La aparición de nuestro libro sobre Lenin ha incentivado presentaciones y comentarios, que confirman el renovado interés por la obra del líder bolchevique. Esa recepción converge con jornadas y nuevos textos, que evalúan el significado del revolucionario ruso.
El silencio contemporáneo que rodea a una gran figura del marxismo comienza revertirse. Ese olvido retrata el desarme político y la fragilidad teórica que afecta a gran parte de la izquierda. Mientras que la ultraderecha renació exaltando a sus referentes, el campo opuesto enmudeció, escarbó teorías en otros ámbitos y archivó a sus líderes del pasado. Lenin fue escondido, al mismo tiempo que Hayek, Nozick o Rothbard resurgían de las cenizas.
En plena euforia del anarco-capitalismo se impuso la autocensura a la simple mención de la lucha de clases, el socialismo o la revolución. Como esa resignación impide librar batallas políticas, cabría esperar que el incipiente retorno de Lenin inaugure una contraofensiva de la izquierda.
La lectura del gran dirigente comunista estuvo afectada en el pasado por la canonización y la selección de citas para justificar algún rumbo político. También prevalecían las interpretaciones dogmáticas, que omitían el sentido de sus intervenciones. Pero estas anomalías eran defectos de poca monta, en comparación al entierro posterior de su obra o a los estudios recientes, acotados a un mero propósito académico.
La recuperación de Lenin transita por retomar al teórico que renovó la ciencia política, introduciendo nociones que ordenan la evaluación de la coyuntura, la etapa o las relaciones de fuerza.
El fundador de la Unión Soviética legó un método para registrar el protagonismo de los sujetos, la centralidad del enemigo principal y la dinámica de los acontecimientos. Enseñó la forma de abordar el análisis concreto de un escenario, con la mira puesta en las consecuencias y las tareas que se derivan de esa caracterización.
En el cenit de su elaboración, Lenin propuso líneas de acción para lidiar con cinco procesos relevantes de su época: la generalización de guerras entre potencias imperialistas, la batalla contra la ultraderecha, la inminencia de la revolución, el carácter terminal de la crisis capitalista y la proximidad del socialismo. ¿Cuáles son las similitudes y diferencias de esos diagnósticos con el marco actual? ¿Cómo evaluar parecidos y contrastes entre una y otra era?
LAS GUERRAS EN CURSO
Lenin distinguió dos tipos de conflagraciones. En un casillero ubicó los conflictos que oponían a las potencias imperialistas rivales por el dominio de los mercados y las colonias. Resaltó ese perfil de la Primera Guerra Mundial y convocó a denunciar a los bandos en disputa, rechazando el alistamiento y propiciando el abandono de las trincheras. Fomentó ese derrotismo, proclamando que el enemigo se encontraba en la propia casa y no en la frontera opuesta.
La otra modalidad bélica que señaló el líder bolchevique, estaba determinada por atropellos a los países dependientes o por agresiones imperiales al resto del mundo. Ese tipo de embestidas consumaban los colonialistas contra África, Asia o América Latina y frente a ese caso, Lenin propuso cerrar filas contra el enemigo principal. Destacó que su derrota abría caminos para conquistas democráticas, logros sociales y cursos de emancipación.
Tras su fallecimiento se verificó en la Segunda Guerra Mundial, un nuevo conflicto entre potencias y las distinciones de Lenin contribuyeron a comprender las diferencias de esa conflagración con su antecedente. Fue visible la prioridad de derrotar al fascismo y la Unión Soviética aunó fuerzas en esa batalla con varias potencias occidentales.
Siguiendo estas orientaciones se puede apreciar, que en los conflictos actuales prevalece más una confrontación contra el adversario prioritario, que un choque entre competidores igualmente imperialistas.
El Pentágono y sus servidores son los artífices y responsables del genocidio en Palestina, la piratería en el Caribe y las provocaciones de la OTAN desde Ucrania. Washington despliega tropas en Asia contra China y en Medio Oriente contra Irán. No se verifican amenazas en el sentido opuesto. Estados Unidos, las potencias europeas e Israel no logran exhibir algún indicio de ataques a sus territorios o a zonas lindantes.
