El desafío vital de nuestro tiempo

Lunes, 29/12/2025 06:27 AM

En la definición (o conceptualización), desarrollo y cimentación del socialismo revolucionario cumplen un papel decisivo y de primerísima categoría el protagonismo y la participación activa de las bases populares. Este es un factor clave que nos permite caracterizar adecuadamente si efectivamente nos encontramos frente a un proceso y a un régimen revolucionarios y socialistas. Y no sólo eso sino también si se está haciendo algo socialista y revolucionario con que reemplazar el viejo orden vigente, en su totalidad. También puede caracterizarse si este protagonismo y esta participación se expresan a través de la constitución y el funcionamiento real (sin cooptación ni dependencia alguna del Estado) de un poder popular cuyos objetivos centrales sean darle espacio a la transformación estructural del viejo Estado burgués liberal y a una democracia directa, ejercida sin delegaciones de ningún tipo. Más que la retórica clásica que nos induce a todos a creer que nos hallamos en medio de un proceso de cambios revolucionarios es la acción, la decisión y la organización de las masas revolucionarias las que confirmarán si, realmente, la experiencia política, social, cultural y económica puesta en marcha apunta a la construcción revolucionaria del socialismo, desde abajo. Para ello es esencial clarificar si en medio de ésta persisten y se reproducen las mismas estructuras y funciones de lo que hemos conocido siempre como Estado, con su concepción jerárquica, clasista, centralista y verticalista, que decide por sí mismo, sin acatamiento ni respeto de la soberanía popular. Si el poder popular, que se derivaría del ejercicio pleno de esa soberanía, convive, en estado de subalternidad, con los poderes en que se divide el poder constituido y, de manera poco o nada diferenciada, respecto a los distintos niveles de gobierno (nacional, regional y municipal), no se estaría reconfigurando un nuevo poder sino la continuidad del que se pretende sustituir. Todo lo cual debiera motivar el debate colectivo respecto a si dichos niveles de gobierno son compatibles o no con la influencia y la vigencia de un verdadero poder popular porque una de las cosas que más resalta de cada uno de ellos es la carga burocrática que representan aunado al hecho que muchas de sus funciones son parte del ámbito de actuación de este poder popular, por lo que es lógico suponer y anhelar que los mismos tiendan a desaparecer, consolidándose, en consecuencia, una revolución indudablemente socialista.
 
A la par de lo anterior, es vital que las relaciones de producción sean sustancialmente modificadas, estructuralmente, de manera que exista la posibilidad de cambiar de raíz todo lo concerniente al sistema capitalista. En este sentido, es fundamental romper con la lógica capitalista, dando cabida a un régimen económico más volcado a satisfacer las necesidades humanas que a los intereses de la clase empresarial o dueños del capital. Esto no significa desechar del todo las ventajas que pudieran extraerse del capitalismo y que podrían contribuir para la construcción de la sociedad socialista. En ello es importante convertir la propiedad privada de los medios de producción en una de propiedad colectivizada, eliminando las viejas categorías del capitalismo, lo que supone adoptar un nuevo tipo de subjetividad, caracterizada por ser parte constitutiva del papel a asumir por los sectores populares revolucionarios como constructores conscientes de la sociedad nueva. De acuerdo con el Maestro Simón Rodríguez, la producción ha de estar planificada y volcada a satisfacer las necesidades reales de los ciudadanos. Es decir, la tendencia a seguir es, como debiera serlo, la instauración de un orden reproductivo humanamente factible. Lo cual requiere -citando a Itsván Mészáros en «El desafío y la carga del tiempo histórico»- que «el potencial de productividad de la humanidad, hoy destructivamente negado, tendría que ser liberado de su envoltura capitalista, a fin de convertirse en poder productivo socialmente viable». Siendo el pueblo -es decir, los sectores populares revolucionarios organizados- un sujeto colectivo consciente, capaz de ejercer un firme control de los procesos fundamentales de la reproducción social, podrá dar nacimiento a un socialismo de nuevo tipo, bien diferenciado de los que pudieron existir en otras latitudes. Esto le dará la suficiente autonomía e independencia para afrontar con éxito los diferentes desafíos y perturbaciones que hagan retrasar o abortar sus metas principales.
 
En este sentido, ambas tareas apuntan a excluir la aceptación común respecto a lo que es la libertad, concibiéndola como una cuestión individual o personal en vez de la ayuda mutua que debiera ser parte esencial de las nuevas subjetividades y relaciones interpersonales. Aunque esto no significa que se sacrifique por completo el derecho a la individualidad; sólo el individualismo que busca imponerse por encima del resto de la mayoría. Aquí cabe recalcar que esto no se logrará simplemente por inspiración de una proclama o de un decreto. Como anotáramos en referencia al orden político y al orden económico nuevos, esto último tendrá que ser también producto de la transformación consciente emprendida por el pueblo. Para conseguirlo, reviste carácter de importancia el tipo de educación que se imparta, la cual -entre otras cosas- debe recuperar y actualizar la memoria histórica de las luchas populares, entendidas como una cadena de sucesos enmarcados en el proceso de emancipación de las clases subalternizadas; en lugar de centrarse en resaltar las cualidades y acciones de héroes y demás personajes de la historia. Al respecto, no hay que dejar de hacer referencia al pensamiento eurocentrista o colonial que todavía se halla presente en nuestras instituciones educativas, académicas, relaciones de poder y psicología social. Es preciso evitar, en todo lo posible, que existan contradicciones y tergiversaciones en la construcción de la nueva sociedad socialista a causa de la persistencia de tal pensamiento; por lo que es imperativo llevar a cabo un programa continuo de decolonialidad del pensamiento, de manera que desaparezcan las categorías de conocimientos y los esquemas que han permitido la dominación por parte de una minoría, tanto local como internacional.
 
El socialismo revolucionario -frente a las vicisitudes y la crisis estructural del capitalismo- se convierte en la alternativa hegemónica históricamente viable. Según lo planteó Karl Marx, «la revolución es necesaria, por consiguiente, no solamente porque la clase dominante no puede ser derrocada de ninguna otra manera, sino además porque la clase que la derroque sólo en una revolución podría sacudirse de toda la basura del pasado y volverse apta para fundar una sociedad nueva». De este modo, podrá asegurarse la continuidad del orden social en transición en una lucha de resistencia frontal ante los recursos globales de dominación y destrucción del capitalismo. En todo esto privará el intercambio comunal como alternativa radical al capitalismo, sin ser lo único factible. El socialismo revolucionario, entendido a grandes rasgos como una forma superior de sociedad, constituye, por consiguiente, el desafío vital de nuestro tiempo. 

Nota leída aproximadamente 302 veces.

Las noticias más leídas: