Un país vuelto picadillo

¿Se acuerdan de aquel cuento en el cual dos mujeres recurren al Rey Salomón para decidir quién es la verdadera madre y con cuál se queda un tierno bebé? El método del Sabio Monarca fue tan eficaz que sabemos de él después de varios milenios. Como las supuestas madres arreciaban histéricamente su pugna polarizada, el monarca justo decidió amenazar con partir en dos al niño para darle a cada una su parte. Una, no se amilanó, y exigió su pedazo. La otra, por el contrario, le suplicó llorando al Magnánimo que no lo hiciera, que se lo diera a la otra, pero que no aplicara aquella medida tan drástica que implicaba la muerte del pequeño. Al observar la deriva de la lucha política en este país, podríamos inferir que los dos extremos que pelean por él pudieran aceptar una decisión como la de la amenaza de Salomón. Cuidado si no saldrían varias "madres" de la Patria exigiendo, cada una, su trozo sangriento.

Uno trata de entender muchas cosas. Entender, por ejemplo, que estamos sufriendo el colapso del rentismo, pronosticada desde hace décadas por varios estudiosos de la historia y de la economía, sostenida y reproducida en escalas vergonzosas por todos los gobiernos habidos. Entender, por ejemplo, que la fulana "revolución" no se produjo, que el capitalismo rentista dependiente continuó agravado, que todo siguió, y empeoró, siendo chapucería, complicidad, negocio, aunque sí ocurrió la destrucción de los mecanismos consensuados para el reparto de la renta entre las clases sociales, sectores, partidos y gremios, así como la pulverización de la institucionalidad de lo que fue, en su momento, la "mejor Constitución del mundo"; que aquel sistema de reparto de renta del llamado "puntofijismo", fue sustituido, primero, por un poder personal omnipresente, como lo ha habido varias veces en la historia de este país de caudillos y, después, por el saqueo de pandillas de ese cruce de malandro, burócrata politiquero y militar que hasta hoy nos gobierna. Incluso uno se esfuerza por entender cómo es que un gobierno que se decía popular y hasta "obrero", se ensordeció ante los alertas y recomendaciones que se le hicieron a tiempo, desde hace unos siete años atrás, para que el colapso se hiciera un poco más llevadero para todos. Igual, sale uno con dolor de cabeza y varias noches de insomnio para medio comprender por qué la mediocridad es la característica común de todos los políticos, tanto de oposición como del gobierno, de qué manera se aplican las recetas tradicionales de dádivas, mentiras, demagogia, censura y represión selectiva para inducir ese estado de "lealtad resignada" (Reinaldo Iturriza la asocia con el extremo pragmatismo conservador de los grandes tácticos que han perdido la estrategia), y la "sensata" pasividad de un "bravo pueblo" que ya sólo estalla en algunas esquinas, en algún tramo de las carreteras, porque entiende que el saqueo sólo empeorará su situación, cuando no es la "santa simplicidad" de esos Jobs militantes que, a estas alturas, todavía creen, porque es lo único que le queda. Es bastante duro, ya no de entender, sino de aceptar, el picadillo que han hecho del país, esa perversa (o más bien, criminal) mediocridad política que siempre está por inventar una nueva bajeza.

En fin, uno tiene que hacer ese esfuerzo intelectual extraordinario y, de paso, aceptar que sólo somos el botín de la pugna entre las grandes potencias capitalistas (incluso una tiene un Partido Comunista gobernante), en una nueva "Guerra Fría" que, desde principios del siglo XX, es la forma de funcionar del capitalismo, único sistema mundo, sistema que tiene siempre guerras, hasta las necesita a veces para reactivarse.

Mucho más duro es tener que aceptar que la esperanza hoy no tiene justificación en el mundo. Que ya es demasiado tarde para contrarrestar los efectos catastróficos del calentamiento global, la contaminación, el exterminio de las especies, el derretimiento de los polos y las fuentes de agua dulce, entre otras tragedias globales. Que no se dieron los pronósticos de transformación revolucionaria del capitalismo y éste sigue reinando con su ciego mecanismo de explotación, destrucción, enriquecimiento de cada vez menos y empobrecimiento de cada vez más.

Estamos ya en el pesimismo, la preparación del nihilismo, de la pérdida de sentido de los grandes valores, al comprobar que sus categorías no sirven para entender lo que ocurre, que son sólo nuestras proyecciones ideales, ilusiones útiles para seguir viviendo con nuestra pequeña certeza. La Patria está siendo picada en pedacitos, y le tocará uno a cada pandilla de políticos y militares, otros a las transnacionales, y un poquito de piltrafa al resto, a nosotros, a los derrotados. Y parece que no hay fuerza que logre detener esto.

Precisamente por eso, hace falta una mayor fuerza, una verdad vital propia del instante mismo, que pueda suspender esa Historia que, a veces consideramos maestra, y otras, un duro juez que sentencia y condena; sólo para darnos cuenta al final que no hay enseñanza ni juicio, que sólo está la decisión de continuar luchando. Tomamos aliento, nos sumergimos en el instante presente, y pataleamos. Animados, ya no por la esperanza, sino por el instinto de supervivencia, de conservación, por el miedo y el orgullo. Hace falta una capacidad extraordinaria para restañar las heridas, recuperar las pérdidas, reconstruir lo pulverizado. Hace falta un valor extraordinario para al fin llegar a conversar y decir: estamos dispuestos a cualquier cosa para salvar el niño, para evitar su desmembramiento.



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Jesús Puerta


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