Registrar estos datos y razonar en la tradición legada por Lenin, es crucial para posicionar a la izquierda en el peligroso escenario bélico que se avecina. La acelerada militarización tiende a transformar la era previa del neoliberalismo y la globalización, en una nueva época de intensos enfrentamientos armados. Ese curso ya se verifica en el asedio a Venezuela, el incendio de Medio Oriente, el rearme de Europa para confrontar con Rusia y la concentración de marines frente a China.
CENTRALIDAD DEL ANTIIMPERIALISMO
Por el carácter de las guerras en marcha, recobra vigencia la política antiimperialista que auspició Lenin. El dirigente soviético maduró esa estrategia, recordando que el capitalismo funciona potenciando una gran variedad de opresiones (género, raza, cultura, religión). Asignó a la sumisión nacional una incidencia especialmente gravitante, porque suscita reacciones populares que retroalimentan la lucha social contra el capitalismo.
Partiendo de esa constatación, Lenin defendió el derecho a la autodeterminación de los pueblos de Europa Oriental, que anhelaban forjar Estados nacionales propios, al cabo de siglos de opresión rusa, austro-húngara u otomana. Cuando esa lucha nacional se trasladó al continente asiático, resaltó la convergencia de los procesos de liberación nacional y social y sentó las bases del antiimperialismo contemporáneo.
En el siglo XXI esta política vuelve al centro de la escena, para resistir la agresión del imperialismo estadounidense. Washington compensa el declive de su economía con atropellos geopolíticos e intervenciones bélicas. Por eso reaparecen las matanzas en gran escala, la virulencia del terrorismo de Estado y el desconocimiento del derecho internacional. Israel asesina opositores en cualquier lugar del mundo, los marines disparan contra los pescadores del Caribe y la OTAN ensaya provocaciones en el espacio aéreo ruso.
Lenin subrayó la importancia de priorizar la confrontación con el enemigo imperial, en polémica con los socialdemócratas de derecha, que descalificaban esa lucha con pretextos eurocentristas y justificaciones colonialistas. Sus argumentos conservan una llamativa actualidad, frente a los teóricos social-liberales, que actualmente convalidan al sionismo o aprueban las intervenciones de la OTAN. Sus trilladas excusas de "expandir la democracia", "ampliar la civilización" o "defender los derechos humanos" tienen poca credibilidad.
Se ha repetido, también, que el antiimperialismo es un concepto obsoleto frente al avance de la globalización, la transnacionalización del capital y la conversión de las viejas burguesías nacionales en estamentos locales. Pero esas afirmaciones han perdido consistencia con la misma velocidad que fueron expuestas.
El antiimperialismo se recicla en forma sistemática, junto a la recreación de la dependencia y el subdesarrollo, que generan las transferencias de valor de la periferia al centro. Esos drenajes perpetúan las desigualdades y la opresión nacional, al mismo ritmo que se expande y acumula el capital.
Lenin destacó que ese tormentoso proceso renueva el nacionalismo y diferenció tres variantes de esa corriente. Distinguió el patriotismo reaccionario en las metrópolis de los promotores del desarrollo burgués en la periferia y ponderó las variantes revolucionarias de los desposeídos de esas zonas.
La corriente retrógrada alcanzó su cenit con el fascismo, la conservadora propició el desarrollismo y los sectores radicales forjaron Bandung, la OLAS y la Tricontinental. La vigencia de esta misma clasificación se verifica plenamente en la actualidad. Bolsonaro, Trump o Le Pen se alistan en el primer grupo, el progresismo latinoamericano en el segundo y las expresiones insurgentes -como el chavismo- en el tercero. Al igual que en la época de Lenin, reúnen respectivamente a los enemigos, adversarios y socios de la izquierda.
Lenin subrayó la importancia de estas distinciones para definir estrategias de alianza y confrontación. Debatió con los teóricos que descalificaban a todas las variantes del nacionalismo, con simplificadas reivindicaciones del internacionalismo comunista. Señaló que esa abstracta contraposición, desconocía la diferencia básica que separa al patriotismo de una potencia opresora, de su equivalente popular en los países dependientes.
