid-19_tracker.pdf).

Lógicamente, esta situación ha sido más evidente en países en vías de desarrollo, aquellos cuyas economías resultaron vulnerables ante la estrepitosa reducción en la afluencia de turistas. En América Latina, por ejemplo, la industria turística representó unos doscientos noventa y ocho mil millones de dólares en ingresos durante 2019, es decir, poco más de ocho por ciento del producto interno bruto (PIB) de la región, no obstante, la cuarentena, el cierre de fronteras, la cancelación de vuelos, la suspensión de cruceros, en resumen, el cese de las actividades económicas relacionadas con el sector, provocaron un descalabro del cual costará mucho recuperarse. México, uno de los principales epicentros del turismo y de la cultura latinoamericana, ha experimentado una debacle sin precedentes, con la pérdida de unos cinco millones de empleos en el sector, una cifra, por cierto, bastante similar a la de Brasil, otra potencia turística regional.

La producción cinematográfica en América Latina también ha resultado muy golpeada. Argentina, una de las naciones más reconocidas por la calidad de sus películas, canceló más de veinte largometrajes. Esto ha implicado que diversas compañías encargadas de las diferentes etapas del proceso creativo hayan cesado sus actividades, dejando a miles de profesionales del sector audiovisual en la calle.

Otro país cuya cultura se ha visto severamente lesionada por los embates del COVID-19 ha sido Ecuador. Según algunos cálculos conservadores, las artes y el entretenimiento han experimentado pérdidas por el orden de 46 % en relación con el año 2019, eso sin contar los artesanos y cultores cuyas obras se comercializan informalmente. Por cierto, uno de los sectores más afectados es el audiovisual, debido a la cancelación de diversas producciones y a la falta de presupuesto y apoyo financiero por parte del Estado.

Los hechos no son muy distintos en Colombia, donde el cine y la televisión se encuentran en una situación extremadamente difícil, pues a la paralización de producciones autóctonas debe sumarse el cese de proyectos audiovisuales foráneos que iban a rodarse en territorio neogranadino.

En el caso de Venezuela, es difícil estimar el impacto de la pandemia, pues la devastadora crisis que sufre el país y el complicado acceso a fuentes oficiales impide conocer el alcance real del desastre que ha significado el COVID-19 para el sector cultural, incluyendo el cine. No obstante, la escasez de divisas -fundamentales para la producción audiovisual-, junto con la cuarentena total decretada por el gobierno nacional, dinamitaron cualquier posibilidad de emprender nuevas grabaciones. Sin embargo, es importante reconocer que la productora estatal venezolana, Villa del Cine, ha hecho grandes esfuerzos para intentar mantener cierta esperanza en medio de la caótica situación del depauperado séptimo arte criollo; prueba de ello es la organización del Sexto Festival Villa del Cine, realizado de forma online, entre el 26 y el 27 de septiembre, durante el cual se mostraron varios largometrajes latinoamericanos, como una forma de dar brillo a esta "nueva normalidad".

Pero, también en la llamada "Meca del Cine", en el todopoderoso Hollywood, el COVID-19 ha dejado su huella imborrable, haciendo de 2020 un año realmente nefasto para la hegemónica industria cultural estadounidense. Grandes superproducciones han sido pospuestas indefinidamente, los circuitos de distribución están -literalmente- al borde del colapso y miles de trabajadores de importantes estudios y conglomerados mediáticos (como Disney), han quedado en la calle. Se calcula que las pérdidas rondarían los veinte mil millones de dólares.

Actualmente, un alto porcentaje de salas de cine ha abierto sus puertas, esperando que el público regrese a disfrutar de la magia de la gran pantalla. Sin embargo, a fin de mantener los estándares de seguridad, únicamente se permite el ingreso de treinta por ciento del aforo, si a eso se suma que no se han estrenado producciones atractivas para las grandes audiencias, resulta claro que los circuitos enfrentan una crisis que pone en peligro su existencia.

Entonces, ¿está el cine en riesgo de muerte? Es difícil realizar una afirmación tan temeraria, no obstante, resulta innegable que el COVID-19, además de ser un virus potencialmente letal, ha sido también un factor determinante de cambio sociocultural. En el ámbito cinematográfico ha impulsado modificaciones tanto en la forma de realizar y distribuir producciones como en la manera que tiene el público de apreciarlas. Una plataforma streaming, como Netflix, a diferencia de otras empresas dedicadas al entretenimiento, ha incrementado sus ganancias considerablemente, a la vez que ha visto crecer su número de suscriptores en más de quince millones de personas adicionales, como consecuencia del confinamiento. De igual manera, mientras más usuarios se conectan a Netflix, un número bastante considerable ha decidido alejarse de las salas de cine hasta que pase la crisis sanitaria, no obstante, estamos seguros que el cine superará este trago amargo y se repondrá, gracias a la capacidad de resiliencia de quienes le dan vida al inmortal séptimo arte.

En definitiva, este organismo microscópico ha sido responsable de acontecimientos macro, tales como una recesión global y el incremento de la pobreza. Mientras, al mismo tiempo, ha modificado aspectos cotidianos como la forma de saludar, el acercamiento entre seres queridos, las reuniones familiares o la manera de vestir, imponiendo el uso de una prenda que se ha hecho imprescindible para resguardar la salud ante el riesgo potencial de contagio, hasta tal punto que, en ocasiones, no podemos evitar decir: "¡Qué bonitos están esos tapabocas!".

 

Comunicador social



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