Por estos días recibí dos interesantes artículos, ambos escritos por intelectuales de izquierda. Versaban sobre los asuntos económicos en el socialismo. En ellos se confrontaba los logros del socialismo del siglo XX -el de la URSS- con el que hoy describe China, convertida en potencia mundial. Bienvenidos ellos, pues es un asunto tan polémico evitado por los marxistas.
El primero de esos artículos, sin considerar el progresivo apartheid, luego de la rebelión de Kronstadt, aplicado a los soviets; asume que en la URSS: la eliminación del trabajo asalariado como relación estructural social, casi única para la reproducción material de la sociedad, se mostró con toda su fuerza, como el objetivo básico para poder constituir una sociedad verdaderamente libre... ¿Cuándo diablo fue eso? Allí los trabajadores, después de aquella rebelión, dejaron de ser percibidos como el verdadero poder para convertirse, de nuevo, en simples asalariados del Estado. En realidad, del Partido, cuyos jefes terminaron aprovechándose de la perestroika para cogerse las empresas que dirigían.
El segundo artículo, al señalar a China como el país comunista más exitoso del mundo, nos dice con énfasis que: deberíamos imitar el socialismo moderno que practica la República Popular de China, pues ofrece garantías de respeto a la propiedad privada, porque lo contrario es el caos... Aquí el autor, apuntando a ese descuido implícito del socialismo marxista clásico... acosador de la "natural" propiedad privada de los medios de producción, llega a la conclusión que el partido comunista chino descubrió su capacidad para operar el libre mercado con eficacia, poniéndolo bajo su control. Si así fuera estaríamos hablando del fin del "sagrado evangelio" del capitalismo: la libre oferta y demanda.
No hay manera de superar ese evangelio con el viejo y cerrado "centralismo democrático" ruso o con el modo chino del "pórtate bien" y obtendrás una "relativa comodidad". Se requiere, como decía Marx, de una nueva manera de producir. Sin ella el socialismo estará condenado a un doble tutelaje, el del Partido y el del mercado apropiándose del plusvalor generado por el trabajador. La única manera de enfrentar eso es con una propiedad colectiva lo suficientemente desarrollada para competir exitosamente con el sector privado y, en paralelo, el control estatal sobre las empresas estratégicas. Así lo veía Chávez con aquel "Comuna o nada", muy diferente al caso chino que carga con históricas razones geopolíticas.