En situaciones de catástrofe, ya sean naturales o provocadas por el ser humano, la prioridad no es salvar primero a los hombres, sino a las mujeres y a los niños. Hay razones para eso, y son antiquísimas: 1) Las mujeres y los niños encarnan la esperanza de supervivencia del grupo, 2) la continuidad cultural ha dependido en muchas sociedades de las mujeres, 3) los hombres «biológicamente» son más aptos para
la lucha cuerpo a cuerpo, para el trabajo físico que demande gran fuerza muscular, y para resistir duras condiciones ambientales, y 4) preservar la vida de los niños y mujeres suele justificarse moralmente en razón de su presunta indefensión.
Pero, vamos, esta priorización no significa que la vida de los hombres tenga menor valor intrínseco que el de mujeres y niños. En Gaza, han sido asesinados más de 33.000 hombres desde octubre de 2023, cifras a la que habría que sumar todos los que aun yacen sepultados en los escombros, los que murieron por causa de las torturas y los malos tratos infligidos en los campos de concentración de Israel, los que morirán como consecuencia de sus heridas (se estima que hay 93.000 hombres heridos) y los que fallecen por causas «indirectas» (hambre, sed y falta de atención médica).
Estos hombres vivían en ciudades y campos como cualquier ciudadano del mundo, eran los padres, abuelos, tíos, hermanos y amigos de otras personas. Muchos eran el sustento de sus familias. Ellos eran agricultores, pescadores, periodistas, maestros, profesionales, músicos, deportistas, artesanos, escritores, docentes, obreros, empleados, trabajadores humanitarios, rescatistas…
Hombres ancianos, adultos y jóvenes. Hombres con profundas convicciones morales. Hombres religiosos, musulmanes y cristianos. Hombres que regresaban a su tienda del refugio, contentos con un saco de harina a la espalda, y hallaron a sus familias masacradas o diezmadas. Hombres que regresaron inermes de las trampas del hambre, amontonados en carretas, envueltos en mortajas ensangrentadas, recibidos por los gritos desgarrados y el llanto de sus mujeres y niños, ahora más desamparados y hambrientos que nunca.
Y sí, claro que sí, también hay hombres de la resistencia, que casi desprovistos de armas se alzan contra un poderosísimo ejército de ocupación extranjera. Hombres que desafían a una maquinaria demoníaca que masacra niños, mujeres y ancianos, que arrasa todo a su paso, que secuestra, viola y tortura sin piedad ni distinción, empeñada en exterminarlos para arrancarles hasta la última porción de su tierra y su historia.
La narrativa de los genocidas y sus cómplices occidentales homogeneiza a los hombres palestinos con un relato deshumanizante, pretenden que veamos a estos hombres ─a todos─ como terroristas despiadados que merecen la muerte. Anhelan que legitimemos su exterminio, que interpretemos su resistencia heroica como actos de barbarie, que les neguemos su condición de víctimas.
«Padres de todo el mundo, les escribo no para buscar compasión, sino para pedirles una voz, para que su voz sea una extensión de la mía, y sus latidos un apoyo para el mío, para compartir mis cuerdas vocales. Hablen a sus hijos de nuestros hijos, y al mundo de nuestros corazones. Díganles que tenemos brazos que saben abrazar, ojos que saben llorar, y sentimientos que se derriten de anhelo. Que tenemos corazones que aman, temen, se alegran y encuentran la paz, igual que ustedes. No se olviden de Gaza, ni la aparten de su vista. Díganle al mundo que hay padres viviendo bajo fuego, ejerciendo su paternidad en una tienda de campaña deteriorada, enseñando a sus hijas e hijos el significado del amor, incluso en la guerra y bajo los bombardeos. Recuerda que te escribo desde el corazón del fuego, escribiendo con la voz de cada padre paciente, de cada padre destrozado, de cada padre afligido, con la voz de cada padre que sueña un mañana mejor. Te escribo mientras buscamos la esperanza, y seguiremos buscándola, hasta encontrarla. Así que sé nuestra voz y ruega por nosotros.» Dr. Hassan Al Oatrawy. PhD en psicología. Universidad de Al-Aqsa. Gaza, Palestina.