Todo proyecto humano palidece ante el fatalismo de la entropía. Podemos olvidarlo, como los griegos olvidaban intencionadamente sus mitos para seguir viviendo. También podemos desplazarlo al subconsciente para no perder el equilibrio. Pero el dato está ahí: la biosfera se degrada, tanto por el principio de entropía como por el impacto del ser humano. la vida se encamina a su agotamiento.
Algunos prefieren ignorarlo; otros lo sentimos ante cada pradera seca, ante cada árbol muerto en primavera. Y aunque podamos engañarnos pensando que "aún no toca", lo cierto es que el desorden, la entropía, ya está aquí. Los primeros síntomas fueron la extinción gradual de incontables especies de la flora y de la fauna. Y no se detiene para recordarnos que todo se derrumba. Nuestra generación ya lo sabe. Pero si nuestra generación todavía no sufre los efectos más letales, no tardarán mucho las siguientes en vivir las tribulaciones bíblicas. Hace mucho, sociobiólogos vienen vaticinando que el suicidio colectivo será el último avatar de la humanidad.
La causa primera y última de la ruina del ser humano no está en abstracciones lejanas, está en el emblema del progreso: el coche.