Desagravio al doctor José María Vargas: la carujada del sargentón

José María Vargas nació en La Guaira, el 10 de marzo de 1786. Hijo de José Antonio de Vargas Machuca y Ana Teresa Ponce, de origen canario ambos. En 1798, ingresó en la Universidad Real y Pontificia de Caracas, graduándose de bachiller en filosofía el 11 de julio de 1803. Luego, obtuvo sus grados de bachiller y licenciado y, finalmente, el de doctor en medicina el año de 1808. Fue Vargas uno de los pocos profesionales con título de médico en esa Venezuela de comienzos de siglo. Es que estos estudios se iniciaron en la colonia venezolana muy tardíamente, en 1763, y no eran los preferidos por los jóvenes de entonces. Por tal motivo, en todos estos años, desde su creación hasta 1809, apenas once profesionales adquirieron grado de Doctor en Medicina. Las familias mantuanas preferían que sus hijos seleccionaran las profesiones de teólogo o de jurista, debido, primero, al prestigio que éstas proporcionaban y, segundo, por el acceso a cargos de importancia en la administración colonial que las mismas facilitaban.

Le tocó vivir al doctor Vargas tiempos muy difíciles. En primer lugar, los de la guerra de independencia nacional, y luego, los de las frecuentes guerras fratricidas entre caudillos que rivalizaban por el control de la presidencia de Venezuela. Sin embargo, a pesar de tan adversas circunstancias, Vargas encontró tiempo y lugar para labrarse una formación de altos quilates, al punto de ser reconocido como uno de los profesionales más ilustres nacidos en territorio venezolano.

Él tuvo además la dicha de acompañar durante varios meses al Libertador, durante el año 1827, cuando visitó éste por última vez su ciudad natal, en su condición de Presidente de la República de Colombia. En esos meses compartió con El Libertador la preocupación por el tema educativo y, formaron entonces una llave inquebrantable que los impulsó a llevar adelante varios proyectos en esta materia entre los años 1827 y 1830. En verdad, existían poderosas razones materiales para proponerse acometer en Venezuela, por aquellos años, obras de distinto tipo. Era que nuestro país, debido a la guerra, iniciaba su periplo republicano en medio de la ruina total. Los datos estadísticos indicaban que, por la razón anterior, la población se había reducido casi que la quinta parte; igual cosa ocurría con la producción agrícola: de las 120.000 fanegas de cacao que salían por La Guaira en el año 1810, se bajó a unas 16.000 después de 1816; las exportaciones de añil cayeron un 98 por ciento; en la zona de Barinas, la producción de tabaco bajó de 28.000 a 3.000 quintales por año; la renta del tabaco que producía más de 1.200.000 pesos, apenas llegó, en 1827, a la cuarta parte; el ganado vacuno, principal fuente de aprovisionamiento de los ejércitos contendientes, también disminuyó drásticamente, al reducirse de 1.200.000 cabezas estimadas en 1804, a unas 250.000 después de la guerra.

Tal escasez de recursos económicos, aunque sin duda era un obstáculo para el acometimiento de medidas orientadas a incrementar el servicio educativo entre los venezolanos, también servía de incentivo para actuar en esa misma dirección. Ayudaba mucho a ello la fe ilustrada en la educación como palanca del progreso. Uno de estos venezolanos practicantes de esta fe educativa era el Dr. José María Vargas. Estaba convencido el galeno Vargas que para salir de aquella ruina nacional era imprescindible brindar más educación a los venezolanos, generalizar la oferta educativa, construir más escuelas, dignificar la labor de los educadores, y, en el caso de la universidad, reformar su organización, estudios y funcionamiento con el fin de modernizarla y ponerla en sintonía con el nuevo ideario político republicano.

