España, Francia y Gran Bretaña

Domingo, 12/10/2025 08:44 PM

España es un país que se mira al espejo y cree que es moderno: sostenido por la UE, los fondos europeos y la economía de consumo. Pero por dentro está hueco: sin confianza general, sin élites morales de calado, sin instituciones con autoridad real, y con un resentimiento histórico que burbujea bajo la superficie. Francia y Gran Bretaña pueden estar divididas políticamente, pero saben quiénes son. España no: su problema no es coyuntural, sino existencial. Demasiadas diferencias de carácter conviven aquí como tribus en guerra perpetua, imposibles de unificar con decretos, discursos vacíos, o con leyes draconianas.

Seis Planes de enseñanza han desfilado desde la transición hasta hoy, tras la uniformidad pedagógica religiosa, teocrática, coercitiva del franquismo. Ni la escuela ni las instituciones han logrado —ni han querido— formar ciudadanos conscientes de un destino común. Las generaciones se suceden sin moral pública estable, sin relato histórico compartido y sin noción clara de lo que es el bien común. Aquí, la educación no construye nación: reproduce las fracturas. En Francia, la escuela fabrica franceses; en España, la escuela cuenta cómo somos diferentes y por qué no nos entendemos.

Francia tiene un Estado republicano-moralista que da sentido a la desigualdad; Gran Bretaña, un Estado tradicional que la da por supuesta. España no tiene ni lo uno ni lo otro: ni tradición civil sólida, ni proyecto republicano integrador. Solo la pertenencia a Europa y la anestesia consumista actúan como diques frente a la amenaza de otra fractura interna. Diques de conveniencia, no de convicción.

El sistema educativo español nunca fue nacional en sentido republicano; siempre fue administrativo o doctrinal: al servicio de la Iglesia, de las oligarquías o, tras 1978, de la fragmentación autonómica. El Estado nunca se atrevió a fijar un canon cívico común, por miedo a parecer "centralista". Cada comunidad ha modelado su propio relato histórico, su lengua y su simbología, sin conexión con los demás. La educación se ha convertido en este nuevo régimen en un campo de batalla ideológico, no en un instrumento de integración.

El ideal francés de citoyen —persona formada, consciente de derechos y deberes, racional y laica— nunca ha arraigado en España. Aquí, el Estado siempre optó por contentar a los acomodados antes que educar con un claro propósito.

Mientras Francia educa ciudadanos y Gran Bretaña perpetúa tradiciones, España sigue siendo un puzzle sin terminar. Esta nación es un ensayo interminable: ensayo de religiones, ensayo de partidos, ensayo de autonomías… y ensayo de paciencia ajena.

Una nación compuesta por idiosincrasias heterogéneas puede lograr un carácter homogeneo, si el Estado tiene voluntad pedagógica nacional sostenida, coherente y republicana. Pero no, España no ha querido ni ha sabido hacerlo. Ni ha cuajado la República, ni se ha propuesto nunca el Estado Federal, lo que hubiera aglutinado a la población. Al final España siempre aparece en la Historia, incluso con la UE como puente, como una nación siempre a medio hacer, como un experimento a medio cocinar.

Jaime Richart

12 Octubre 2025

Nota leída aproximadamente 776 veces.

Las noticias más leídas: