¿Cuál Venezuela Bella?

Recientemente escuché al presidente Nicolás Maduro en cadena nacional de radio y televisión, explicar las bondades de su programa Venezuela Bella. El primer magistrado se apoyaba en imágenes en vivo de algunos trabajos de obras públicas con los que aseguraba se estaban atendiendo apremiantes problemas que afectaban el buen vivir de amplios sectores del país. Sin embargo, cuando le oía y contrastaba sus afirmaciones con la realidad que todos los días sufrimos y que ocurre en espacios de ciudades y poblados completamente abandonados y echados al olvido, me costaba entonces creer que nuestro jefe de Estado ignorara por completo esa otra Venezuela que es más verdadera, concreta y necesitada que la mostrada por él en su alocución. Obviamente, en las frustraciones y molestias que tales circunstancias provocan en los receptores de su mensaje, tienen responsabilidad directa los indolentes e ineptos funcionarios gubernamentales a quienes, desafortunadamente, se les ha confiado el compromiso de atender los pequeños y grandes entuertos y dificultades que afectan la cotidianidad social y ciudadana. Pues bien, la consecuencia de tan absurda e inescrupulosa manera de gobernar es que los anuncios en comento, terminan considerados por la mayoría de los venezolanos como propaganda engañosa, un simple espejismo que se empeña, a punta de publicitar lo que no es cierto, en esconder lo pésimo, feo, patético y grotesco de todo lo que hacen los gobiernos locales y regionales que nadie controla y que, a trocha y mocha, a las buenas o a las malas, van arrasando con patrimonios culturales y sociales venezolanos enteros, construidos por distintas generaciones con el correr de los siglos.

Así ha sucedido, a la vista del mundo, con nuestra ciudad de Coro, estado Falcón, otrora hermosa comarca que atesoraba el más singular y valioso conjunto arquitectónico de tipología colonial y republicana edificado en toda la cuenca caribeña, desde el cabo de la Vela en Colombia, hasta la desembocadura del Orinoco en Venezuela. Hoy, esa maravilla universal ha desaparecido casi toda y en su lugar se van levantando horribles edificios destinados a establecimientos comerciales de marchantes extranjeros, principalmente de capital Árabe, que no respetan valores culturales ni tradicionales autóctonos y se han ido apoderando de toda la urbe, sus ejidos y de cuanto se pueda considerar en ella objeto de negocios y ganancias máximas. Vale agregar que este crimen histórico, que jamás habíamos presenciado con tal impunidad los corianos, se comete con la anuencia de la Cámara Municipal, Alcalde y todo el funcionariado oficial que, dada sus competencias, debería intervenir para evitarlo.

Lo mismo ocurre con la destrucción progresiva de la que son objeto los documentos que forman los archivos y memoria más antigua de la ciudad, los que contienen parte de la historia social, política, económica, religiosa y cultural de Venezuela y el Caribe, desde la consolidación del proyecto de dominación europea en nuestro territorio a principios del siglo XVII, hasta la década de los años cincuenta del siglo pasado. Quizás al presidente Maduro lo animen las mejores intenciones y propósitos, pero los deseos no bastan. Mientras su gestión esté bajo la responsabilidad de gente preocupada solo por obtener ventajas y prebendas, su gobierno jamás podrá construir la tal sociedad distinta que pregona, en donde el derecho y la justicia sean las perlas de la corona, pues, acostumbrados como están a convertir todo en un negocio, no se puede esperar de ellos que a la política, actividad en la que ahora incursionan, la transformen en la excepción de la regla. Si el presidente no es cómplice de este desastre, entonces debería asumir el compromiso de ordenar una averiguación muy discreta, con personas expertas que nadie conozca y que no puedan ser contaminadas por la corrupción y la cultura de concusión dolarizada que dominan el poder en esta localidad y región, para que disipada la neblina que cubre la trampa y el pillaje que reina en nombre del socialismo, queden al descubierto los responsables de este crimen patrimonial y reciban el castigo merecido. Mientras tanto, quienes nacimos, crecimos y amamos esta ciudad, que es la casa de todos, debemos denunciar sin miedo estos desmanes y seguir el ejemplo de quienes siempre prefirieron sufrir cualquier atropello venido del poder insensato, intolerante, ignorante y mal conducido, que aceptar vivir en la cobardía del silencio. Al fin de cuentas, como dice el gran poeta Pablo Neruda: "El tiempo le lleva y le trae a uno la vida" pero también, agregaría yo, lo coloca frente al juicio de la historia.

 

luisdovaleprado@gmail.com

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Luis Oswaldo Dovale Prado


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