El humo aún se disipa sobre las aguas del Caribe, pero las preguntas permanecen. El 1 de septiembre de 2025, la Marina estadounidense ejecutó un ataque aéreo contra una embarcación proveniente de Venezuela, matando a las 11 personas a bordo.
Lo que debería haber sido una operación quirúrgica contra el narcotráfico se ha convertido en un episodio que expone las profundas contradicciones de la política antidrogas estadounidense. De ser cierta la noticia.
En el video difundido por el propio Trump, vemos la destrucción de una lancha rápida en aguas internacionales. La administración identificó a las víctimas como miembros de la banda venezolana Tren de Aragua, pero aquí radica el primer problema: no tenemos verificación independiente de estas identidades. ¿Eran realmente narcotraficantes armados o personas civiles atrapadas en las circunstancias equivocadas? La ausencia de transparencia en esta información es profundamente perturbadora.
Informes posteriores revelaron que algunas personas a bordo sobrevivieron al ataque inicial, siendo posteriormente eliminadas en un segundo bombardeo. Esta secuencia de eventos plantea interrogantes éticos que van más allá de la simple aplicación de la ley: estamos hablando de vidas humanas que fueron deliberadamente exterminadas sin proceso judicial alguno.
El aspecto más alarmante de este incidente no es solo lo que ocurrió, sino la facilidad con que se ejecutó. Expertos legales y funcionarios del Pentágono han cuestionado la legalidad del ataque, sugiriendo que violó el derecho internacional. Estados Unidos no está en guerra con Venezuela, no existe una declaración formal de hostilidades, y sin embargo, un presidente puede ordenar la muerte de 11 personas en aguas internacionales con un comunicado en redes sociales.
Esta normalización de la violencia extrajudicial establece un precedente peligroso. Si un mandatario puede ordenar ataques letales sin supervisión parlamentaria, sin debido proceso y sin rendición de cuentas internacional, ¿Qué nos separa de los regímenes autoritarios que tanto critica?
La justificación oficial del ataque, combatir el tráfico de drogas, revela una desconexión fundamental con la realidad de la crisis de opiáceos en Estados Unidos. El fentanilo, que está devastando comunidades estadounidenses, no llega principalmente desde Venezuela a través del Caribe. Las rutas establecidas pasan por México y Centroamérica, países donde, irónicamente, la actual administración ha reducido los recursos destinados a programas de interdicción.
Es una cruel paradoja: mientras se disparan misiles contra embarcaciones en el Caribe, se desmantelan los programas que podrían interceptar el fentanilo que realmente mata a ciudadanos estadounidenses. Esta inconsistencia no es solo ineficiente; es moralmente cuestionable cuando vidas están en juego en ambos lados de la ecuación.
Detrás de cada estadística sobre narcotráfico hay familias destruidas, comunidades fragmentadas y personas que tomaron decisiones desesperadas en circunstancias imposibles. Las 11 personas que murieron en esa embarcación tenían nombres, historias, posiblemente familias que ahora lloran. Reducirlas a "narcoterroristas" en un video promocional es deshumanizar el costo real de estas políticas.
Del mismo lado, las familias estadounidenses que pierden a sus seres queridos por sobredosis de fentanilo merecen políticas coherentes y efectivas, no teatro político que desvía recursos de donde realmente se necesitan.
La lucha contra el narcotráfico requiere cooperación internacional, inversión en programas de salud pública, y políticas basadas en evidencia, no en impulsos vengativos. Los ataques unilaterales pueden generar titulares impactantes, pero no resuelven las causas estructurales que alimentan tanto la producción como el consumo de drogas.
Hay que preguntar: ¿Está dispuesto el pueblo norteamericano a aceptar un futuro donde las decisiones de vida o muerte se tomen sin supervisión, donde la fuerza militar reemplace al debido proceso, y donde las vidas humanas se conviertan en daño colateral de políticas mal diseñadas?
El ataque en el Caribe no es solo sobre Venezuela o narcotráfico; es sobre qué tipo de país quiere ser EEUU y qué valores está dispuesto a defender, incluso cuando sea políticamente conveniente abandonarlos.
Las aguas del Caribe han vuelto a la calma, pero las ondas de esta decisión seguirán expandiéndose. La pregunta es si SE tendrá el coraje de examinar honestamente lo que ha hecho y por qué.
NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE.