Introducción: Más allá de la perversión
El concepto de masoquismo, desde su formulación psicoanalítica inicial, ha estado tradicionalmente vinculado a la esfera de la perversión sexual, entendida clínicamente como una desviación patológica del instinto. Sin embargo, esta reducción clínica obvia las profundas y complejas resonancias que el impulso autodestructivo posee en la psique individual y, de manera más significativa, en el cuerpo social y cultural. Este ensayo propone una exploración de estas resonancias, tomando como eje articulador las ideas pioneras y a menudo olvidadas de Sabina Spielrein, quien en su ensayo La destrucción como causa del devenir (1912) propuso una reconceptualización radical del deseo de muerte. Para Spielrein, este deseo no es meramente un anhelo nihilista de desaparecer, sino un componente esencial de una dialéctica psíquica profunda entre un principio personal (eros, individuación, placer) y un principio impersonal, colectivo y arcaico (thanatos, disolución, regresión). Este último pugna por trascender la condición individual y reintegrarse en un estado de indiferenciación, en un "descanso" último de la persona.
Este marco teórico, trasplantado del diván al análisis sociohistórico, ofrece una lente poderosa para interpretar fenómenos culturales de vasto alcance. En particular, ilumina las llamadas "tendencias autodestructivas" de la civilización occidental contemporánea, que pensadores como Oswald Spengler diagnosticaron como síntomas de una fase decadente o "invierno" de la cultura. La tesis central que aquí se desarrolla es que lo que superficialmente puede leerse como una simple decadencia hedonista, un masoquismo cultural o un rechazo autofágico de la tradición, esconde, en la línea spielreiniana, un movimiento dialéctico profundamente contradictorio. La aparente pulsión de muerte de Europa –manifestada en la deconstrucción de sus cánones, la glorificación de lo exótico y primitivo, la promiscuidad identitaria y la cosificación sistemática del individuo– encubre, de manera secreta y paradójica, un deseo inconsciente de regeneración, de purificación a través del dolor, de una "muerte creativa" que precede a un posible renacimiento. Para tejer esta argumentación, se recurrirá críticamente a las teorías de Carlos X. Blanco, quien en obras como "Control, sometimiento y dominación de la mujer" ha analizado las dinámicas masoquistas intrínsecas al capitalismo tardío y su proyecto de disolución de los sujetos y las culturas históricas. Así, se articulará un recorrido que va de lo clínico-individual (Spielrein) a lo cultural-filosófico (Spengler) y lo socioeconómico-político (Blanco, con resonancias marxistas), mostrando cómo el masoquismo, lejos de ser una mera patología, se erige en un síntoma clave y una posible clave hermenéutica para la autocomprensión de nuestra época.
I. Sabina Spielrein: La destrucción como germen del devenir. Una dialéctica psíquica.
Sabina Spielrein, en su seminal ensayo, propone una visión del aparato psíquico radicalmente dialéctica. Frente a la simplificación freudiana de la pulsión de muerte como principio de quietud inorgánica, Spielrein la concibe en tensión creativa con la pulsión sexual o de vida. Para ella, el inconsciente no es un monolito; está escindido por una lucha fundamental.
Por un lado, identifica un inconsciente personal, centrado en la autoconservación y la búsqueda del placer. Es el ámbito del yo, de la individuación, de la afirmación de la existencia separada y diferenciada. Este principio, que podríamos asociar al eros en su vertiente más afirmativa del individuo, busca perpetuarse, expandirse y gozar.
Por otro lado, postula un inconsciente impersonal o colectivo, más profundo y arcaico. Este estrato no anhela la individuación, sino todo lo contrario: ansía la disolución de los límites del yo, la regresión a un estado de fusión con el todo, la reintegración en la colectividad indiferenciada y, en última instancia, en la materia inorgánica. Es un deseo de "dejar de ser", de "descansar" de la pesada carga de la consciencia y la personalidad. Spielrein escribe: "En el inconsciente, nuestros componentes psicológicos tienden a un estado de dispersión, a una liberación de la tensión de la individuación".
