"Sabemos que este juicio ha despertado pasiones, dividido opiniones… pero también sabemos algo más importante: el derecho no puede temblar frente al ruido y la justicia no se arrodilla ante el poder" Jueza Sandra Heredia.
A Al Capone, el célebre jefe mafioso de Chicago durante la ley seca, jamás le probaron un asesinato. No pudieron atraparlo por contrabando, extorsión, secuestros ni por la masacre de San Valentín. Pero cayó. ¿Por qué? Por evasión de impuestos. El imperio criminal más temido de los años 20 fue desmontado por una firma contable y una oficina de impuestos. Capone terminó en Alcatraz, y aunque salió años después por su deterioro físico y mental, murió por sífilis en estado avanzado. No lo tumbó una bala. Lo tumbó el sistema tributario.
Ayer, en Colombia, ocurrió algo similar. Por primera vez, un intocable fue tocado. Un innombrable, fue nombrado reo. Álvaro Uribe Vélez, expresidente de la República, fue declarado culpable en primera instancia por soborno y fraude procesal. No por los más graves crímenes de los que se le ha acusado moral o mediáticamente: ni los falsos positivos, ni las masacres, ni su presunta connivencia con grupos paramilitares. No. Lo que finalmente lo alcanza es haber intentado manipular testigos.
La historia no se repite, pero rima.
Capone y Uribe, ambos figuras de poder desbordado, ambos rodeados de silencios cómplices, ambos creídos por encima de la ley. Y sin embargo, ambos mordidos por lo más elemental del Estado de derecho: no por lo que hicieron a gritos, sino por lo que hicieron en susurros.
No se trata de celebrar una condena, sino de reconocer que la justicia, cuando llega, lo hace por caminos impredecibles.
Lo que no pudieron los muertos, lo pudo una grabación.
Lo que no lograron las madres de Soacha, lo provocó una denuncia mal calculada.
Como Capone, Uribe no cayó por lo que todos gritan, sino por lo que él creía que nadie oiría.
Y al final, no fueron generales ni políticos quienes lo enfrentaron. Fueron tres mujeres:
Una fiscal que no se dejó presionar.
Una juez que se atrevió a firmar lo que nadie firmaba.
Y una mujer valiente, Deyanira Gómez, que se negó a traicionar la verdad.
Tres mujeres. Tres voces firmes. Tres pasos que estremecieron el mito.
El intocable, fue tocado.
El invencible, vencido.
Estas palabras pasarán a la historia:
"La justicia no se arrodilla ante el poder, no ve cargos, nombres ni estatura… No está al servicio de la prensa, ni de la historia o la política. Está al servicio del pueblo colombiano" Jueza Sandra Heredia.
Alvaro de Jesús
Escritor y Analista