Pareciera algo paradójico el título de este artículo, un poco contradictorio con respecto a la vida y la muerte, sin embargo, a pesar de todo, la vida es el comienzo del fin. El asunto es tan cierto que desde el momento que un ser llega al mundo, desde el instante que ve el primer rayo de luz, comienza el desgaste del cuerpo, es decir, el proceso del envejecimiento del organismo. Desde el primer segundo de la concepción se da inicio al desarrollo de toda la estructura corporal que nunca finaliza hasta que se extingue con el último suspiro.
La vida es la acción mancomunada de más de 30 billones de células repartidas en diversos órganos y agrupados en los sistemas óseo, circulatorio, nervioso, digestivo, hormonal, entre tantas componentes que deben actuar en armonía. Son las que el cuerpo necesita para el buen funcionamiento físico, fisiológico, psíquico químico y biológico del cuerpo. Evidentemente, tales actividades generan un deterioro de los órganos que intervienen en esto que se llama vida.
En otras palabras, vivir es un proceso de envejecimiento de los órganos que cumplen funciones específicas las 24 horas del día. Como consecuencia de estas arduas tareas se generan deficiencias, trastornos y enfermedades producto del prodigioso trabajo de cada uno de las secciones responsables de la vida, como es mantener sin parar una excelente maquinaria en funcionamiento.
No cabe duda, el cuerpo tiene una fecha de caducidad, puede ser 80 o 100 o 120 años, dependiendo del trato que la persona le suministre al cuerpo que lo lleva y lo trae durante toda una vida. Se puede pensar en un individuo que por más de 30 años le provea a su organismo cigarro, alcohol, comida chatarra, refrescos, bebidas y comidas con colorantes y preservativos químicos, exceso de comestibles con harinas preparadas con azúcar, alimentos súper procesados, entre otros “comistrajos” perjudiciales, tales desproporciones acortan el tiempo de vida. En estos casos vivir es morir aceleradamente.
Evidentemente, los órganos de un ser que engulle tales bazofias tendrán que realizar mayor trabajo para digerirlos. Las enzimas del cuerpo humano, que son las biomoléculas producidas por los organismos vivos que actúan como catalizadores de sus reacciones químicas en el metabolismo, no están preparadas para enfrentar tales sustancias. Entendiéndose como catalizador la sustancia que aumenta la velocidad de una reacción química sin consumirse en ella. Este actúa modificando el mecanismo de reacción para proporcionar una ruta alternativa con una menor energía de activación. En la medida que un órgano necesite más energía para su funcionamiento se produce un mayor desgate y un pronto envejecimiento.
De acuerdo con lo anterior el tiempo de caducidad del cuerpo, en parte, depende del tipo de vida que la persona lleve. Un borracho, un drogadicto, una persona estresada por el trabajo, un sujeto que se trasnocha con frecuencia, un individuo que no controle la ira, una vida sedentaria, una existencia plena de angustia eterna, entre otros factores, contribuyen al deterioro del cuerpo y como consecuencia, el adelanto de la fecha de expiración. Sin embargo, existen otros factores, además de los referidos, algunos externos que favorecen al deterioro de la calidad de vida de millones de personas que indudablemente acortarán el tiempo que caminarán cobre el planeta.
Uno de estos factores externos que deciden el tiempo de permanencia de las personas en el globo terrestre son los sistemas de gobiernos, tanto nacional como mundial. No cabe duda, son los rectores de diversos sistemas políticos quienes deciden sobre la economía y sobre lo social, así mismo, quienes ventilan la existencia que llevarán los habitantes de una nación, hasta del mundo. Tal afirmación no es una exageración, basta revisar lo que está ocurriendo en el planeta desde hace milenios.
Vivir es morir, tal aseveración la pueden corroborar los palestinos que viven actualmente en la franja de Gaza. La vida en esta zona de Palestina no puede llamarse vida, ya que todos los días del año, desde hace tiempo, sus habitantes están permanente amenazados por bombardeos criminales. Es el sionismo, la doctrina judía expansionista que desea acaba con un pueblo que tiene derecho a vivir en la tierra legada por sus ancestros. Tal aciago proyecto lo está llevando a cabo criminal Netanyahu, junto con sus cómplices, el rubicundo gordinflón Trump, los presidentes y primeros ministros de la UE. Son esos criminales personajes los empeñados en acortar el tiempo de vida a millones de inocentes palestinos.
