En las últimas semanas, el presidente argentino Javier Milei ha vuelto a demostrar que su estrategia política se sostiene menos en la gestión de los problemas reales del país que en la construcción de relatos conspirativos. Su gobierno difundió la versión de que una supuesta “trama de espías rusos” estaría operando para desestabilizar a la administración libertaria, acusación tan grave como inconsistente.
La respuesta de Moscú no tardó en llegar: la Cancillería rusa convocó a su embajador en Buenos Aires para consultas, un gesto diplomático contundente que equivale a una señal de repudio frente a lo que considera una acusación infundada y ofensiva. Este episodio refleja no solo el deterioro de las relaciones bilaterales, sino también la peligrosa improvisación en política exterior de la Casa Rosada.
Lo preocupante es que Milei parece usar estas narrativas como un mecanismo de distracción. En lugar de asumir su responsabilidad frente a la inflación persistente, la caída del poder adquisitivo, los recortes sociales que afectan a millones de argentinos y el clima creciente de descontento, prefiere instalar teorías conspirativas. Se trata de una estrategia clásica: señalar un enemigo externo para ocultar la incapacidad de gobernar en el frente interno.
El recurso del “espionaje ruso” no solo carece de sustento público verificable, sino que se inscribe en un patrón más amplio del discurso mileísta: demonizar al extranjero, construir antagonistas ficticios y manipular la opinión pública a través del miedo. Al presentar al país como víctima de una amenaza internacional, Milei pretende cohesionar a sus bases y, al mismo tiempo, desviar la atención de las carencias de su gestión.
Sin embargo, la sociedad argentina ya carga con un largo historial de crisis y no resulta sencillo engañarla indefinidamente. El pueblo demanda soluciones concretas: empleo, estabilidad de precios, seguridad y dignidad. La espectacularización de la política exterior no da de comer, no llena la heladera ni paga las cuentas.
El verdadero peligro para la Argentina no está en una supuesta red de espías rusos, sino en un presidente que convierte la gestión en un show y que, en nombre de la libertad, degrada la institucionalidad y erosiona las relaciones internacionales. Al final, la maniobra de Milei termina revelando más de sus debilidades internas que de cualquier amenaza extranjera.