Vehículos a baterías, claro que sí; pero antes hay que sancionar a los gringos por no sembrar tunas y cujíes

Lunes, 29/12/2025 04:59 AM

En la web podemos encontrar múltiples informaciones, análisis y pronósticos que juran por lo más sagrado que, para el año 2030, solo se venderán vehículos eléctricos o, a lo sumo, híbridos. Voy a arriesgarme a negar tales profecías de forma tajante, asumiendo de antemano la responsabilidad, el escarnio o el ridículo del cual pueda ser objeto al atreverme a semejante "temeridad" desde mi humilde ubicación geográfica y mi percepción de las realidades que nos intentan imponer desde los grandes centros de poder.

En lo personal, me cuesta creer que el ciudadano promedio europeo acepte como vehículo de trabajo diario un sistema complicado de reparar y carísimo, dependiente de baterías cuya vida útil es menor a diez años —si el uso es el adecuado— y con una potencia real sencillamente inferior a la de un motor de combustión interna simple.

Otro argumento rebatible es que la demanda de petróleo se ha reducido en un 30% respecto a hace cincuenta años. No dudo de la estadística, pero hay que incorporar a esa medición el deducible tecnológico: ya no existen los motores de ocho cilindros ni los bombillos incandescentes. En cuanto a la generación eléctrica, hay que señalar con cierta ironía que las termoeléctricas han mermado su actividad más por sus dificultades operativas y obsolescencia que por una verdadera voluntad política de reducir el consumo de fósiles.

La producción fuerte y real de energía, esa que mueve las industrias, sigue proviniendo de las centrales hidroeléctricas y nucleares. Miren, para generar la misma energía que una central de 10,000 MW, se necesitaría alfombrar con paneles solares una superficie casi diez veces mayor que el área de su propio embalse.

Es loable el diseño de parques eólicos, estoy plenamente de acuerdo; pero cuando se afirma que el 90% de los nuevos proyectos de generación son solares o eólicos, se omite que son básicamente para contribuir a la electrificación de zonas residenciales, que crecen sin parar, y no para zonas verdaderamente industriales, además de la dificultad y enorme costo para transportar energía eléctrica cuyo origen o almacenamiento es DC. La realidad es que la demanda global de petróleo supera los 100 millones de barriles diarios, una cifra tan descomunal que hace que cualquier promesa de abandono total de los fósiles en lo que resta de este siglo sea improbable. En lenguaje popular: los deseos no empreñan.

También nos han bombardeado con que existen formas "eficientes" de obtener hidrógeno, declarándolo como el rival de la gasolina; aunque en realidad 14 litros de hidrógeno líquido tienen el poder energético de un litro de gasolina. Siendo la real ventaja la abundancia, pues se obtiene del agua, se olvida mencionar que el proceso de electrólisis requiere una cantidad ingente de energía. La energía ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma; en lenguaje popular: nadie da algo a cambio de nada.

Químicamente es posible producir combustible líquido a partir del CO2 de la atmósfera y el hidrógeno del agua; algo superinteresante, pues el CO2 que se produzca sería el mismo que se recoge, creando lo que parecería el ciclo perfecto. Sin embargo, la energía necesaria para captar el CO2 y el hidrógeno, para luego hacerlos reaccionar y producir el hidrocarburo, requiere no menos de diez veces la energía que se lograría obtener de dicho combustible. Además, este proceso genera otros compuestos muy contaminantes, pues el nitrógeno se asocia con el oxígeno produciendo óxidos de nitrógeno y nitratos, mientras que el carbono residual puede derivar en la producción de cianuros; en lenguaje popular: peor el remedio que la enfermedad.

Un ambiente apto para la vida implica reducir las emisiones de CO2 porque estamos rompiendo un ciclo vital. Los seres vivos inhalamos oxígeno y expulsamos CO2, tomando el carbono de los alimentos; algo muy similar ocurre con las fábricas y los motores, que toman oxígeno de la atmósfera y carbono de los combustibles para generar energía. El caso de las plantas es el gran balance compensatorio que la tecnocracia parece olvidar: durante la fotosíntesis absorben ese CO2 y nos devuelven oxígeno. Aunque de noche el proceso se invierte, el balance es positivo, ya que por cada dos kilogramos de dióxido que absorben, utilizan uno para crecer y darnos frutos, devolviendo uno menos a la atmósfera.

La solución verdadera, lógica e impostergable para preservar la vida planetaria y mantener nuestras comodidades no es imponer vehículos eléctricos, sino reforestar el planeta. Asustan las imágenes satelitales donde vemos que más de la mitad de África es arena estéril y que desiertos como el de Sonora —que, por cierto, incluye a una Arizona que políticamente fue mexicana hasta que el destino dijo otra cosa— siguen devorando tierra potencialmente fértil. En África se lucha con recursos mínimos, pero en Norteamérica sobra dinero y tecnología para desalinizar agua y revertir el proceso; el problema es que plantar árboles no es tan rentable para los mercados como vender bonos de carbono, bonos del Tesoro y baterías de litio.

Mientras en África se intenta frenar la arena con la "Gran Muralla Verde", un esfuerzo heroico entre 11 países, en Arizona el crecimiento es impulsado por la urbanización salvaje y el agotamiento de los acuíferos. Es tan irresponsable el manejo de los ecosistemas áridos al oeste de los EE. UU. que solo la ciudad de Phoenix, con sus 5 millones de habitantes y sus miles de kilómetros cuadrados de cemento y asfalto que retienen el calor, hace crecer al desierto de Sonora en 80 km cuadrados anuales. Es una degradación irreversible de la cual casi nadie habla y que muy pocos se atreven a denunciar.

El petróleo seguirá siendo, nos guste o no, la columna vertebral del transporte por muchísimos años. Es la única opción real para países con limitaciones de territorio y agua; recurso que, por cierto, las centrales nucleares devoran para su refrigeración. El debate político prefiere ignorar la ciencia que define al petróleo como un recurso no renovable y, aunque usen el eufemismo de "reservas" para calmar a las bolsas de valores, el concepto mismo implica que pronto se acabará. Pero hasta que ese día llegue, seguirá siendo casi imposible de sustituir por su portabilidad y su densidad energética.

Pensar que los grandes industriales van a poder sustituir el petróleo con baterías en lo que resta del siglo lo considero muy difícil. Y no es una apuesta mía, es una consideración que me surge luego de ver ofertas ecologistas (paneles solares, baterías e inversores) impagables en las vidrieras de centros comerciales y videos en redes sociales donde soldados de la superpotencia secuestran buques petroleros con el pretexto de luchar contra el terrorismo o el narcotráfico en lugar de sembrar tunas y cujíes.

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