Esta misma crítica mantiene gran validez contra los objetores actuales del antiimperialismo, que tan solo resaltan el antagonismo entre los capitalistas y los trabajadores. Omiten por completo las contradicciones que oponen a las potencias opresoras con los países dominados de la periferia. Ignoran, además, que el capitalismo se expande recreando múltiples formas de opresión, entrelazadas con la explotación del trabajo. Ese agobio ha derivado, por ejemplo, en las grandes luchas contemporáneas del feminismo, el ambientalismo o el anti racismo
El forjador de la URSS remarcó, que en lugar de contraponer ese tipo de acciones correspondía potenciarlas, reconociendo la variedad de identidades presentes en los distintos segmentos de los oprimidos. Señaló que la conciencia de clase no se opone a las convicciones nacionales, ni a la batalla por la igualdad de género, raza o étnica.
La incomprensión de esta dinámica obstruye el entendimiento del nacionalismo e impide captar por qué el patriotismo de Bolsonaro es tan distinto al de Chávez. Sin Lenin esa diferenciación se torna inexplicable.
FRONTALIDAD CONTRA LA ULTRADERECHA
Es útil retomar a Lenin para ordenar la batalla contra la oleada reaccionaria, que comanda Trump, secundan Le Pen, Meloni y Absacal e implementan Milei, Kast o Bolsonaro. Esa retrógrada marea, canaliza gran parte del descontento generado por décadas de crisis económica, degradación social y hastío con el sistema político.
La ultraderecha encauza ese malestar generando tensiones entre los propios empobrecidos. Ataca a los inmigrantes, a los marginados y a las minorías étnicas, con líderes que adoptan actitudes contestarias y poses disruptivas.
En todos los casos, promueven el autoritarismo reaccionario para gobernar por decreto y purgar a los adversarios. Priorizan la sumisión de la Justicia y el sometimiento del Congreso, para criminalizar las protestas populares y revertir las conquistas democráticas.
¿Qué aporta Lenin para confrontar con semejante enemigo? Una guía para la izquierda combativa. El líder bolchevique convocó en su época a la unidad de acción contra la ultraderecha. Llamó a confrontar en la calle, subrayando que la derrota de los reaccionarios constituía el punto de partida de un proyecto alternativo.
También señaló que los compromisos con fuerzas progresistas, no debían eliminar la confrontación política contra un sector vacilante e inconsecuente, cuya primacía desemboca en invariables frustraciones populares. Remarcó la necesidad de construir una fuerza de izquierda, que demostrara en los hechos, cómo se doblega al enemigo retrógrado.
Lenin expuso esas conclusiones a partir de su propia experiencia. Enfrentó a la ultraderecha en 1917, cuando gobernaba Kerensky luego de la revolución de febrero. Para tumbar a ese mandatario, las fuerzas oscurantistas se agruparon en torno a Kornilov e intentaron un golpe militar restaurador de alguna variante del alicaído zarismo. Ese levantamiento fue derrotado mediante la contundente respuesta de los trabajadores, campesinos y soldados, agrupados en torno a organismos populares denominados sóviets.
Lenin conceptualizó esa respuesta, que tuvo incontables reproducciones exitosas. En América Latina, las asonadas derechistas fueron doblegadas en muchas oportunidades por la acción popular. En los últimos años perdieron la partida en Venezuela, Bolivia, Cuba y Brasil. Pero también se registraron resultados inversos, cuándo el planteo leninista de actuar con decisión contra los golpistas, quedó neutralizado por los temores y titubeos del progresismo.
Esta contraposición de consecuencias positivas y negativas no se limita a los escenarios extremos de aplastamiento o triunfo de un alzamiento militar. Se extiende también al ciclo político corriente. La restauración conservadora gana la disputa en las urnas, cuándo el progresismo decepciona al pueblo y queda aislada, cuándo prevalece la iniciativa por abajo en sintonía con el legado de Lenin.
REVOLUCIONES Y REBELIONES
Durante el siglo XX el líder bolchevique fue el símbolo de la revolución y por esa razón fue identificado en América Latina con Fidel. En los años 70, todos los debates en la izquierda revolucionaria giraban en torno a cómo efectivizar esa transformación radical. La lucha armada en las ciudades o en el campo y la insurrección en los bastiones fabriles, era contrapuesta a los caminos parlamentarios de transición pacífica al socialismo.
