Entre el sur del estado Falcón y el norte de Lara, hay conuqueros que siembran el maíz y son descendientes indígenas de la nación Ayamán que caminaba entre las aguas del río Tocuyo y todavía mantienen la celebración de esa compleja ceremonia conocida con el nombre de las turas, relacionada con las flautas de cráneos de venados y las maracas y otros instrumentos con los que se danza cuando es tiempo de la aparición del grano tierno del maíz. Francisco Tamayo en el Léxico Popular Venezolano sitúa la palabra tura como “el nombre que se da a la espiga femenina del maíz cuando los granos están inmaduros”. Para que la lluvia llegue cada vez con más fuerza aparecen las turas y las invocaciones a los antepasados, a Dios, con los máximos deseos de fe en la protección de las siembras.
Críspula Vásquez marcha y marcha en la montaña ensanchada en la misma ruta de las turas. “La fortaleza más grande que hay en uno es por las turas que nos da a nosotros todo lo que sembramos en la tierra y el que tiene esa fe en las turas cuando siembra tendrá granos, tendrá cosecha, porque cuando no llueve uno prende las velas, hace un son de turas y a los dos días está aquí el aguacero…”
Ella es conuquera. Desde el año 1975 no ha hecho más que trabajar la tierra lunes, martes, miércoles y jueves para levantar a una familia de doce hijos, de los cuales han sobrevivido nueve. Siembra maíz, caraota, cambur, café y todo tipo de mata que toque con sus manos tendrá buenas cosechas. “Trabajando la tierra es que se consigue el pan para comer”, aunque nos confiesa que está muy agradecida del tabaco que fue lo primero que aprendió a sembrar desde los siete años y así, cosechando el tabaco y doblándolo y vendiéndolo y luchando pudo comprar ese terreno donde ahora hay la más variada siembra. Aprendió a quemar la tierra y lavarla bien, a picarla y regarla con semilla de tabaco y mucha agua. Cada mes de noviembre hace la siembra y ya en enero de tanto cuidar las matas viene la cosecha del famoso tabaco que no deja de fumar. “Yo he sido una mujer muy sufrida para criar a la familia, porque me quedaron estos nueve hijos pequeñitos cuando murió mi esposo en un accidente y yo no tenía nada de que vivir, pero como siempre me la he llevado bien con la gente y con mis vecinos pude levantarme sin tropiezos en medio de una gran lucha, haciéndole a las turas y a las cortes indias mi agradecimiento por proteger a la naturaleza, a los conucos, a las cosecha del maíz que es lo que nos mantiene de pie a nosotros los tureros que somos muy pobres y que no hacemos otra cosa sino trabajar la tierra para evitar el calvario, por eso ahorita me siento feliz, porque ya todos mis hijos están criados y los pongo a ellos a trabajar para que enseñen a sus hijos, esa es la mejor herencia que uno les deja cuando los enseña a arar la tierra y a sembrar como hice yo, porque de aquí comen todos y trabajando se aprende a ser responsable en esta vida…”
Veinticuatro horas sin dormir y más tiempo hay que comprometer en la ceremonia de las turas en un día y en otro día prolongado, donde la noche no descansa entre los meses de cosecha. Hay un ritual, hay un reglamento, hay un capataz, un mayordomo, hay una reina que se llama Críspula Vásquez y que muestra con orgullo su corona tan bien elaborada con las prendas más humildes de la naturaleza. En el patio grande de las turas comienza un desfile de hombres y mujeres y se oye el eco de las flautas de bambú que anuncian la siembra y la cosecha y la caza de animales de carnes muy apetecidas en esa región. Hay reverencias en el baile, hay penitencias que pagar en la rueda abierta que se ha formado con los bailadores enlazados hombro a hombro. El pie izquierdo se coloca delante del derecho y el derecho junto al izquierdo. Lejos el zapateo. Se avanza y se retrocede en colectivo mientras las maracas suenan junto a los cráneos de los venados de carameras y se habla en silencio de fecundidades. Arde la leña de los fogones. Pasa el tiempo. Se ha comido, se ha bebido, se ha brindado y los poderes del baile no terminan. Comienza todo de nuevo con los sones de siempre, hasta que se afilan los pasos hacia el árbol de la basura anunciando la absorción de las molduras salidas del rasguño ritual que ha dejado el cuerpo de la noche y entonces es cuando se sabe que Críspula Vásquez seguirá siendo reina de la tura de Dios el año siguiente, porque así lo han querido los espíritus de Santa Cruz de Bucural en el caserío de Los Cañitos.
Críspula Vásquez en el caserío de Los Cañitos. 2009 Credito: Consuelo Arriagada |