La genialidad de Spielrein reside en ver que esta pulsión hacia la disolución no es estéril. Es, precisamente, la condición de posibilidad para la transformación y la creación. La "destrucción" del statu quo psíquico (la persona actual, sus apegos, sus estructuras) es el requisito para que algo nuevo "devenga". En el plano de la psicología individual, esto se manifiesta en fenómenos como el masoquismo. El sujeto masoquista, al someterse al dolor y a la humillación, no busca únicamente una gratificación sexual perversa. En un nivel más profundo, está actualizando ritualmente ese deseo de disolución del yo. Al exponerse a un poder que lo anula, al desear ser "cosa" en manos de otro (o de una fuerza), está expresando el anhelo del inconsciente impersonal de trascender la condición de sujeto. Spielrein interpreta esto no como un simple pathos, sino como un intento torcido de regeneración: a través de la experiencia límite del dolor y la sumisión, el individuo busca una catarsis, una purificación. El daño autoinfligido o buscado es la vía para "morir" simbólicamente como la persona antigua, defectuosa o culpable, y emerger, idealmente, regenerado. Es un sacrificio en el altar de la transformación psíquica.
Esta dialéctica –individuación versus disolución, placer personal versus aniquilación impersonal– establece un patrón que trasciende lo meramente clínico. Proporciona un esquema para entender cómo las culturas, como macroorganismos psíquicos, pueden también experimentar fases en las que el "inconsciente colectivo" impersonal, el deseo de desaparecer como civilización diferenciada y regresar a un caos primigenio, gana preponderancia sobre el principio de autoafirmación cultural.
II. Oswald Spengler y la decadencia como invierno cultural: El marco histórico.
La obra de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, ofrece el marco histórico-filosófico para situar esta dialéctica a escala civilizatoria. Spengler concibe las culturas como organismos vivos que atraviesan ciclos predeterminados de nacimiento, crecimiento, florecimiento y decadencia. Cada cultura posee un "alma" única, un principio simbólico primordial (como el "espacio apolíneo" para la grecorromana o la "fuerza fáustica" para la occidental) que impregna todas sus expresiones.
La fase final de una cultura es la civilización. Es la época de la megalópolis, del cosmopolitismo estéril, del dinero como poder abstracto, del intelectualismo árido y del agotamiento de las formas artísticas genuinas. Es la etapa en la que la cultura, habiendo agotado sus posibilidades creativas internas, se vuelve hacia fuera, pero no con la fuerza conquistadora de su juventud, sino con un cansancio nihilista. Spengler describe este momento como un "invierno" espiritual, donde prevalece el escepticismo, el relativismo, el culto a lo primitivo y exótico como refugio de una vitalidad perdida, y una tendencia hacia la nivelación y la mezcla indiscriminada.
Lo que Spengler diagnostica como "decadencia" puede releerse, a la luz de Spielrein, como el triunfo temporal del "inconsciente impersonal" de la cultura occidental fáustica. El desprecio por la tradición clásica (el canon apolíneo que fue su cuna), la fascinación por "lo otro" no-europeo (los ritmos y bailes negroides, el exotismo orientalista), la promiscuidad y perversidad, y el afán por diluirse en un caos multiétnico son, en esta interpretación, síntomas de un profundo deseo thanático colectivo. Es la cultura, en su conjunto, expresando un anhelo de dejar de ser ella misma, de descansar de la tensión titánica de su propio proyecto fáustico (el dominio infinito del espacio, la conquista técnica, la subjetividad extrema). La promiscuidad y el mestizaje sin límites simbolizan aquí la disolución de los contornos identitarios, la regresión a un estado pre-cultural, indiferenciado, caótico. Es un masoquismo cultural: Europa se flagela a sí misma, desprecia su herencia, se entrega simbólicamente a lo que percibe (inconscientemente, no objetivamente) como "inferior" o "salvaje", con la esperanza secreta de que, a través de ese dolor y esa humillación, algo pueda ser expiado y, quizás, regenerado.
Sin embargo, Spengler es pesimista: para él, esta fase es irreversible y terminal, el preludio de la muerte definitiva de esa cultura y el surgimiento de nuevas culturas en otros lugares. La dialéctica de Spielrein, en cambio, deja una puerta entreabierta a la ambivalencia: ¿y si este aparente deseo de muerte es, en realidad, la condición tortuosa para un devenir impredecible?