Los modelos de revolución triunfante se asentaban en la variedad de caminos seguidos por los comunistas de Yugoslavia, China, Vietnam o Cuba. A su vez, las numerosas experiencias fallidas en Europa Occidental, Asia o América Latina suscitaban controvertidas evaluaciones y balances. Lenin era la referencia para explicar los éxitos y fracasos de todas las intentonas socialistas.
La implosión de la Unión Soviética modificó esa trayectoria e introdujo severos cuestionamientos a la conveniencia del curso revolucionario. Pero sus objetores nunca lograron demostrar, cómo el pasaje del capitalismo al socialismo podría soslayar ese viraje radical.
Las clases dominantes no resignarán sus privilegios y cuentan con poderosos dispositivos estatales para garantizar sus ventajas. Lenin subrayó que la revolución constituía un acto (o proceso) ineludible, para avanzar hacia un estadio pos capitalista. La validez de ese postulado persiste, aunque la dinámica para ponerlo en práctica haya cambiado.
Esa modificación obedece, ante todo, a la ofensiva patronal que consolidó el neoliberalismo, con la precarización del empleo y la destrucción de conquistas sociales. El desplome de la URSS afectó, además, la vieja expectativa en un devenir socialista y la generalización de los sistemas constitucionales, alteró adicionalmente la dinámica política.
Otra importante mutación se verificó en la intensidad de la intervención popular. Esas respuestas no se diluyeron, ni perdieron gravitación, pero las explosiones revolucionarias fueron sustituidas por grandes rebeliones. Ese cambio fue muy visible en América Latina y se corroboró en la Primavera Árabe y en las revueltas de Europa.
Estas diferencias han distinguido, tanto a la primera oleada de rebeliones del siglo XXI (Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina), como a la marea posterior (Bolivia, Chile, Colombia, Perú), de las revoluciones en Cuba o Nicaragua en la centuria pasada.
Los levantamientos contemporáneos expresaron la indignación popular y el anhelo de producir cambios drásticos, pero no incluyeron las construcciones paralelas al Estado, las formas de poder popular o los desenlaces militares, que caracterizaron a las revoluciones. No emergieron sóviets, ejércitos o comunas que desafiaran abiertamente la dominación capitalista.
Lenin fue muy sensible a esa escala de las sublevaciones. Diferenció los períodos de activa resistencia de las etapas (o coyunturas) pre revolucionarias, revolucionarias y pos revolucionarias. Manejó con mucha cautela y seriedad esas categorías.
La mera descripción de los levantamientos actuales no clarifica su dinámica. El espíritu leninista induce a observarlos con entusiasmo, pero el realismo leninista convoca a evaluarlos con la mayor objetividad posible.
CAPITALISMO Y SOCIALISMO
La crisis final del capitalismo que Lenin entrevió y explicitó en numerosas oportunidades constituía una percepción válida en su época. Presenció la catástrofe bélica y el derrumbe de varios imperios, en medio de explosiones revolucionarias, con protagonismo de la clase obrera y enorme influencia de las ideas socialistas, comunistas o anarquistas entre los trabajadores.
El líder bolchevique nunca evaluó el estado de salud del capitalismo con patrones meramente económicos. Su mirada se ubicaba en las antípodas de esos diagnósticos, que eran muy frecuentes entre los socialdemócratas de su era. Estimaba próximo el colapso del capitalismo, por la corrosión que afectaba a ese sistema en múltiples planos. Cuando en los últimos años de su vida observó el reflujo de la marea revolucionaria en Europa, ajustó también su diagnóstico del capitalismo.
En el siglo XX, ese sistema atravesó por distintas etapas de recomposición y crisis, junto a coyunturas de estabilización y colapso. Su continuidad actual tiene catastróficas consecuencias para la sociedad, pero esos efectos no determinan rumbos de dinámica terminal, ni fechas predeterminadas de extinción.
