Se ha ido uno de los grandes. La noticia del fallecimiento de Héctor Alterio, un actor inmenso, nos deja un vacío profundo. Para quienes tuvimos el privilegio de tratarlo, aunque fuera brevemente, su pérdida se siente aún más cercana. Más allá de su magistral trabajo en cine y teatro, lo que siempre destacaré de Héctor es su incondicional generosidad y su profunda convicción cívica.
Mi relación con él, en gran medida, se construyó a través de la distancia, pero con la calidez que solo las causas justas pueden generar. Lo llamaba, una y otra vez, para solicitarle su adhesión a alguna iniciativa política o social. Y él, sin dudar, siempre aceptaba. Nunca había un "no" por respuesta cuando se trataba de poner su nombre y su prestigio al servicio de lo que creía correcto.
El Primer Encuentro en Madrid.
El primer contacto personal fue en un marco de gran simbolismo: una recepción a Néstor Kirchner en la Embajada Argentina en Madrid. Recuerdo perfectamente esa tarde. Me puse el único traje que tenía, y me encontré en la entrada con Ignacio Copani y su compañera. El salón estaba repleto de figuras políticas, pero mis ojos se detuvieron en dos: el gran (Jorge) Valdano y, por supuesto, Héctor Alterio.
A la hora del lunch, me retiré a una sala pequeña junto a Ignacio. Fue allí donde coincidimos con Héctor. Iniciamos una conversación increíblemente amena y fluida. Hablamos de todo, con esa sencillez que solo tienen las personas verdaderamente grandes. A los veinte minutos, la escena cambió: se sumaron Cristina Fernández y un ministro. Desde ese momento, Héctor Alterio se convirtió, sin proponérselo, en el centro de la conversación, irradiando esa sabiduría tranquila que lo caracterizaba.
El Encuentro Inesperado en Vigo.
Unos meses después, el destino nos volvió a unir, de una forma mucho más íntima y casual: en el centro de Vigo. Héctor estaba en la ciudad interpretando una de esas obras unipersonales que dominaba. Nos saludamos con una alegría genuina.
Inmediatamente, me preguntó dónde quedaba una taberna donde se comía muy bien en la Ciudad Vieja. No tuve que pensarlo: era, sin duda, O’Chabolas, un lugar emblemático de Vigo. Seguimos conversando de pie, en medio de la vereda, hasta que le propuse: "¿Por qué no vamos a tomar un café?". Aceptó de inmediato.
Nos sentamos, y la conversación siguió, pausada y profunda. Como se quedaba unos días más en la ciudad, matando el tiempo recorriendo sus rincones, concretamos vernos de nuevo para otro café.
Alterio, incansable, siguió trabajando en los teatros de España hasta el final. Su compromiso con el arte y con su gente nunca cesó. Se ha ido un pedazo de la historia del cine y el teatro, pero, para mí, se ha ido también ese hombre afable, que siempre atendía el teléfono por una causa y que me dejó con la deuda de aquel último café en las calles de mi ciudad.
Descansa en paz, maestro.