III. Carlos X. Blanco: Capitalismo, masoquismo y la cosificación sistemática.
Es aquí donde la aportación de Carlos X. Blanco resulta crucial para anclar esta dialéctica en las estructuras materiales y simbólicas del presente. Blanco, desde una perspectiva que fusiona el análisis marxista con una crítica cultural de raigambre spengleriana, identifica en el capitalismo tardío o "hipercapitalismo" un sistema intrínsecamente masoquista. Su ensayo "Control, sometimiento y dominación de la mujer" (publicado en el medio digital La Haine) trascienda su título para ofrecer una crítica general a la dinámica de la modernidad terminal.
Para Blanco, el capitalismo no se contenta con explotar al trabajador; debe producir un tipo de sujeto acorde con su lógica. Este sujeto ideal es, en esencia, un sujeto masoquista. El sistema garantiza "el placer por medio del dolor". La promesa de felicidad (consumo, reconocimiento social, éxito) está inextricablemente unida a la autoexplotación, la ansiedad competitiva, la inseguridad existencial y la humillación constante de someterse a algoritmos, evaluaciones de rendimiento, horarios, tasas de explotación y modas efímeras. El cuerpo y la psique son sometidos a una "terrible cosificación". El hombre (y, en su análisis, de manera particularmente intensa, la mujer en el marco del patriarcado capitalista) "tiende a ser mercancía, cosa y mascota".
Ser "mercancía" implica que el valor propio se deriva exclusivamente de la intercambiabilidad en el mercado (laboral, sexual, social). Ser "cosa" significa la pérdida de la subjetividad autónoma, la reducción a un conjunto de datos, atributos y funciones. Ser "mascota" alude a la infantilización y la domesticación: se nos premia por nuestra docilidad, por nuestra lealtad al sistema, por nuestro consumo obediente, a cambio de un confort ilusorio y un falso sentido de pertenencia. Este proceso es masoquista porque el sujeto participa activamente en su propia cosificación, interiorizando los estándares del sistema y aplicándoselos a sí mismo con una crueldad a menudo mayor que cualquier opresor externo (dietas extremas, deudas autoinfligidas por consumo, explotación de la intimidad en redes sociales).
Blanco vincula esto directamente con la disolución cultural descrita por Spengler. El capitalismo global, en su fase financiera y digital, es esencialmente disolvente, nihilista y anti-tradicional. Para que la mercancía y el capital fluyan sin obstáculos, todas las lealtades sustanciales –nación, cultura, religión, familia, género– deben ser debilitadas, convertidas en estilos de vida intercambiables, en "identidades" de consumo. El "caos multiétnico" y la promiscuidad sin límites no son, en esta lectura, solo síntomas de una decadencia espiritual, sino requisitos funcionales del mercado global. Un individuo desarraigado, sin identidades fuertes ni vínculos comunitarios estables, es el consumidor y el trabajador ideal: flexible, maleable y completamente dependiente del sistema para obtener un sentido de identidad, que le es proporcionado fugazmente a través de marcas y tribus virtuales.
Así, el masoquismo cultural europeo –el desprecio por su propia tradición en pos de un multiculturalismo superficial y mercantilizado– aparece no solo como un deseo thanático spielreiniano, sino como el resultado de una ingeniería social y económica precisa. El "inconsciente impersonal" de la cultura es explotado y amplificado por el sistema para servir a sus fines de homogeneización y control. El deseo de disolución es canalizado hacia formas que garantizan la perpetuación del poder capitalista.
IV. Síntesis dialéctica: El masoquismo europeo entre la muerte deseada y la regeneración secreta.
Reuniendo los hilos de Spielrein, Spengler y Blanco, podemos proponer una interpretación sintética de la condición europea contemporánea. Lo que se observa es un complejo fenómeno de masoquismo cultural en múltiples niveles.
1. Nivel Psico-simbólico (Spielrein): Las tendencias autodestructivas (deconstrucción de la historia, negación de la excelencia cultural propia, culto a la victimización como identidad) expresan el deseo del "inconsciente impersonal" colectivo de la civilización fáustica de poner fin a su ciclo, de "descansar" de la pesada carga de su historia, sus logros y sus culpas (colonialismo, guerras mundiales). Es un anhelo de regresión a un estado pre-fáustico, incluso pre-apolíneo, de simplicidad indiferenciada. La entrega a lo "inferior" (idealizado como auténtico y vital) es el ritual masoquista a escala civilizatoria: ser azotado por la crítica postcolonial, ser penetrado por culturas ajenas, ser esclavizado por deudas históricas y morales. Este dolor, sin embargo, no es puramente negativo. Siguiendo la lógica de Spielrein, puede ser la condición para una catarsis, una purificación. Europa, al someterse a este autocastigo, podría estar buscando inconscientemente un perdón y una recuperación. No una recuperación de la hegemonía perdida, sino una regeneración de su alma en una forma nueva, posiblemente más humilde y integrada en un orden mundial diferente. El problema es que, a nivel colectivo, este proceso no es guiado por una sabiduría terapéutica, sino por fuerzas caóticas y, como señala Blanco, por intereses sistémicos depredadores.
