El 25 de noviembre pasado publiqué “El impacto brutal de la IA en la Medicina”, relativo a mi caso personal.
En esta ocasión relaciono el impacto de la IA con todo…
La sociedad está entrando en una mutación que todavía no ha entendido. Se habla de “impacto tecnológico”, de “transformación digital”, de “oportunidades” y “riesgos”. Palabrería hueca. Lo que viene no es una evolución: es revolución, un vuelco radical en la estructura misma de la vida social. Se está produciendo un giro que nadie —ni políticos, ni periodistas, ni académicos, ni otros titulares del saber— está afrontando con la claridad necesaria.
La irrupción de la inteligencia artificial no es un cambio técnológico. Es un cambio antropológico. Un corte en seco del modo en que los seres humanos han funcionado durante miles de años.
El fin del monopolio del saber
Durante siglos, el mundo se organizó sobre un reparto muy claro: el saber era de unos cuantos; la inmensa mayoría ignoraba y obedecía. Ese edificio sostenía las superestructuras de la sociedad: los Estados, los sistemas sanitarios, la justicia, la educación y hasta la vida cotidiana. Ahora el edificio empieza a derrumbarse, pero nadie, de ningún ámbito de los centros de la intelligentsia, parece dispuesto a reconocerlo.
La IA dinamita el privilegio del experto. Ya no es imprescindible un economista para entender los números, ni un jurista para descifrar una sentencia, ni un periodista para interpretarlo todo. La autoridad se diluye como un terrón de azúcar. Y quienes vivían de ella— los colegios profesionales, los políticos, los medios, los enseñantes universitarios— no aceptan la evidencia: que han perdido el monopolio: una convulsión.
Luego viene la desobediencia masiva
Cuando el ciudadano se da cuenta de que no necesita a un experto para comprender lo esencial, deja de obedecer automáticamente. Ese proceso ya está en marcha. La gente empieza a preguntar, a comparar, a comprobar. Sobre todo, a desconfiar de cualquier institución que no sea transparente, de las que hay muy pocas.
El Estado, las administraciones, los ministerios, los cuerpos profesionales… todos están perdiendo el aura de infalibilidad. Lo temen. Y lo ocultan. Pero es cuestión de tiempo que la desobediencia se normalice. No una desobediencia violenta, sino una sutil: la desobediencia del criterio. La más peligrosa para cualquier poder.
La desaparición del intermediario
La IA actúa sin ideología, sin interés creado, sin favores políticos, sin sueldos públicos y sin aspirar a un sillón. Esa neutralidad técnica es intolerable para una sociedad construida sobre capas de intermediarios: gestores, asesores, mediadores, banqueros, burócratas, opinadores políticos. Miles de personas eran necesarias para que la sociedad “funcione”. Ya no lo son. El sistema lo sabe. Por eso está retrasando como puede lo inevitable: su propia irrelevancia.
El miedo del poder
Mientras tanto, los gobiernos se apresuran a regular, controlar, vigilar, limitar, prohibir. Hablan de “riesgos” y “amenazas”. Pero la amenaza no es la IA.La amenaza es que el ciudadano piense por sí mismo; que el paciente ponga contra las cuerdas al médico; que el contribuyente entienda los números mejor que el inspector o el ministro; que el estudiante escriba mejor que su profesor; que el ciudadano sepa más leyes y las interprete con la epiqueia que, sobre todo en España, no aplica el juez. Eso nunca había ocurrido. Y ahora empieza a ocurrir cada día.
La soledad del individuo consciente
Porque mientras la sociedad entera trata de seguir funcionando como antes, cada persona que comprende lo que está sucediendo queda inevitablemente sola. No sola es soledad emocional: es una soledad inédita. La soledad de quien ve el mapa real mientras el resto sigue mirando el mapa viejo. Ese individuo —cada vez más frecuente— se convierte en un disidente silencioso. No rompe nada. No grita. No se rebela. Simplemente ha dejado de creer.
Y cuando una sociedad está llena de ciudadanos que ya no creen en sus agentes sociales, ni en quienes la gobiernan, cambia de piel.
Lo que viene
Lo que viene no es un progreso lineal, ni una mejora gradual: es una ruptura. Una fractura en la que los poderes tradicionales —Estado, prensa, profesiones, academias— se preparan inútilmente para conservar sus privilegios.Y no podrán.
Porque la inteligencia artificial ha entregado al ciudadano una herramienta que nadie ha podido controlar. La herramienta es haber conseguido adquirir criterio propio. Esa es la revolución verdadera. No la más visible, pero sí la más profunda.
Los próximos años serán convulsos no porque la IA se vuelva más poderosa, sino porque los humanos se darán cuenta, por primera vez, de que pueden vivir sin tanta tutela. Y el poder, allá donde se encuentre su sede no sabe gobernar a ciudadanos así. Incluso la justicia interpretada por la IA terminará siendo el Tribunal definitivo, al menos para las naciones europeas del sistema económico y político.