Siguiendo el hilo biográfico de Vargas, diremos que luego de culminar sus estudios de medicina, se trasladó a la ciudad de Cumaná donde vivió hasta 1812. Aquí, en esta ciudad, además de ejercer su profesión, se desempeñó como director e inspector de los hospitales militares, como vocal de la Junta de Gobierno Provincial constituida luego de los sucesos del 19 de abril caraqueño y como diputado a la Asamblea Federal de la provincia. A comienzos de 1812 se vino a La Guaira donde lo sorprendió el terrible terremoto que azotó a Venezuela en marzo de ese año. Por tal circunstancia retornó de nuevo a Cumaná y allí recibiría la ingrata noticia de la capitulación de Miranda y de la entrada triunfal de las tropas de Domingo Monteverde a la ciudad de Caracas. Estando en Cumaná sería puesto preso por orden del Gobernador realista Francisco Javier Cerveriz, y enviado entonces a las bóvedas de La Guaira, en cuyo lugar permanecería hasta fines de 1813, cuando es liberado, luego que Simón Bolívar culmina su Campaña Admirable y retoma Caracas. Tan ingrata experiencia lo motivó a viajar a Europa, y allí residió entre los años 1813 y 1819. Su estadía en Europa la aprovechó para mejorar su deficiente formación médica al lado de prestigiosos académicos, en universidades británicas y francesas. Profundizó en el conocimiento de materias como anatomía, cirugía, química y botánica, además de abrevar más aún en las corrientes filosóficas en boga en ese continente. Fueron cinco años de mucho estudio, de preparación, de actualización. Quería Vargas aprovechar al máximo su estadía en Europa, a sabiendas que lo aprendido en estos años sería beneficioso para su país, luego cuando regresara a éste.

Y en 1819 estará de vuelta Vargas a tierras americanas, pero primero fijará residencia en la isla de Puerto Rico donde su madre y hermanos se habían refugiado y administraban una hacienda familiar. Aquí permaneció ejerciendo la medicina hasta el año 1825, cuando definitivamente retorna a Venezuela. En nuestro país, parte integrante de la República de Colombia, será recibido con muchas expectativas, sobre todo en la universidad, a sabiendas de los grandes aportes que podía brindar a esta institución en trance de cambio. Será la universidad caraqueña, a partir de entonces, el recinto que cobijará las preocupaciones educativas del ilustre venezolano, el lugar donde pondrá en práctica sus ideas científicas renovadoras, y por cuyos esfuerzos la universidad se vestirá a la moderna y transformará su estructura y el contenido científico de sus enseñanzas.

Fue tan bienvenido el Dr., Vargas a Venezuela que a poco de su llegada los miembros del Claustro lo elegirán para que ejerza el Rectorado de la Universidad, durante el período 1827-1828. La elección se realizó en enero del año 1827, luego que el Libertador, en su condición de Presidente de la República de Colombia, procediera a derogar las viejas disposiciones legales por las cuales se regía la universidad, que impedían a los profesionales médicos ejercer el rectorado universitario. Con esta elección entró la Universidad de Caracas en una era de verdadera regeneración y se vestirá desde entonces con ropaje republicano.

La Universidad sufría por estos años una situación bastante difícil. Presentaba un aspecto arruinado, lastimoso: el local universitario estaba muy deteriorado; a los docentes no se les pagaba desde hacía bastante tiempo; la deuda adquirida con los catedráticos era cuantiosa; los bedeles habían sido destituidos; no pocas veces, hubo que pedir limosnas entre los habitantes de la ciudad para recoger fondos con los cuales sufragar gastos imprescindibles; algunas cátedras, como la de Gramática Castellana y Economía, tuvieron que ser cerradas porque no se encontró profesor para ejercerla sin sueldo; no se pagaban los censos, ni se recibía casi nada por pago de grado, dado que los estudiantes carecían de dinero para cancelar este derecho; muchas asignaturas se impartían con el único recurso del cuaderno de notas del profesor.

Tal fue la universidad que recibió para gobernarla el Dr., José María Vargas. Sin embargo, no se amilanó el ilustre médico venezolano. De inmediato puso manos a la obra, contando para ello con la ayuda del Libertador y con los pocos recursos materiales de que disponía.

A lo primero que se abocó el nuevo Rector fue a arreglar las cuentas de la institución. En tal sentido, se informó de las acreencias universitarias y designó abogados para que las cuantificaran y cobraran. Además, obtuvo del Ejecutivo el pago de réditos por rentas sobre bienes que el Poder Ejecutivo había destinados a otros asuntos, a pesar que los mismos debían ser otorgados a la universidad. Igualmente, designó apoderados para que cobraran las rentas de los conventos de Guanare, Barquisimeto, Carora, El Tocuyo y Valencia, propiedad de la universidad. Así mismo, solicitó del Libertador la donación de varias haciendas y bienes inmuebles para ser arrendadas a los interesados y cuyas rentas incrementarían el patrimonio de la institución. Al final, el resultado de estas efectivas gestiones administrativas, fue que la universidad recaudó a poco tiempo suficiente dinero como para cubrir su presupuesto de gastos, lo que no se había hecho nunca en la Universidad; de manera que, a mediados de su primer año, el tesoro universitario no adeudaba nada a los empleados, y tenía en caja cantidades cobrables hasta por 3.700 pesos, suficiente como para satisfacer los gastos del plantel en los meses faltantes de aquel año académico.

