La clase obrera debe crecer y protagonizar la lucha de liberación en Venezuela

Sábado, 27/12/2025 05:18 AM

La clase obrera no puede seguir viéndosela como una clase menesterosa, como un subproducto de la sociedad moderna o como un mal inevitable. Ella misma tiene que mostrar su papel social, politico y económico y entender y proyectarse como la clase que objetivamente crea las condiciones para el desarrollo y subjetivamente encarna los valores nuevos que son necesarios para la supervivencia social y encontrar los caminos de integración con las iniciativas programáticas del Gobierno y de Maduro que son muchas. Sería una dualidad potenciadora. 

Es una necesidad para todos que se retome la lucha obrera nacional. Todos debemos señalar la necesidad de esa coherencia como garantía del triunfo y la base objetiva de una sociedad nueva. Porque es ella la única portadora de la unidad de todas las clases sociales pues su programa reivindicativo favorece a todos los trabajadores de otras clases. Y es que muchas veces se olvida que trabajadores somos por lo menos el 80 % de la población, que no es propietaria de medios de producción y por lo tanto son posibles compañeros de ruta de la clase obrera. Ese es el trabajo de unidad social que tiene por delante la clase obrera.

En este contexto, la alienación de las luchas obreras se convierte en un fenómeno preocupante que desdibuja tanto la esencia de los movimientos sociales como sus objetivos finales. Cuando en sus luchas se priorizan las demandas de sectores que no representan a la clase trabajadora, se corre el riesgo de diluir las reivindicaciones históricas que han caracterizado a la lucha obrera. La búsqueda de consenso con la clase media debe realizarse sin ignorar las necesidades urgentes de quienes sostienen la producción y los servicios, pues esa desconexión priva a los movimientos de su radicalidad necesaria. Sumar a la clase media o clases medias pero dentro de la visión general de acercar al trabajador obrero a la dirección y el poder politico.

Esta alianza no debe ser una dilución de principios, sino una preferencia de clase. El trabajador profesional, el técnico y el pequeño comerciante deben comprender que su estabilidad no depende de las élites financieras, sino de la fortaleza de una base obrera industrializada y con poder de decisión. La alienación cesa cuando el trabajador —sea de cuello azul o de cuello blanco— reconoce que su bienestar está ligado a la soberanía productiva del país y no a los intereses de quienes concentran los medios de producción.

Además, esta lógica de agradar a sectores ajenos a la clase obrera promueve una visión extraviada de la política, en la que las transformaciones profundas son reemplazadas por medidas superficiales y temporales que no abordan las causas estructurales de la desigualdad. Esto se traduce en un desapego respecto a la narrativa del movimiento obrero, donde la lucha debe ser vista como un camino hacia la justicia social y la erradicación de la explotación. 

Al abandonar estas premisas, los discursos se convierten en meras herramientas de gestión que perpetúan el statu quo, alejándose del compromiso real con la defensa y el fortalecimiento de los derechos laborales. Lo que destraba el juego de las alianzas es que la clases obrera debe basar su acción en la implantación de la política de industrialización permanente, convenciendo, aliándose, buscando la unidad con todas las clases y grupos que apoyan esa industrialización. 

De no realizarse de esta manera nuevamente la alienación se hace presente manifestándose en la incapacidad de articular propuestas que respondan a las necesidades concretas de los trabajadores y del interés nacional histórico y general. Aprovechando la poca claridad conceptual o política los enemigos no buscan promover políticas que fortalezcan la organización y la movilización de la clase obrera.

Los grupos que se oponen privilegian medidas que tienden a individualizar las luchas, fragmentarlas, fomentando una cultura de competencia y meritocracia que ignora las dinámicas colectivas inherentes a la lucha por la dignidad y la presencia combativa de los trabajadores en todas las instancias de decisión.

Como resultado, los trabajadores se sienten cada vez más despojados de su voz y su agencia, convirtiéndose en meros receptores de políticas que no reflejan sus intereses reales.

La resistencia obrera debe ser redescubierta y revalorizada como motor de cambio, como fenómeno de masas, capaz de cuestionar y desafiar un sistema que, en su esencia, busca perpetuar la desigualdad y la explotación y que ahora quiere reducir a nuestro país por el bárbaro camino del saqueo colonizador. Así, la lucha obrera podrá retomar su carácter combativo y apasionado, actualizarse y actualizar los últimos frentes de lucha con su proyecto de verdaderas transformaciones sociales.

Este fenómeno pone de manifiesto la urgente necesidad de recuperar el liderazgo y el papel central moderna de la clase obrera en los debates políticos y sociales. Es vital conectar con la base, reformar los sindicatos y promover una renovación de los movimientos que ponga en primer plano la emancipación y la lucha contra todas las formas de opresión en las organizaciones y en la soberanía nacional.

 

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