El hundimiento del Orden Occidental y el surgimiento de un Mundo Multipolar

Jueves, 25/12/2025 05:22 AM

El sistema internacional establecido en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, se encuentra en una fase terminal. Este orden, hegemonizado por Estados Unidos y su pax americana, nunca logró una dominación completa debido al contrapeso ejercido por la Unión Soviética y el bloque comunista. Fue precisamente el esfuerzo y el inmenso sacrificio soviético el que contuvo la expansión del Tercer Reich y, posteriormente, disuadió una potencial agresión occidental que pudo haber desembocado en un conflicto nuclear inmediato. Así, la URSS no solo liberó a Europa del fascismo, sino que también constituyó un Segundo Orden Mundial que ofreció una alternativa ideológica y geopolítica al proyecto estadounidense.

Sin embargo, es crucial entender que la dinámica de los bloques no se regía únicamente por la ideología. En el análisis geopolítico, las doctrinas políticas funcionan como un factor más, cuya relevancia se activa o modula en combinación con intereses históricos, económicos y estratégicos concretos. La noción de "totalitarismo", elaborada por pensadoras como Hannah Arendt, sirvió como herramienta conceptual del Occidente liberal para agrupar bajo un mismo epígrafe a regímenes profundamente diferentes (nacionalsocialista, fascista, bolchevique), diluyendo sus abismales diferencias. Su utilidad real era más pragmática: estigmatizar como "totalitario" a cualquier sistema político no liberal y, sobre todo, no alineado con la hegemonía estadounidense. Esta etiqueta se convirtió en la piedra angular del discurso de la Guerra Fría, permitiendo crear una imagen especular del enemigo que justificaba la expansión de la influencia occidental.

Con la disolución de la Unión Soviética entre 1989 y 1991, el llamado "Hegemón" de la Primera Teoría Política (el liberalismo) se quedó sin su contraparte orgánica (la Segunda, el comunismo). El arsenal discursivo de la Guerra Fría se reconvirtió entonces, presentando al fascismo como la única alternativa posible al mundo "libre". Cualquier nación que se resistiera a la órbita de Washington podía ser rápidamente tildada de "totalitaria". En la actualidad, este mecanismo se aplica contra la Federación Rusa —a pesar de su sistema multipartidista y elecciones periódicas— y contra la República Popular China —con su modelo de gobierno singular—. Para el establishment atlantista, "totalitario" es sinónimo de soberanía no subordinada.

Occidente, y en particular su núcleo angloamericano, atraviesa una profunda crisis estructural. Su capitalismo, en su fase tardía, ha devenido en un sistema financiarizado y parasitario, basado en la deuda y desconectado de la economía productiva real. Estados Unidos, como epicentro de este modelo, es el país más endeudado del mundo y exporta esta lógica a sus aliados, creando una red de dependencia financiera que erosiona su soberanía. La crisis de 2008 puso de manifiesto la inviabilidad de este sistema y la naturaleza predatoria de sus grandes actores financieros.

Esta decadencia económica se refleja en un agotamiento moral, tecnológico y militar. La pretendida superioridad ética de Estados Unidos se ha desvanecido ante su recurrente desprecio al Derecho Internacional, sustituido por un ambiguo "orden basado en reglas". Tecnológicamente, Occidente pierde terreno frente a potencias asiáticas, especialmente China, donde la planificación estatal a largo plazo ha generado un dinamismo e innovación ausentes en las economías turbocapitalistas. Militarmente, aunque conserva un poderío aéreo y tecnológico formidable, ha demostrado debilidades en combate terrestre y en conflictos asimétricos, a diferencia de potencias como Rusia, cuya doctrina militar está forjada en la defensa del territorio nacional.

Paralelamente, ha emergido un conjunto de modelos alternativos. Países como China ofrecen sistemas de economía planificada o "socialismo de mercado" que priorizan la producción, la inversión a largo plazo y el desarrollo tecnológico. Rusia ha reafirmado su papel como potencia militar de primer orden. Juntos, y al lado de otras naciones en el marco de los BRICS, constituyen el embrión de un mundo multipolar que rechaza la unipolaridad occidental.

Un factor central en la arquitectura del poder occidental ha sido la denominada "religión holocáustica", según la terminología del filósofo Costanzo Preve. Sobre la base histórica innegable del genocidio nazi, se construyó un relato civil universal que otorgaba una superioridad moral casi absoluta y una impunidad política a la causa sionista. Este marco, según la tesis aquí expuesta, ha servido para blindar al Estado de Israel, presentado como una creación y un aliado estratégico fundamental del imperialismo angloamericano. El "sionismo", en esta visión, opera como una ideología de supremacía que trasciende lo confesional y se integra en la lógica del capital financiero occidental.

La OTAN, lejos de su origen como alianza defensiva, se ha transformado en el brazo militar agresivo de esta hegemonía en declive. El bombardeo de Yugoslavia en 1999 marcó un punto de inflexión, demostrando que la Alianza estaba dispuesta a atacar a estados soberanos europeos bajo pretextos humanitarios. Este precedente sentó las bases para intervenciones posteriores y para su papel en la guerra de Ucrania. Para las poblaciones europeas, la OTAN no es una fuente de seguridad, sino de peligro, ya que las arrastra a conflictos que no son suyos y fuerza una remilitarización en beneficio de los intereses estratégicos estadounidenses, en detrimento del bienestar social europeo.

Europa se encuentra en una encrucijada existencial. Sumida en lo que Preve llamó la "globalización" —en realidad, la imposición del american way of life— ha experimentado una erosión sistémica de sus pilares fundamentales: 1) la capacidad productiva, deslocalizada y dominada por oligarquías financieras; 2) la capacidad reproductiva, con un invierno demográfico que intenta paliarse con una inmigración masiva que, en muchos casos, genera tensiones culturales; y 3) la capacidad defensiva, delegada a la OTAN, que deja desprotegidos flancos vitales como el Mediterráneo frente a actores como Marruecos, un aliado privilegiado de Washington que cuenta con apoyo israelí y francés.

España ejemplifica estos riesgos de manera palpable. Atrapada en la "tenaza" Marruecos-Israel, ve cómo se socava su soberanía en el Estrecho de Gibraltar y en sus plazas norteafricanas, mientras la OTAN se muestra remisa a garantizar su defensa. Se percibe que se están creando "Estados artificiales" o "Estados-basura" —siguiendo el modelo de Israel, Kosovo o Ucrania— como plataformas de influencia e instrumentos de presión geopolítica. El proyecto occidental ha mutado desde un orden con pretensiones ideológicas (el neoliberalismo) hacia un nihilismo práctico, que prioriza la desestabilización y el control mediante actores intermediarios.

La conclusión es un llamamiento a la recuperación de la soberanía civilizatoria. Frente al "Occidente colectivo" en decadencia, se alza la realidad persistente de las civilizaciones —europea, china, islámica, india, iberoamericana—, cada una con su tradición y su modo de vida. Europa, y España dentro de ella, no están condenadas a ser satélites de un imperio en declive. Su futuro pasa por rechazar las guerras de proxy, reconstruir una economía productiva, fomentar la familia y la natalidad, y recuperar una defensa nacional con sentido patriótico, alejada de agendas globalistas. El respeto en el nuevo mundo multipolar se ganará mediante la autonomía, la paz y la cooperación entre pueblos soberanos, no mediante la sumisión a una hegemonía que se desintegra. El horizonte, por tanto, no es el del "choque de civilizaciones", sino el del diálogo necesario entre ellas, una vez desaparecido el falso monopolio de la universalidad occidental.

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