La lucha contra la corrupción tiene que ser masiva y de alcance general

La guerra moral de la Revolución

No tenemos duda que el proceso revolucionario tiene en la corrupción su peor enemigo y su más severa enfermedad. La corrupción, en unos casos, encarece la labor social y en otros, simplemente, impide su realización.

Hospitales, escuelas, viviendas, seguridad y obras publicas indispensables para elevar la calidad de vida y alcanzar el mayor nivel de felicidad del colectivo, se ven afectados, desatendidos y eventualmente serán devorados por el monstruo de la corrupción. Si no se para la enfermedad, el cuerpo social se verá sucumbir y el proceso revolucionario desvanecerse poniendo en riesgo su propia existencia.

Demasiados funcionarios públicos en combinación con testaferros, empresarios corruptos y corruptores, vienen mostrando niveles groseros de riquezas sin ningún tipo de tapujos y con grados de exhibición que se hacen chocantes especialmente para quienes desde abajo en el proceso revolucionario, siguen firmemente apegados al ideario.

Nada empieza a parecerse más a la historia reciente, que todo lo relacionado con la falta de controles para detener la corrupción. Es evidente que el país está en manos de un archipiélago de ambiciones políticas y económicas, que empiezan a empujar el proceso hacia el mismo abismo de tan solo años atrás.

Quizás sea difícil creerlo pero, la Acción Democrática de sus primeros gobiernos, no tenía vínculos con la pandemia que luego brotó por todas partes en la actividad política del país. La falta de castigo ejemplarizante y sobre todo el reconocimiento social a la riqueza, por encima de valores mas cónsonos con la naturaleza humana, puso en marcha la maquina que descabezó sin contemplaciones a los partidos tradicionales.

Hemos insistido en que el Presidente de la República, quien tiene una bien ganada reputación de honestidad, pero es fundamental entender que su sola imagen no será suficiente para contener la fuerza destructiva que avanza junto con la corrupción. La lucha contra la corrupción no puede ser selectiva ni individual. Los juicios no pueden aplicarse como formulas ejemplarizantes en cabeza de unos pocos huérfanos políticos. Ese remedio no detuvo, en el reciente pasado, la enfermedad, no lo hará ahora.

Enjuiciar a unos pocos no será suficiente, mientras las bases sociales sean expuestas a funcionarios nacionales y locales groseramente enriquecidos; ni tampoco habrá efectividad en el mensaje que desde un rincón de la Asamblea Nacional se envié de forma emblemática para el resto del país, sino se hace una campaña masiva contra los corruptos de todos los lados y niveles. En el pasado no sirvió, en el presente no lo ha hecho y en el futuro no lo hará.

Las instituciones controladoras tradicionales están fallando de la misma forma crónica que en el pasado reciente. Es necesario crear, con la misma creatividad que se ha inyectado en el campo social, nuevas formas de control y sanción a la corrupción. Las instituciones lucen inertes ante la velocidad de la riqueza fácil de corruptos disfrazados de revolucionarios.

Si el proceso no se auto tutela, no crea su propio mecanismo de control, ni libra su propio antivirus saneador, sus enemigos lo harán y al final solo quedarán las cenizas de una revolución pisoteada por quienes la traicionaron.


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Braulio Jatar Alonso


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