Una lectura leninista del capitalismo justamente subraya que su desaparición no será un fenómeno endógeno, determinado por el agotamiento de las fuerzas productivas. Los únicos sepultureros del sistema serán sus víctimas y ese entierro requerirá una acción política, asentada en la convicción de superarlo con un modelo socialista.
En la centuria actual, el capitalismo genera las mismas tragedias que suscitaba en los años de Lenin. Basta con registrar la magnitud del desastre climático, para notar hasta qué punto opera como un régimen explotador y depredador. Pero ni siquiera por esos terroríficos impactos planetarios, el capitalismo colapsará por sus propios desequilibrios internos. Será erradicado cuándo un sujeto social transformador comande su reemplazo.
El desplome financiero del 2008 confirmó ese curso, al ratificar que una crisis económica intrínseca no genera de por sí la extinción del capitalismo. El modelo neoliberal, globalizado, financiarizado y precarizador condujo a un derrumbe potencial de inédita escala. Colapsaron las Bolsas, se desplomaron los bancos y las empresas dejaron de operar, pero el sistema finalmente sobrevivió mediante un rescate estatal.
El capitalismo se mantuvo en pie por la ausencia de fuerzas políticas embarcadas en su erradicación. De esa carencia ha emergido el modelo de inédita desigualdad y explotación, que actualmente encabezan los milmillonarios del mundo digital.
La expectativa de Lenin en un rápido avance del socialismo se consolidó con el surgimiento de la Unión Soviética. Esa esperanza persistió durante la mayor parte del siglo XX, alimentada por victorias de otras revoluciones y por la constitución de un campo autodenominado socialista, que albergó a una tercera parte del mundo.
Esa perspectiva sufrió un drástico revés con la implosión de la URSS, porque ese desplome generó un quiebre en la conciencia socialista transmitida de una generación a otra. El acervo comunista que inauguró el bolchevismo y enriqueció China, Vietnam o Cuba quedó seriamente afectado por la regresión política que introdujo el fin de la Unión Soviética.
La ultraderecha actual ha buscado reforzar ese deterioro con una paranoia anticomunista, que incluye la diabolización de Lenin. Pero el paradójico resultado de esa campaña es la novedosa reaparición de una agenda con matices socialistas.
El propio macartismo enceguecido de los grupos autoritarios contribuye a reinstalar el proyecto poscapitalista. Como sitúan a todos sus adversarios en el ignominioso universo del socialismo, tienden a suscitar una espontánea simpatía hacia ese ideal, entre las víctimas de sus agresiones. Los afectados frecuentemente desconocen la historia, el contenido o los propósitos del socialismo. Para ellos, lo ocurrido con la Unión Soviética es un acontecimiento del pasado, tan lejano como cualquier otro episodio del siglo XX.
Lo sucedido con el nuevo alcalde Mamdani en Nueva York es ilustrativo de este viraje. El impetuoso candidato a ese cargo se presentó con la orgullosa etiqueta de socialista y conquistó la administración de esa monumental ciudad norteamericana. No sólo respondió a la campaña trumpista manteniendo en alto su perfil socialista, sino que asentó esa impronta en encuestas, que confirmaron el favoritismo local por el socialismo. El retorno de Lenin comienza a despuntar por inesperados caminos.
GOBIERNO Y PODER
Las diferencias que distinguen al escenario actual del prevaleciente en la época de Lenin, inducen a considerar estrategias de la izquierda amoldadas a un nuevo contexto. El líder bolchevique justamente convocaba a rechazar las fórmulas preestablecidas, para buscar políticas que permitan avanzar hacia el socialismo, en el marco específico de cada era.
En el período actual, ese rumbo transita por ganar el gobierno y disputar el poder militar, mediático, económico y judicial, en una larga batalla que signada por triunfos de la izquierda en las urnas. Se ha corroborado que ese paso otorga legitimidad para avanzar hacia otros terrenos. Es un debut frecuente, pero no invariable. El chavismo (y sus análogos del Sahel africano) no comenzaron por ahí. Pero sólo los triunfos en los comicios aportan consistencia para los desafíos subsiguientes.
