Durante décadas, la conservación de la biodiversidad ha estado anclada en el análisis del pasado. Observamos la disminución de especies, la pérdida de cobertura forestal, la proliferación de floraciones algales y la erosión de funciones ecosistémicas. Sin embargo, como advierte el ecólogo canadiense Jeremy Kerr (2021), "cuando los datos llegan, el daño ya está hecho". Esta mirada retrospectiva, aunque valiosa para entender patrones, rara vez ofrece herramientas útiles para actuar a tiempo.
El problema del retraso en la información
Los sistemas de monitoreo actuales, aunque cada vez más sofisticados, suelen ser lentos en generar alertas prácticas. Cuando detectamos que una especie ha desaparecido de un ecosistema, es probable que las condiciones que permitían su existencia ya hayan colapsado. Este desfase entre observación y acción ha sido señalado por investigadores como Díaz et al. (2019), quienes argumentan que "la conservación reactiva no es suficiente en un mundo en rápida transformación".
¿Y si pudiéramos anticiparnos?
Imaginemos que pudiéramos saber con antelación que un humedal está a punto de perder su capacidad de filtrar contaminantes debido a cambios en el uso del suelo. O que un bosque tropical está cerca de un umbral crítico de fragmentación que pondría en riesgo a decenas de especies arbóreas. Ese tipo de conocimiento predictivo permitiría tomar decisiones antes de que el daño sea irreversible.
Esta es la lógica detrás de los enfoques de modelización ecológica que están ganando terreno en la ciencia de la conservación. Modelos computacionales, desde redes bayesianas hasta simulaciones basadas en agentes, permiten proyectar estados futuros de los ecosistemas a partir de datos climáticos, de uso del suelo, interacciones bióticas y más. Por ejemplo, el modelo GLOBIO, desarrollado por el Netherlands Environmental Assessment Agency, ha sido utilizado para estimar la pérdida de biodiversidad global bajo distintos escenarios de desarrollo (Alkemade et al., 2009).
De la predicción a la política
La necesidad de anticipación no es solo una cuestión técnica, sino también política. La Estrategia Global para la Biodiversidad (GBF, por sus siglas en inglés), adoptada en Kunming-Montreal en 2022, ha sido criticada por centrarse excesivamente en metas retrospectivas. En respuesta, un grupo de científicos ha propuesto la creación del Programa Mundial de Investigación sobre la Biodiversidad (WBRP, por sus siglas en inglés), una iniciativa internacional para coordinar la modelización y la investigación prospectiva en biodiversidad (Pereira et al., 2023).
Este programa buscaría integrar datos de múltiples fuentes, sensores remotos, ciencia ciudadana, inteligencia artificial, para generar alertas tempranas y escenarios de riesgo. Su objetivo: dotar a los tomadores de decisiones de herramientas para actuar antes de que los ecosistemas crucen puntos de no retorno.
Conclusión: cambiar el reloj de la conservación
La conservación del siglo XXI debe dejar de mirar solo por el retrovisor. Como señala la bióloga Sandra Díaz, "necesitamos una ciencia que no solo describa lo que perdimos, sino que nos diga cómo evitar perder más". Apostar por la predicción no es una renuncia al rigor científico, sino una evolución necesaria para enfrentar los desafíos de un planeta en crisis.