La intensa división política en Estados Unidos en dos grandes grupos, ha entrado en una fase crítica, caracterizada por la intervención directa del poder ejecutivo presidencial en los conflictos internos, cuando antes se resolvían dentro de los canales institucionales. Esto indica la presencia de una fractura o fisura, de las alianzas de clase en el poder, donde compartían el consenso y el dominio del estado y de las otras clases sociales.
Hoy, esa cohesión se resquebraja bajo la presión de una contradicción emergente entre las fuerzas productivas tradicionales, ligadas a la industria, la energía fósil y el capital financiero clásico, y las fuerzas productivas hipermodernas, encarnadas en los gigantes digitales o la inteligencia artificial. Aunque esta ruptura aún no ha estallado en una confrontación abierta, sus signos están por todas partes en batallas regulatorias, alianzas políticas y en la lucha por definir el futuro del Estado. La confrontación y diferencias entre los grupos sociales han trascendido lo episódico para manifestarse en lo estructural.
El uso de las fuerzas militares por parte de la administración Trump, identificado con el Partido Republicano, otorga al conflicto un preocupante carácter militarizado y asimétrico. Esta escalada, donde un bando emplea activamente los aparatos de seguridad del Estado, acerca la situación a la definición de un conflicto armado interno, aunque de naturaleza atípica en la dinámica interna de los Estados Unidos.
Con ello se erosiona el orden civil por el uso de fuerzas federales contra ciudadanos y jurisdicciones locales. La amenaza o el despliegue efectivo de cuerpos como la Guardia Nacional federalizada, Infantes de Marina (Marines), o agentes de seguridad interna (como el ICE o el Departamento de Seguridad Nacional) para intervenir en ciudades con gobiernos demócratas, a menudo sin el consentimiento de los líderes locales, constituye una novedad histórica y una grave erosión del orden civil.
Esta sería una acción unilateral desigual pues una facción republicana controla los recursos militares y de seguridad del Estado, mientras que el partido Demócrata depende solamente de las protestas civiles y los recursos judiciales. La intervención federal, en lugar de restaurar el orden, actúa como una provocación política que intensifica la confrontación y polariza aún más al país. Además se genera un parecido a las intervenciones de los gobiernos de America del Sur y Centro, contra las protestas populares.
La justificación política para estos despliegues es igualmente alarmante, ya que quiebra el espíritu de unidad política en ese país, pues a los opositores se les denomina el "Enemigo Interno", llama Trump a combatir una "invasión interna" y los dirigentes republicanos califican como "terroristas domésticos" a los manifestantes. Presentar a la oposición política, o a parte de la ciudadanía, como un enemigo a ser neutralizado por la fuerza del Estado, es una característica distintiva del inicio del conflicto armado interno y muy típico de gobiernos fascistas.
Esta presión política también tiene consecuencias directas sobre una institución admirada del país como son sus Fuerzas Armadas. Aunque los líderes militares insisten en que su lealtad es inquebrantable a la Constitución, y no a un partido o individuo, la insistencia en usarlos para resolver disputas policiales internas amenaza con fracturar las Fuerzas Armadas por líneas políticas, un escenario catastrófico para cualquier nación. También se ha señalado que se retiran del mando a personas no blancas en el ejército, siendo el último el Jefe de Cuarta Flota, que gravita contra Venezuela.
A pesar de la extrema gravedad de la situación, los expertos académicos todavía dudan en aplicar la etiqueta de "Guerra Civil" por no contarse con líneas de frente geográficas claras o la existencia de ejércitos uniformes.
En cambio, muchos politólogos sugieren que el país podría estar deslizándose hacia un "conflicto armado de baja intensidad" o, un estado heterogéneo, inestable y altamente peligroso, con una violencia política crónica y dispersa, asesinatos y atentados selectivos con motivación partidista, y el intento de usar los aparatos de seguridad del Estado para resolver disputas internas y silenciar a la oposición.
Ahora la polarización ideológica se ha convertido en un riesgo real de violencia, impulsada por el intento de Trump de usar la fuerza del Estado para fines partidistas. A diferencia de otras democracias, en EEUU se niega la legitimidad de la protesta pacífica. El resultado es un país en alta inestabilidad, donde las élites se segmentan y compiten, y el sistema político ya no es coherente, sino un campo de batalla con una violencia crónica.
Estados Unidos es una sociedad vieja, es como una mujer embarazada que no puede dar a luz sin ayuda. El parto en este caso, es el cambio social, un evento doloroso y a menudo violento, y la partera es la fuerza transformadora que facilita la salida de la nueva sociedad. Podemos estar presenciando el nacimiento de esa nueva sociedad.