No sé si es ésta una declaración como solista, un manifiesto a la unicidad perseverante, la confesión de un secreto sin interés mediático, una reiteración personal como quien se reafirma en el credo de vida.
Cuba es fuente y parte integrante de mi creencia y mi querencia. La lealtad a Cuba es una condición necesaria e imprescindible de la convicción fundamental que rige mi existencia.
Cuando nombro Cuba hablo de la única forma de entender Cuba desde Hatuey y Carlos Manuel de Céspedes hasta Fidel, Raúl Castro y Díaz Cannel. Porque sólo en Revolución adquiere personalidad ese ente vivificante de independencia, forjada en la secuencia indetenible de heroísmos históricos y cotidianos (Historia de Decoro) que ha creado a Cuba como referente universal de dignidad.
Cada 26 de julio, aniversario del "Moncada", cada 1° de enero, cada día que la infancia va a las escuelas y las juventudes a las universidades, cada jornada que un guajiro riega en su tierra amada, yo siento a Cuba como el fluir de mi sangre y mis memorias más preciadas.
De sus inmensas dificultades podemos hablar, ¡claro!, pero hurgando en las causas del suplicio con que los supremacistas norteños han pretendido doblegarla siempre. Quien no esté dispuesto a ir al fondo de la historia, porque carece de pulmones de conciencia o porque ya la opacidad de su espíritu lo incapacita a discernir lo terrible, debe callar y seguir su curso hipnótico por las vías de la claudicación y el servilismo.
La insularidad es en sí misma una problemática que magnifica los obstáculos. No se puede comparar a Cuba en capacidades materiales con un país de tierra firme, con más extensión territorial, más recursos naturales, más facilidades de comunicación, más ventajas comparativas, más acceso a productos energéticos, y, sobre todo, menos trabas climáticas y geopolíticas.
Que lo gringos aspiraron poseer la isla desde los vampiros fundadores y lo hicieron con la tramoyera guerra contra la España anémica de 1898, imponiendo la "Enmienda Platt" como bofetada a la emancipación de Nuestra América, eso ha bastado para nunca perdonarle a los muchachos que asaltaron el Cuartel Moncada en Santiago y el De Céspedes en Bayamo, que luego de desembarcar en el Granma, formaran el Ejército Rebelde y triunfaran sobre el fascista subalterno Fulgencio Batista, declarando liberada a Cuba asumiendo la construcción revolucionaria del socialismo.
Ahí está la Base de Guantánamo para recordarnos la prepotencia yanqui, frustrada en Playa Girón y vencida boniato a boniato, rumba a rumba, por el glorioso pueblo cubano en su heroica resistencia al bloqueo.
¿Cuántos atentados terroristas han patrocinado y ejecutado los gringos con sus mafiosos y mercenarios?
¿Cuánto daño le hace a Cuba el bloqueo y la inclusión en irritas listas del capricho geopolítico imperialista?
La Revolución Cubana es una campeona de la diplomacia de la resistencia. Ostenta tal autoridad moral ante el mundo, que hasta socios sumisos del Departamento de Estado y el Pentágono reconocen los derechos que le han sido vulnerados al pueblo de Martí y Fidel.
Cayó la URSS y todo el socialismo europeo oriental se desmoronó o lo demolieron a bombazos como en Yugoslavia, pero Cuba aguantó todas las secuelas inimaginables de aquel aislamiento, aunque, entre los pueblos del planeta, la Isla nunca estuvo aislada.
En 1997 retornamos a la Habana después de algunos años de convivir en esa magnética ciudad, Cuba asumió la organización del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, la reacción de la gusanera imperialista fue la colocación de explosivos en diversos espacios de concurrencia, porque les dolía la evidente recuperación del turismo y el comercio local. Cuba había superado el nefasto "periodo especial", que sacudió el potencial económico nacional con severas secuelas humanas. En una de las explosiones murió el joven italiano Favio Di Celmo. La inteligencia cubana logró a tiempo desactivar el complot terrorista. Allí constatamos el impecable operativo para salvar vidas y neutralizar a los criminales, cuyo plan preveía causar tragedias desastrosas.
En 2018 se respiraba otro repunte de la economía y Cuba llevaba varios años protagonizando eventos políticos de gran trascendencia internacional como el proceso de paz en Colombia. Su legitimidad se creció como un insólito abrazo de humanidad entre los desamores dominantes por efecto del vicio neoliberal incubador del individualismo y la desaparición de las utopías.
Renovar hoy el amor a Cuba es lo que mandan mi corazón y mi conciencia. Es un amor iniciado en el hogar, cultivado en el huerto juvenil de la pureza de espíritu y el caldo almático de los sueños por un mundo mejor. Nada pretensioso. Como conversar con mi madre mientras ella movía el pedal de la máquina de coser, pasaba sus dedos a milímetros de la aguja que punzaba agresiva aquella tela que más tarde sería una cortina de ventana; y fumaba a la vez. Yo temía que por distraerla se fuese a pinchar. Pero me pedía que siguiera hablándole de Cuba. Y de pronto me contó -como confesándose- que en sus días del liceo recogió "un bolívar para la Sierra Maestra", que en secreto entregaban a un maestro comunista. Me sorprendió. Y cómo después con papá escuchaban Radio Habana Cuba deseando que emitieran algún discurso de Fidel.
Entonces amar a Cuba, al aroma de tabacos y baile de palmeras en las lomas, a su pueblo ajetreado en la búsqueda del derecho a vivir con suficiente abastecimiento, a su cultura poderosa y su historia admirable, es una extraña mezcla de deber y placer.
La solidaridad concreta tiene que elevarse a la máxima potencia, atreverse a todas las entregas.
Todo cuanto podamos hacer por Cuba es poco, y debemos hacerlo todo por ella. Sin Cuba revolucionaria, el mapa de América Latina y el Caribe se desintegrará como un falso bloque de arena en el desierto, como un puñado de sal en el océano. Porque, aunque físicamente sea un absurdo, esa Isla, ombligo del honor indoamericano, es el pilar ético de la lucha antiimperialista, la base afectiva del sueño socialista en el país ideal de Bolívar y Martí.