Y entonces, ya superada la difícil situación financiera, procedió el médico Rector a efectuar las reformas académicas que imponían tanto las circunstancias como las presiones que en tal sentido realizaba el Presidente de la República. Para hacer esto designó varias comisiones de profesores con el encargó de presentar propuestas académicas para cada una de las facultades de la universidad. Para la Facultad de Teología designaron a los Doctores José Nicolás Díaz y José Félix Roscio; para la de Derecho Civil a los Doctores José de los Reyes Piñal, Nicolás Antonio Osío y Tomás José Hernández Sanabria; para la de Medicina a los Doctores José Joaquín Hernández y Carlos Arvelo; para la de Filosofía a los Maestros José Alberto Espinoza y José Cecilio Ávila; y para la de Cánones a los Doctores Rafael Escalona y Domingo Quintero. De este grupo se designó también la comisión que redactaría los nuevos Estatutos Republicanos de la Universidad, a mediados de junio de ese año 1827, primero por el Claustro Pleno, y luego por el Ejecutivo de la República, en la persona del Libertador Simón Bolívar. Días después fueron promulgados con gran pompa, el día 15 de julio, en una sesión especial del Claustro, cuyo cierre lo hizo el propio Rector Vargas con un discurso acorde con la ocasión, en el que, entre otras cosas, convocaba a profesores y estudiantes a regir sus actuaciones de acuerdo con lo dispuesto en dichos estatutos y los aupaba a fomentar la calidad académica de su universidad.

Sin duda que los nuevos Estatutos Republicanos impactaron el sistema de estudios y de gobierno de la Universidad. En general, la institución inició un proceso de secularización que se evidenció en la disminución progresiva de la influencia de las autoridades eclesiásticas en la vida universitaria, al punto que en ese mismo siglo XIX, los estudios jurídicos desplazaron en orden de preferencia estudiantil a los estudios teológicos. Por esta misma razón la Universidad romperá con su subordinación a la autoridad del Papa romano y desde ese momento cambiará su nombre por el de Universidad Central de Venezuela. Igualmente, la figura de Cancelario, un poderoso funcionario religioso que ejercía una vigilancia estricta sobre los asuntos universitarios, además de concentrar en su persona destacadas decisiones administrativas y académicas, será eliminada para siempre, por lo que el Rector pasará a tener un mayor poder en el gobierno de la institución, compartido esta vez con el Claustro y la Junta de Inspección.

El significado de estos nuevos estatutos en la vida de la universidad lo interpreta muy bien el cronista de la universidad, Dr., Ildefonso Leal, en uno de sus libros dedicados al tema. De acuerdo con este autor, la importancia de esas nuevas disposiciones es comparable a lo que significó la firma del Acta de Independencia en la historia venezolana, pues tales estatutos, se tradujeron en "una ruptura con el rancio esquema colonialista impuesto por España en una materia tan importante como es la educación superior" (1983).

Además de dotar a la Universidad de bienes económicos en cantidad suficiente como para garantizarle, en el futuro próximo, solvencia financiera, los Estatutos de 1827 se propusieron también crear el ambiente propicio para el ingreso a la misma de otros grupos sociales, aspirantes a cursar estudios; de allí que fuera abolido el requisito de la limpieza de sangre a los jóvenes estudiantes; se aumentó el número de cátedras con el fin de permitir tanto a docentes como a estudiantes tener acceso a las corrientes de pensamiento modernas, impulsadas en Europa por la Nueva Ciencia y la Filosofía Ilustrada; se bajaron los costos de los grados académicos, para permitir así a los estudiantes de bajos ingresos la obtención de su título respectivo.

En conclusión, después de 1827, la Universidad Central de Venezuela vivirá una época de gran prosperidad. Será este el primer gran momento estelar vivido por dicha institución en un siglo de existencia. Se respiraba allí un ambiente de optimismo, de alegría, de buenas expectativas, de muchos sueños. Y es que había razones para que sus catedráticos y estudiantes se comportaran de esa manera. En primer lugar, desde el punto de vista financiero no había conocido esta institución tiempos mejores. Todas sus deudas fueron saldadas durante el rectorado del Dr. Vargas. Las rentas recibidas eran suficientes como para tener en caja ahorros para gastos imprevistos. A los docentes se les asignó un salario mínimo de 400 pesos, que se pagaba puntualmente. En segundo lugar, fue creada la biblioteca universitaria y se adquirieron libros para su equipamiento. Además, se compraron instrumentos para las cátedras de Matemáticas, Química, Anatomía y Física Experimental. En tercer lugar, en el aspecto académico, la universidad renovó algunos contenidos de sus programas de estudio para consustanciarlos con las necesidades del sistema republicano, y se fundaron nuevas cátedras.

