Lo de escribir

Viernes, 24/10/2025 07:03 AM

Aquello que un día se llamó arte, con sus emociones, reservado a quien la naturaleza había dotado para ello, ahora se ha puesto al alcance de cualquiera. No solo eso, sino que lo de escribir ha pasado a ser una moda, sobre todo entre los que se creen aventajados en cualquier cosa, para resaltar su personaje y, de paso, tratar de recaudar algo de dinero fresco. La cuestión es que en gran medida lo de escribir ha dejado de ser la actividad exclusiva de una minoría intelectual que decía algo de interés para ahora integrarse en el campo de lo puramente comercial, donde lo que menos importa es la letra y el contenido, suplantados por ese otro producto virtual, el nombre, ofrecido al respetable para satisfacer su curiosidad, previo pago. Algunos nombres que suenan en la sociedad del espectáculo, bien sea de actualidad o francamente dejados de la mano de sus clientes, en la creencia de que se tiene algo que contar, tratan de mantenerse en el escenario comercial o saltar de nuevo a la escena, porque ven en el momento una posibilidad de mantenerse a flote. En ocasiones, se trata simplemente del personaje que promete vender, porque su nombre suena en los medios, y el empresario de la publicación entiende que el relato del ilustre de turno puede interesar al respetable y a su negocio, por lo que se embarca en la tarea de seguir inundando el terreno de papel para incrementar la contaminación y generar más basura.

El problema de fondo, que sería tener algo de interés que contar y escribirlo, ya no se ve afectado por aquel viejo problema de no saber hacerlo. Aunque siempre hubo soluciones para lo segundo. Estaba lo de firmar con un garabato y, para escribir lo demás, se disponía de la "o" con el canuto; de tal manera que los escribidores legos de la época podían salvar la situación a base de mucha paciencia con el canuto y artilugios similares. Todo eso dejó de ser un obstáculo cuando apareció a quien llamaron "el negro literario", encargado de salvar en su conjunto las deficiencias del aspirante a contador de una narración fabricada por las circunstancias. Ahora, ya no es necesario utilizar métodos artesanales ni sustitutos porque para eso ha llegado la llamada "IA", un nuevo negocio que tiene, de lo que se dice inteligencia, la poca con la que cuentan los incautos que van procurando datos y la mucha de sus gestores.

Con tales los medios, lo de escribir está al alcance de todos, basta con proponérselo, pero para vender, puesto que de esto es de lo que se trata, hay que disponer de un nombre que suene en el ambiente del espectáculo, ya que, en caso contrario, el asunto se pone cuesta arriba. Por tanto, no se trata de escribir, eso queda resuelto de una manera o de otra, solo basta con que al nombre que suena se le adjudique la patente de un relato propio o ajeno, cuyo interés literario es lo de menos, y quedar a la espera del resultado comercial del producto, a menudo directamente proporcional a la cuerda mediática que se ha dado a ese vendedor de sus cosas o de las de los otros. Animados por el auge del nuevo negocio, alimentado por los fieles de la sociedad del momento, son muchos de esos nombres y sus difusores los que quieren aprovecharlo sacando a la luz aventuras, desventuras y alguna vergüenza de los primeros, si es que las tienen, o las que alguien les fabricó, haciéndolo pasar como de cosecha propia a falta de creatividad. Tales autores, carentes de la más mínima calidad literaria, probablemente solo están a la espera de vender el bodrio de turno para hacerse ricos y, de propina, tratar de pasar a la historia, en tanto llega el meteorito.

Inundado el mercado con tanto participante y demasiada mercancía a la venta en la carrera del libro de estantería, es posible que los negociantes de un lado y de otro acabarán descubriendo que lo de escribir, en muchos casos, no da ni para pipas y se dediquen a otro negocio. Llegado ese momento tan esperado, el pa

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