Una guerra en el mar Caribe para tapar el caso del escándalo Trump-Jeffrey Epstein. Hasta ahí puede llegar la locura

Miércoles, 12/11/2025 11:44 AM

La noticia de la muerte de Jeffrey Epstein en una cárcel federal de Nueva York en agosto de 2019, catalogada oficialmente como suicidio, desató una tormenta de dudas que aún resuena. Más allá del shock inicial, una teoría persistente y con tintes de operación encubierta ha ganado terreno en el imaginario popular y en ciertos círculos mediáticos: que Epstein no está muerto, sino que vive oculto en Tel Aviv, Israel. Esta hipótesis, alimentada por inconsistencias en el caso y el historial de la figura, se sostiene sobre una serie de "señales" y declaraciones que merecen un análisis en este artículo.

El primer pilar de la teoría de la huida reside en las anomalías que rodearon su supuesto suicidio. El millonario, acusado de tráfico sexual de menores, se encontraba bajo vigilancia especial, la cual fue supuestamente retirada o desatendida en el momento crucial.

Medios como The New York Times y The Washington Post reportaron que los guardias de la cárcel del Centro Correccional Metropolitano (MCC) no habían cumplido con sus rondas de 30 minutos y, peor aún, falsificaron registros para encubrir su negligencia. Para los teóricos de la conspiración, la negligencia fue, en realidad, una complicidad calculada.

El informe de la autopsia, realizado por la forense Barbara Sampson, determinó la causa de muerte como suicidio por ahorcamiento. Sin embargo, el reconocido patólogo forense Michael Baden, contratado por el hermano de Epstein, Mark, sugirió que las fracturas en el cuello (hueso hioides y cartílago tiroides) eran más consistentes con un homicidio por estrangulamiento, aunque no llegó a descartar el suicidio. Esta ambigüedad técnica se convirtió en una señal de alarma para los escépticos.

La elección de Tel Aviv, Israel, como el supuesto destino de Epstein no es aleatoria. Los promotores de esta teoría apuntan a las conexiones internacionales de Epstein, su presunta colaboración con agencias de inteligencia y el silencio gubernamental sobre sus cómplices de alto nivel.

Diversos analistas, incluidos algunos en medios alternativos y programas de opinión considerados para este análisis, señalan los vínculos de Epstein con figuras políticas, económicas y de inteligencia. Los señalamientos es que Epstein, con un conocimiento potencialmente explosivo sobre la élite global, habría negociado su "muerte" a cambio de información o silencio, siendo "reubicado" por una agencia poderosa que le garantizaría inmunidad. Israel, con sus sofisticadas redes de inteligencia (como el Mossad) y su historial en operaciones de ocultamiento o reubicación de personas de interés, encaja en esta narrativa.

Aunque no hay pruebas concretas, varios comentaristas y figuras públicas han avivado las llamas de la duda, señalando a Israel como un posible refugio.

Algunos opinadores de medios, haciendo eco de la especulación, han señalado que Israel podría ser un lugar atractivo por su ley de retorno y por la posibilidad de desaparecer en una de las ciudades más vibrantes y con una gran afluencia de expatriados y visitantes anónimos. La idea es que Epstein, con su vasta riqueza y capacidad para forjar identidades, podría vivir una vida de relativo anonimato bajo la protección tácita de un estado con el que tendría conexiones históricas o de servicios prestados.

También, periodistas que han investigado el caso, y que han sido citados en diversos podcasts y programas de análisis, han expresado frustración por la falta de transparencia y la rapidez con la que la investigación de la muerte fue esencialmente cerrada. Este "silencio institucional" ha sido interpretado por algunos, como el propio Mark Epstein, como una señal de que "alguien" de mucho poder quiso proteger su propia reputación y la de sus asociados, orquestando una huida con una coartada de muerte.

La teoría de que Jeffrey Epstein vive en Tel Aviv es, en última instancia, un artículo de fe basado en la desconfianza hacia el sistema legal y carcelario estadounidense. No hay fotos, ni pruebas de vida irrefutables. Sin embargo, la persistencia de esta hipótesis subraya un malestar profundo: el miedo a que las élites más poderosas puedan eludir la justicia a voluntad, incluso simulando su propia muerte.

La supuesta ubicación en Tel Aviv sirve como un poderoso símbolo periodístico de un lugar donde las dinámicas de poder, dinero y secretos internacionales podrían converger para ofrecer la máxima impunidad. El caso Epstein sigue abierto en la conciencia pública no por la necesidad de ver un cuerpo, sino por la imperiosa necesidad de conocer toda la verdad sobre quiénes fueron sus cómplices y por qué el sistema falló de manera tan espectacular. El "suicidio" fue un final demasiado limpio para una historia tan sucia, y hasta que no haya una transparencia total, la sombra de un Epstein tomando el sol en el Mediterráneo seguirá siendo una narrativa poderosa.

Y es precisamente en esta opacidad institucional donde la teoría de la huida de Epstein converge con la estrategia de distracción política de la administración de Donald Trump. La necesidad de desviar la atención pública de un escándalo que toca a la cúpula global, y que podría tener ramificaciones en Washington, es una variable clave para entender la agenda política actual.

Mientras las preguntas sobre la 'muerte' de Epstein se acumulaban, la atención de la opinión pública estadounidense, y la del mundo, era constantemente redirigida hacia conflictos externos y retórica confrontativa.

La intensificación de la presión contra el gobierno venezolano, las sanciones económicas y la retórica de cambio de régimen no solo apuntan a objetivos geopolíticos, sino que también monopolizan los titulares sobre política exterior, ofreciendo un enemigo claro y un relato de "lucha por la democracia" que es fácil de consumir.

De igual manera, la constante tensión en la frontera con México, la insistencia en la construcción del muro y la demonización de la inmigración ilegal sirven como un foco de alarma nacional. Esta narrativa mantiene a la base de votantes movilizada y desvía la conversación de temas incómodos, como las conexiones de la élite de Nueva York con Epstein.

Así mismo, el acercamiento y posterior tensión con el gobierno de Brasil, y ahora con Colombia, a menudo en el contexto de disputas comerciales, ambientales o narco terrorismo, representa otro frente de atención internacional que contribuye a la saturación informativa.

La teoría es simple pero potente, al mantener al pueblo estadounidense absorto en crisis fabricadas o magnificadas contra vecinos como Venezuela, México, Brasil y Colombia, la administración logra soterrar y minimizar el impacto de escándalos internos de magnitud colosal como el de Jeffrey Epstein. La simulación de una muerte y la reubicación de una figura tan peligrosa requieren un silencio mediático y político que solo puede lograrse con una cortina de humo internacional lo suficientemente densa.

En este juego de sombras, Jeffrey Epstein se convierte en el fantasma necesario que justifica la necesidad de una distracción geopolítica. Su supuesta vida en Tel Aviv no es solo un rumor conspirativo; es un testimonio de la impunidad de las élites, convenientemente ocultada por el ruido constante de una política exterior agresiva y polarizante. La pregunta no es solo dónde está Epstein, sino qué verdades vitales se nos están impidiendo ver mientras miramos hacia el sur.


 

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