Ya para 1831 la universidad había elevado el número de sus cátedras a quince, éstas eran: Instituciones Teológicas, Instituciones Canónicas, Historia Eclesiástica, Historia Sagrada, Derecho Práctico, Derecho público y de Gentes, Derecho Civil, Romano y Patrio, Anatomía, Fisiología, Medicina Práctica, Física, Matemáticas, Latinidad de Mínimos y Latinidad de Menores y Mayores. Por iguales razones para 1841, el número de Facultades subió a cinco, con 425 estudiantes, y 26 profesores. Y este año la universidad otorgó 3 títulos de Bachiller en Leyes, 3 bachilleres en Ciencias Médicas, un Doctor en Leyes, un Farmaceuta, 2 licenciados en Ciencias Médicas y 7 Doctores en Ciencias Médicas.

Total, la Universidad Central de Venezuela vivió un momento muy prometedor por efecto de las disposiciones que a su favor tomaron en conjunto El Libertador y el Dr., Vargas. Fueron años espléndidos para la institución que, sin embargo, no se extendieron por mucho tiempo, pues en el país ocurrirán una serie de acontecimientos políticos en los años venideros que afectarán la buena marcha del país y de la vida universitaria. Estos acontecimientos fueron, en primer lugar, el distanciamiento del Dr., Vargas respecto a la Universidad, debido a su elección como presidente de la República para el período 1835-1839; luego tenemos la crisis política vivida en Venezuela entre 1835 y 1836, como producto de la Revolución de las Reformas, que provocó el derrocamiento del presidente Vargas; está también la ruptura del presidente José Tadeo Monagas con su mentor, José Antonio Páez, por cuya razón se enfrentarán entre sí, desde 1847, liberales y conservadores, las dos facciones políticas venezolanas que en ese momento se disputaban el control del gobierno. Lo que importa destacar de tal disputa es que la misma servirá de chispa para avivar las llamas de la guerra social que se venía gestando desde los comienzos mismos de la República, por la insatisfacción sentida por las mayorías campesinas respecto a unas clases dirigentes y gobernantes, negadas a compartir con ellos los beneficios generados por el campo venezolano, la principal fuente de riquezas del país en ese siglo. Esa guerra social fue la Guerra Federal (1859-1863), un conflicto extendido por toda la geografía nacional, una guerra social de campesinos insatisfechos con sus gobernantes, que dejó una terrible secuela, cinco años de sangre que conmovieron hasta los tuétanos al pueblo de Venezuela, destruyeron sus energías y transformaron profundamente la estructura social del país. Miles de muertos y la total destrucción de la economía fue el precio que la República pagó por aquella transformación.

Este conflicto, más las recurrentes revoluciones que azotaron el suelo venezolano el resto del siglo XIX, tuvieron impacto negativo en la vida universitaria. Además, los gobiernos caudillescos que predominaron en Venezuela en ese trayecto, que despojaron a la universidad de su patrimonio económico y de su autonomía también; que violentaron varias veces con sus tropas el recinto universitario; que reclutaron a la fuerza a los jóvenes estudiantes para incorporarlos a sus batallones, y que cerraron la Universidad en varias oportunidades, destruyeron los extraordinarios logros obtenidos durante el rectorado del Doctor Vargas y echaron por la borda el ideal educativo bolivariano, al punto que, la universidad pasó a ser en las últimas décadas del siglo XIX, una pobrísima institución educativa, sin patrimonio propio, con una escuálida matrícula escolar, dependiente de un mezquino presupuesto proporcionado por el Ministerio de Instrucción Pública, que casi nunca llegaba a tiempo ni en justa medida. Fueron estos unos tiempos difíciles para la Universidad, tan iguales como los vividos en los avatares de la guerra de independencia. Lo paradójico es que ahora, dadas las circunstancias incipientes del proyecto republicano, era cuando Venezuela necesitaba más del aporte de sus profesionales para edificar en buenos términos ese nuevo país. No se concretó, sin embargo, ese aporte por las razones señaladas y porque además, como nos dice el profesor Luis Bigott, el paso de los estudiantes por la Universidad en esta etapa "se caracterizó por una extremada subordinación a la actuación de los caudillos militares y estuvo condicionado por las políticas diseñadas por los grupos dirigentes del Estado Nacional en gestación" (1996).

