A lo largo de la historia, los humanos han ansiado por formas de permanencia: nombres grabados, corazones tallados, figuras y fechas inscritas en piedras, en madera o en la corteza de árboles, pinturas, esculturas, obras musicales, cuentos e historias. Aunque muchas de estas tradiciones puedan ser artísticas o poéticas, tallar árboles vivos es una forma de mutilación que deja profundas heridas en seres vivos indefensos. De manera paradójica, el deseo de inmortalizar el amor, la amistad o el arte termina causando heridas traumáticas a otro ser vivo.
Tallar un árbol vivo implica perforar su piel - la corteza - que no sólo actúa como un escudo protector vital. La llamada " corteza interna ", o floema , son los tejidos del árbol que transportan y distribuyen los nutrientes desde las hojas al resto del árbol. Estos son los compuestos orgánicos solubles que se fabrican en las hojas a través de la fotosíntesis, en particular sacarosa, aminoácidos, ácidos orgánicos, lípidos y fitohormonas.
Debajo de la corteza se encuentra el cámbium , una delgada capa de células meristemáticas, capaces de dividirse y generar nuevos tejidos, lo que permite el crecimiento. El cámbium es como el corazón generativo del árbol. Sin él, el árbol no podría crecer, reparar daños ni mantener sus sistemas de transporte de nutrientes.
El cambium genera por su lado externo los tejidos necesarios para el transporte de nutrientes, el floema. Utiliza a la vez los nutrientes del floema para, por su lado interno, acumular las células necesarias para que crezca la madera, ensanchando el diámetro del árbol. Su actividad está regulada por hormonas vegetales, como la auxina, la giberelina, el etileno, el ácido abscísico y los brasinosteroides que controlan cuándo y cómo se divide y promueven el crecimiento radial.
Estas dos delicadas y esenciales capas de células, el floema y el cambium, se encuentran entre las primeras víctimas de la mutilación provocada por la talla de árboles vivos.
La talla de árboles vivos no sólo interrumpe todos estos procesos vitales locales. Abran también vías para la penetración de patógenos , como hongos y bacterias. Esta práctica aparentemente inofensiva y creativa, puede comprometer la integridad vascular del árbol, ralentizar su crecimiento y facilitar infecciones parasitarias.
Los árboles no son objetos decorativos, ni lienzos para expresiones egocéntricas, ni material inerte para expresiones artísticas. Son seres vivos, con el mismo derecho a existir y desarrollarse que ostenta quien lo mutila, ya sea para expresar algún rasgo de lo que a su juicio sea creatividad, o para acumular dinero.
Cada árbol maduro puede albergar insectos, hongos, líquenes, aves y mamíferos—es un ecosistema vertical. Las tallas son heridas que obligan a desviar recursos de la fotosíntesis, la respiración y la reproducción, hacia la reparación de las heridas. En regiones biodiversas, como en bosques tropicales, estas alteraciones pueden generar efectos en cadena sobre el equilibrio biológico local.
Tallar árboles refleja una tendencia antropocéntrica, reforzando la idea de que la naturaleza se encuentra a nuestra disposición arbitraria para el uso o simbolismo humano. Mutilar a otro ser vivo, sin posibilidad de defensa, plantea también inquietudes éticas. Así como la sociedad moderna defiende los derechos de los animales, de los bosques, de los ríos y de los ecosistemas, debe extender esa misma reverencia a los árboles individuales. Su sensibilidad — manifestada en su crecimiento, en su resiliencia, en los servicios que presta, en la cooperación con otras especies—merece reconocimiento y protección.
Con frecuencia las tallas de los troncos de los árboles penetran hasta la médula central, provocando heridas traumáticas que reflejan una combinación de ignorancia, sadismo e insensibilidad hacia seres vivos indefensos. Otra expresión de la misma estupidez humana que condujo a la destrucción de todos los glaciares de Venezuela, a la destrucción de millones de hectáreas de bosques naturales, a la reducción drástica de la biodiversidad, a la devastación de ríos y tierras productivas, a la intensificación de sequías e inundaciones, a la contaminación del aire, del suelo, de las aguas y hasta de los alimentos que consumimos. Hemos llegado a tal extremo de obsesión y estupidez colectiva que hemos condenado a nuestros propios hijos a sobrevivir en territorio hostil para la especie humana ( 1 ).
Educación Ambiental
Los educadores ambientales podrían utilizar el tallado de árboles como estudio de caso en ética ecológica. Podrían explorar preguntas como:
- ¿Qué alternativas existen para expresar amor, memoria o creatividad, sin mutilar a otros seres vivos?
- ¿Cómo contribuyen los árboles al bienestar humano, a la estabilidad ecológica, al suministro de agua y oxígeno, a los ciclos del carbono y a la regulación climática?
- ¿Qué protecciones legales existen contra el vandalismo contra seres vivos, animales o vegetales, bajo el pretexto de la propiedad privada, la expresión artística o la acumulación de dinero?
- ¿En qué se diferencia el sadismo de la mutilación de árboles vivos con el sadismo de las corridas de toros o las peleas de gallos?
Plantar árboles podría ser una forma alternativa y constructiva de expresar amor, memoria o creatividad, sin causarle daños a otros seres vivos.
En la era de la degradación ambiental, la sensibilidad hacia la vida de los organismos no humanos ya no es opcional—es esencial. Un árbol tallado es testigo silencioso de ignorancia, insensibilidad y egocentrismo. Para evolucionar, debemos aprender a expresarnos de maneras que honren la vida, en lugar de herirla. Que nuestro legado sea uno de cuidado, empatía, conciencia ecológica y solidaridad con todas las expresiones de vida con las que compartimos este planeta.
En Venezuela los niños cantan desde sus primeros años: " Al árbol debemos solícito amor, jamás olvidemos que es obra de Dios ". Es hora de que los adultos respetemos, y hagamos respetar, el canto de nuestros niños.