2. Nivel Histórico-Cultural (Spengler): Este masoquismo es el síntoma claro de la fase civilizatoria, el "invierno" spengleriano. La fascinación por el primitivismo y el exotismo no es signo de vitalidad, sino de cansancio creativo. Es la búsqueda de un "sangre nueva" en culturas que se perciben (de modo a menudo racista y romántico) como más jóvenes y vigorosas. El mestizaje sin límites, en este contexto, no es la celebración de la diversidad, sino la expresión del triunfo de lo amorfo sobre la forma, de lo caótico sobre lo ordenado, que para Spengler caracteriza el final de un ciclo. Es la disolución de la "forma" cultural europea en el crisol indiferenciado de la globalización.
3. Nivel Socioeconómico (Blanco): El sistema capitalista hipertecnológico instrumentaliza y exacerba estas tendencias thanáticas. Convierte el deseo spielreiniano de disolución en un producto: vende experiencias "auténticas" y "primitivas", comercializa identidades étnicas y de género, fomenta la promiscuidad como consumo relacional. La cosificación masoquista del individuo ("mercancía, cosa, mascota") es el correlato microsocial de la disolución macrocultural. El sujeto que se explota a sí mismo en la "gig economy" es la misma cultura que se autodevora en aras de un progreso ilusorio. El "control, sometimiento y dominación" analizado por Blanco es la maquinaria que asegura que este proceso de disolución no escape a la lógica del valor y el control, impidiendo que la "muerte" creativa dé paso a un verdadero renacimiento, y en su lugar perpetúe una agonía administrada y rentable.
Conclusión: ¿Muerte estéril o germen de un devenir imprevisible?
La vinculación del masoquismo individual con las tendencias autodestructivas colectivas, a través de las ideas de Sabina Spielrein, revela la profundidad ambivalente de la crisis europea. No estamos ante una simple decadencia moral o un suicidio civilizatorio, sino ante una dramática y dolorosa dialéctica histórica. El "deseo de muerte" que Spielrein detectó en el inconsciente es el mismo que impulsa a Europa a deconstruirse, a flagelarse con el látigo de la culpa histórica y a anhelar su disolución en el caos global.
Sin embargo, la genialidad de la tesis spielreiniana es recordarnos que esta destrucción lleva en su seno el germen de un devenir. La pregunta crucial para nuestro tiempo es si el masoquismo cultural europeo, amplificado y distorsionado por el sistema capitalista descrito por Blanco, conducirá a la muerte estéril que vaticinaba Spengler, o si, en medio de ese dolor y esa humillación autoinfligida, se está gestando secretamente, de forma tortuosa y contradictoria, la posibilidad de una purificación y una regeneración.
Esta regeneración, si llega, no consistirá en un retorno nostálgico a las formas antiguas, sino en la emergencia de algo radicalmente nuevo a partir de la disolución de lo viejo. Requeriría, quizás, que Europa atraviese completamente su complejo masoquista, no para reafirmarse en su vieja identidad fáustica, sino para trascenderla, encontrando en la aceptación de su finitud, en un contexto de multipolaridad irreversible, como la que vivimos hoy con la derrota de la OTAN en Ucrania y el acceso al poder mundial de China, Rusia y las potencias BRICS, así como en la integración de "lo otro" no europeo (no como fetiche exótico, sino como verdadero diálogo) los materiales para una nueva síntesis cultural. Un proceso que, para no ser cooptado por la máquina cosificadora del capital, debería ir acompañado de una recuperación crítica de la agencia histórica y de la capacidad de decir "no" a las formas más insidiosas de sometimiento masoquista. El destino de Europa, pues, se juega en su capacidad para reconocer en su propia pulsión de muerte no solo el deseo de descansar, sino también, como quería Spielrein, la terrible y creativa oportunidad de llegar a ser otra cosa.