Crónicas viajeras

Anakarina Rote o recordando a Yorlando cuando era Conde en Bailadores

Conocí a Yorlando Conde en la Central Unitaria de Trabajadores del Estado Mérida –CUTEM- hace muchos años, cuando andaba con su "Teatro para Obreros", o el TPOS como abreviadamente los trabajadores lo conocen en todo el país. En las primeras de cambio me puse de acuerdo con este gran conversador, hombre de teatro en toda la dimensión de la palabra y revolucionario de la utopía, llevando siempre a Simón Bolívar de campañero para no perderse en caminos desgaritados, y con los cuales los vivos del país en conchupancia con los de afuera, han hecho un laberinto al pueblo humilde para que de tanto andar se enreden y se cansen en la búsqueda de la esperanza y la democracia que el Libertador propuso, porque todavía nos falta mucho por hacer.

Yorlando todavía transita con su capotera de sueños. Tantos soles a cuestas, le han madurado los cabellos; tantas piedras en el camino le encallecieron los zapatos; pero su risa abierta y generosa, su tenacidad y voluntad de fierro lo han ayudado para lograr soplar los años que se le disuelven en el aire y amarrar las noches para lograr amaneceres. Recuerdo cuando este caraqueño siempre en tránsito, pasó por Bailadores hace años, y con el frío, el agua clara y la brisa para jugar cometas, edificó en un Paraíso cerca del Cielo, la escuela de teatro campesina "Anakarina Rote". Una vez estuve allí jugando y aprendiendo con los niños y niñas, a jugar a la Patria Buena. Estoy seguro que Yorlando, ahora en Caracas con sus sueños encima como me dijo un amigo mutuo en estos días, se le encurrujarán más y morirá de niño, si es que alguna vez le entran las ganas de coger más arriba para recitarle a Dios "Hojas de Hierba" y el "Canto a mi Mismo" de Walt Whitman.

Para este hombre la pasión vital siempre ha sido el teatro popular. En Chile, terminó sus estudios de arte dramático, y luego, en Venezuela fundó el TPOS, que sería el germen del movimiento teatral en los barrios caraqueños y del drama penitenciario, tan dolido y tan del alma como dijera una periodista en estos días.

Yorlando ha hecho del teatro un apostolado, al concebirlo como un convento comunista y me perdonan la paradoja, al lograr que en la etapa de su formación, además de las materias de rutina como actuación, voz, dicción e historia del teatro, los alumnos reciban instrucción en agricultura práctica para que huelan a tierra mojada y a semilla germinada y compartan el pan en el pan nuestro de todos los días aquí en la tierra.

En el Bailadores de esos años yo afirmaba que a Rocinante con Palomo, el caballo del Libertador, los empotreró Yorlando en ese teatro agrícola. Fue la segunda vez, que en una escuela de teatro con escuálidos recursos económicos conseguidos por algunos organismos oficiales, se apoyó en el sueño y en la visión histórica de Bolívar, ése que salió con 500 hombres descalzos, harapientos, muertos de hambre de las llanuras cálidas hasta el frío de los helados picachos del Alto Perú para sembrar de huesos los caminos de la guerra y cosechar la gloria con la libertad de cinco Repúblicas latinoamericanos.

Por Yorlando en ese teatro de Bailadores, todos los días flameaban las banderas de la lucha por el recuerdo permanente de esos héroes y de su valentía para que más temprano que tarde, los pueblos terminen la obra que aquéllos emprendieron.

Me contaba que hace muchos años en una camioneta Dodge llamada "El Caballo Blanco de Bolívar", recorrieron todo el país, accidentándose en 23 estados; pero realizando 486 presentaciones con una obra de teatro que se podía escenificar en cuatro sitios diferentes al mismo tiempo.

En ese Teatro de Bailadores se escuchaba, decía Yorlando, el grito de Guaicaipuro en el "Valle de los Pájaros que Cantan" como le decían los indios al Valle de Caracas. Cuando la brisa subía por las laderas, espantando mansamente a las nubes, el eco de la voz del cacique dirigiéndose a sus indios cobrizos, se hacía flecha y disparo, memoria y presencia: "Anakarina Rote Amukon Vaporori Itoto Manco". Sólo los caribes somos hombres. Aquí no hay cobardes ni nadie se rinde porque esta tierra es nuestra. Y traduzco el final a la manera del ecuatoriano César Dávila Andrade: "porque ahora toda esta tierra es mía, es mía hacia adentro como mujer en la noche y es mía hacia arriba, hasta más allá del gavilán".

 

 

 



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