Lo cierto fue que esos dirigentes y sus políticas no tuvieron como prioridad la materia educativa, y menos la universitaria. Por este desinterés vemos que para 1881, cuando la población del país había alcanzado dos millones de habitantes, las estadísticas de la Universidad Central de Venezuela eran bastante modestas: apenas 331 estudiantes inscritos en 29 cátedras; 97 títulos de Bachiller conferidos, 12 de Licenciado y 21 de Doctor. No se trataba como se ve de una República con un Estado Docente, sino de una República con un Estado Gendarme, preocupado fundamentalmente por coadyuvar a acrecentar las riquezas de los sectores del comercio, de los propietarios de tierra, además de los militares, que por brindar educación a los jóvenes del país. Para cumplir su misión los gobiernos de entonces no tuvieron empacho en usar los instrumentos del poder para elaborar leyes correspondientes con este fin, también usaron las fuerzas represivas para imponer obediencia al resto de la población inconforme con la situación predominante, y en igual medida descuidaron el tema educativo, tan necesario para un país con una economía monoproductora, con un porcentaje altísimo de población analfabeta y enferma de paludismo, con escasas escuelas, con apenas dos universidades, con reducida cantidad de profesionales universitarios y con limitadas oportunidades de estudio para la juventud.

Después de su malograda experiencia como primer magistrado, el Doctor Vargas se dedicó durante el resto de su vida exclusivamente a la educación. Durante esta promisoria etapa de su existencia, asumió la presidencia de la Dirección general de Instrucción Pública, la cual ejerció desde 1839 hasta 1852. Asimismo, continuó dando en la Universidad sus clases de anatomía y cirugía, fundando además en 1842 la cátedra de Química. Presidió también la comisión encargada de exhumar en Santa Marta los restos del Libertador y conducirlos a nuestra tierra, misión que fue completada en diciembre de 1842. En agosto de 1853 enfermó y viajó a Estados Unidos, donde residió, primero, en Filadelfia y luego en Nueva York. Finalmente, murió el 13 de julio del año de 1854, a los sesenta y ocho años de edad. En 1877, por iniciativa del presidente Antonio Guzmán Blanco, sus cenizas fueron traídas a Caracas y sepultadas el 27 de abril en el Panteón Nacional. Desde entonces los venezolanos en general han tributado, sin mezquindad ninguna, al ilustre venezolano toda clase de merecidos honores. Instituciones como la Universidad José María Vargas, la Escuela de Medicina José María Vargas, el Hospital José María Vargas, se han encargado, entre otras, de que los venezolanos no olviden su nombre. Y hasta ahora a ningún connacional inteligente se le había ocurrido poner en duda los homenajes que en esta tierra se le han brindado a tan distinguido venezolano.

Pero hubo de venir ahora esta camada de militares que gobiernan estos días Venezuela para que ocurriera otra carujada, y el Doctor Vargas fuera objeto de ultrajes a su memoria, a su prestigio, a su ilustre trayectoria. Resulta que a uno de estos sargentones, el gobernador actual del Estado Vargas, miembro del generalato del ejército neogomecista, le ha parecido que no debe llamarse así este estado y ha procedido a cambiarle su nombre. Ya no más Vargas por ningún lado. Desde ahora La Guaira. Así lo ha decidido el jefe, el caudillo, el General, el Patrón. No ha consultado a nadie, menos a los habitantes de esa entidad federal. Es que el sargentón manda y punto. A obedecer la orden todo el mundo. Total, así es el socialismo militar, del partido armado, de los pranes y milicianos, de Maduro, Diosdado y Vladimir, los dueños hoy del circo venezolano, dueños eventuales porque sin duda vendrán mejores tiempos para el país y para nosotros los ciudadanos venezolanos. Esta tragedia es temporal. Los sargentones empistolados tendrán que regresar a sus cuarteles, abandonar el espacio de la política, que corresponde por naturaleza a los demócratas, a la gente formada para debatir, para confrontar libremente ideas, para tolerar una disensión. Y en las nuevas circunstancias, Vargas y todos los hombres y mujeres con méritos ganados gracias al estudio y el trabajo recibirán de los venezolanos el justo homenaje que merecen. Así será muy pronto.



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Sigfrido Lanz Delgado


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