Los gobiernos imperiales, tanto los viejos como los nuevos, son expertos y veteranos en hacer de la vida de las personas un tormento. Ejemplo son muchos y la historia antigua pareciera más bien relatos tenebrosos de lo que fueron protagonistas los imperios británicos, francés, belga, español, portugués, de los Países Bajos y germano, que durante varias centurias mantuvieron colonias en África, Asia, América y Oceanía. Estos imperialistas fueron responsables de la muerte de no menos de 50 millones en cada uno de los llamados “protectorados”. Los pocos sobrevivientes de aquellos genocidios no sabían si escoger entre la vida o la muerte. Imperialistas como los gobernantes del Reino Unido solo en la India (la Joya de la Corona) lograron un récord de más de 100 millones de difuntos, consecuencia de la política colonial de sus reyes. En aquella época despótica, vivir era morir, dado que la existencia de los oprimidos estaba siempre a un paso de la sepultura. Sin embargo, hoy aquellos vetustos y criminales imperios dan al Tercer Mundo lecciones de democracia.
Pero el concepto imperial no se ha perdido, el expansionismo, la invasión, el robo de riquezas, el avasallamiento, la hegemonía, el absolutismo, el expansionismo, el genocidio, la tortura, la esclavitud, el racismo, la opresión, la violencia, la guerra, entre tantas crueldades no han perdido vigencia y actualmente están personificada en el colorado Donald Trump presidente de EE UU. El referido, apartándose de los conceptos de la democracia burguesa está poniendo en vigencia los mismos procedimientos criminales utilizados por los viejos imperios europeos. Tal como el Reino Unido, en sus peores tiempos, tenía presencia (era dueño) de más de 40 % de los territorios del planeta, hoy por hoy el gobierno de Washington tiene 800 bases militares en 70 países sumisos. Es el ejercicio del imperio yanqui que decide las acciones bélicas a tomar cuando sus intereses se ven afectados.
Desde la Casa Blanca, o desde el Pentágono se resuelve cuántas y cuáles personas deben existir. Vivir es morir en ciertos lugares del planeta, es el lema del rosado Trump. Él es quien decide que gentilicio es el mejor para sus intereses, que países puede invadir, que refugiado es traficante o delincuente, que emigrante puede vivir en EE UU, cuál país se puede invadir, cuál cielo, mar u océano es parte de EEUU, que gobierno es narcoterrorista, cuál presidente puede derrocar, a cuál país castigar con sanciones criminales, en cuál mar u océano podrá desplegar la piratería para robar crudo o amenazar a los continentes con barcos artillados con misiles, bombarderos, drones y submarinos nucleares. En fin, la vida o la muerte de millones de personas están en manos o en el cerebro del paranoico Donald.
Lamentablemente agentes externos a las personas deciden sobre la vida o la muerte, muchas de las adversidades que afectan la coexistencia de los habitantes de un país acortan o prolongan la vida. El residente de un territorio que carece de los recursos más elementales para vivir muere lentamente durante toda su existencia. Podemos imaginar el caso de un prójimo con un sueldo miserable, impedido de ofrecerles a sus hijos una casa, buena alimentación, salud, educación, imposibilidad de sufragar la cura de la enfermedad del hijo enfermo y ofrecerle una recreación sana, además, que la familia tenga que sobrellevar la impaciencia por la guerra o el temor a un bombardeo, entre tantas adversidades que sufren millones de personas. Aquella víctima vivirá toda su existencia en una angustia perenne y tal intranquilidad le generará problemas de salud que le acortará la vida, tanto a él como a la familia. En tales circunstancias, vivir es morir, nadie en un estado de impaciencia perenne podrá disfrutar de algo que se llama vida.
Pienso que la vida no es algo serio, nunca entenderé para que se vive si la muerte es segura, pero igualmente una vez que se llega al mundo debemos cuidar nuestra existencia para hacerla más agradable. Es por eso que voy a recordar las palabras del poeta y dramaturgo español Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”. Lee que algo queda.