La corrupción no se combate con balas de goma

La corrupción es el cáncer de la sociedad. No es un mal de los gobiernos, como pretende hacer ver todo político que se encuentre eventualmente en la oposición; ni un mal de ciertas razas o idiosincrasias como pretenden hacer ver los amantes o creyentes en “razas superiores”. La corrupción es la alteración de la pureza o integridad de la conducta humana, la desviación de su curso convivencial, el abuso de cualquier poder mediante su ejercicio para beneficio personal, es la mala conducta en lo colectivo.

No podemos atribuírselo a la educación, al poder, a la distribución de las riquezas, al desarrollo social o a alguna otra faceta de la vida colectiva, por cuanto la corrupción se hace presente en cualquier sector y a cualquier nivel del mismo por tan oscuras razones como el cáncer aparece en cualquier lugar de un cuerpo humano en cualquier ser humano.

Como en presencia de la enfermedad del cuerpo humano, manifiesta en la degeneración de células; ante la degeneración de la convivencia hay que desarrollar acciones tanto preventivas como paliativas y curativas; y eso apunta como elemento preventivo, hacia las normas sociales: humanismo, honestidad, equidad, solidaridad, pluralismo, confianza, compromiso, etc. pero también a la acción de los sistema de control y penalización como correctivos y curativos.

Si a meter la lupa vamos, podemos notar que en momentos de especial proliferación del cáncer de la corrupción, ahora que no solo es una desviación personal, sino que se ha establecido como una acción antigubernamental y terrorista del “colectivo productores-comerciantes”; que actúa con la complicidad de funcionarios que fungen de coautores en componendas y marramucias; que es acompañada por el comportamiento violento en el tránsito automotor y en la interacción ciudadana, cosa notablemente común de esa casta escuálida “asqueada del país” que ocupa las calles con su odio infernal característico; es ahora precisamente cuando los sistemas de control y de penalización están tratando el problema como si fuera una gripecita o como una sarna que cambia de nombre según el nivel social del afectado.

Los corruptos están acabando con el país porque las autoridades no están actuando con toda su energía ni los órganos judiciales están castigando debidamente… están afectados por la corrupción.

Vemos en el noticiero a un atrapado delincuente “común” con la franela enrollada en la cara, las esposas sujetando sus muñecas y la barriga al aire!!! Pero no hemos visto a ningún atrapado “comerciante usurero o estafador de divisas” con la corbata enrollada en la cara y sus correspondientes esposas… ¿es que no es delincuente el que roba desde detrás del mostrador o desde su escritorio? Los comerciantes usureros están pagando multas inferiores a lo que se roban… y siguen robando… y siguen “tumbando al gobierno”. Por eso la guerra económica no ha sido extirpada.

Pero, como decía anteriormente, el comportamiento violento en el tránsito automotor y en la interacción ciudadana, es corrupción; así como lo es, estar envestido de autoridad y no ejercerla. Vemos a diario a los ahora pluri-presentes guardias de carreteras y autopistas cuando ven pasar atropellantes vehículos adelantando por el hombrillo a velocidades ultrasónicas, y ellos entre mensajito y mensajito de celular se limitan a hacer algún débil gesto de desagrado con la mano de “tipear”. En ningún momento se ve partir una motocicleta en persecución del evidentísimo infractor. En las esquinas se dejan atropellar por la avalancha de motorizados montados en los cruces de peatones o comiendo luces sin decir “esta boca es mía”… en cambio se les ve congestionando el tráfico en cualquier avenida, deteniendo a todos los motorizados que pasan, sin que en ese momento haya infracción alguna… ¿para qué?

La corrupción, que es en resumen la mala conducta en lo colectivo; sea por motivos psicóticos, psicológicos o pseudo políticos; debe ser extirpada de raíz, sin contemplaciones, como el tumor canceroso.

La fulana Guerra Económica política de la cual se están aprovechando muchísimos comerciantes nada políticos, para constituir una gran cruzada de ladrones usureros produciendo inflación e inestabilidad gubernamental, al igual que cualquier complicidad que haya en ello por parte de algún funcionario, debe combatirse con cárcel… implacable y “común”.

El desorden motorizado, especie de plaga insectívora que infecta todos los espacios vitales de los peatones y los intersticios del tránsito automotor, debe ser controlado implacable y persistentemente hasta que cojan mínimo.

El exceso de velocidad en las autopistas tiene que ser “impedido”… definitivamente condenado a la pérdida del derecho a conducir.

Pero muy especial trato debe tener; desde la vista gorda, el tiramealgismo y el persistente estado vacacional de las autoridades, hasta la declarada complicidad del funcionario llamado a controlar el mal comportamiento ciudadano, casos en los cuales debe haber un especial sistema de multiplicación de la pena: Si el ciudadano peca y es castigado, aquel funcionario al que se le compruebe abuso, complicidad o negligencia en ese caso deberá aplicársele el doble de la pena… y si algún superior en rango está involucrado, el triple. Si en extremo, ante la urgencia de extirpar la corrupción llegara a encontrarse ésta a nivel de los organismos judiciales, la exponencialidad de la pena debe ser tal que no puede quedar juez corrupto con piel sobre la carne.

Al principio habrá que pedir a Haiman El Troudi que haga cárceles también… pero al poco tiempo podríamos llegar a ser ejemplo de humanismo, honestidad, equidad, solidaridad, pluralismo, confianza, compromiso, etc… es decir: de convivencia… del sueño del socialismo del Siglo XXI.






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José Claudio Laya Mimó

Profesor Universitario

 joseclaudiolaya@hotmail.com

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