Con esas victorias, las fuerzas socialistas tan solo acceden a un pequeño eslabón del poder real, que las clases capitalistas detentan a través de su manejo del Estado. Al cabo de tantos años de gimnasia electoral, salta a la vista en América Latina la enorme distancia que separa al gobierno del poder.
Con el éxito en el sufragio se accede (en el mejor de los casos) a la presidencia, los ministerios y a cierto sostén parlamentario. Desde esas instancias se puede comenzar una transformación radical, si existe plena consciencia que el poder sustancial se localiza en otros ámbitos y que su conquista requiere desplegar una batalla frontal para manejarlos.
Las clases dominantes no resignarán ese control a los sectores populares, que deberán avanzar hacia la captura de esos resortes por múltiples vías. En esa disputa se juega la posibilidad de iniciar un proceso de emancipación.
La batalla exige, ante todo, una transformación democrática integral del sistema político, para que los ciudadanos conquisten un verdadero poder de decisión. Se ha verificado que la Asamblea Constituyente es un paso decisivo, para ampliar los restringidos derechos de los regímenes políticos actuales.
Las experiencias exitosas abren compuertas para ese viraje (Venezuela, Bolivia, Ecuador), pero no garantizan su continuidad. Los episodios fallidos (Argentina, Brasil, Chile) introducen un freno, que obstruye de entrada el camino hacia el poder.
Los triunfos electorales y la secuencia intensa de votaciones, crean el escenario para comenzar la democratización. Ensanchan el alcance del sufragio a otros ámbitos y auspician nuevas formas de institucionalidad, cuya performance no está predeterminada. Los modelos políticos se configuran al calor de las luchas populares y siempre adoptan modalidades inesperadas.
Pero en todos los casos, el motor de estas transformaciones es el poder popular construido desde abajo, mediante la acción directa, la movilización y la participación activa en la gestación de instancias paralelas y complementarias del sistema institucional.
Ningún proyecto de la izquierda podrá avanzar, si se desenvuelve en los acotados ámbitos de la institucionalidad burguesa. Esa estructura perpetúa la dominación de las clases capitalistas y el amoldamiento a esa restricción, consolida el estatus quo, sepultando los proyectos de transformación social.
Lenin insistió en este presupuesto de la lucha por el socialismo. Subrayó la naturaleza capitalista del Estado y la insoslayable necesidad de transformar radicalmente a esa entidad, para abrir el sendero hacia otra sociedad.
Pero descreía también de la mera copia del curso seguido en Rusia. Alertó especialmente contra la simplificada ingenuidad de repetir el rumbo de los sóviets y resaltó la importancia de las tradiciones parlamentarias en Europa Occidental. En esa región, las elecciones periódicas ya estaban incorporadas a la vida política corriente.
El líder bolchevique polemizó con sus colegas comunistas que omitían ese dato y señaló la conveniencia de apuntalar gobiernos de los trabajadores, surgidos del sufragio a través de coaliciones socialistas. Debatió incluso la postura a seguir en la eventualidad de ofertas ministeriales en esas administraciones.
Para Lenin, los sóviets podían complementar y acelerar la trayectoria de procesos inaugurados por victorias en las urnas. Anticipó con esas observaciones un curso de singular vigencia en el siglo XXI.
En ese terreno se verifican complementariedades, con adversarios del propio campo marxista, como Kautsky. El dirigente soviético enjuició acertada y duramente a ese oponente, por su cuestionamiento de la revolución rusa y lo consideró un renegado de la causa socialista. Pero utilizó esa calificación de desertor, porque anteriormente formaba parte de la propia familia. Fue un colega de Lenin en la batalla contra el social-liberalismo de Bernstein y hasta 1910 era ponderado como el principal referente del marxismo.
Las miradas que aportó Kautsky en ese período son provechosas para el escenario actual, porque auspiciaban un programa muy radical para llegar electoralmente al gobierno y avanzar hacia el poder, introduciendo la planificación de la economía y la organización de milicias obreras. Proponía una administración superadora del corporativismo, que incluyera al grueso de la ciudadanía y advertía la necesidad de responder con la fuerza a la previsible reacción de la burguesía.
Su modelo fue retomado por la III Internacional, con propuestas de gobierno de los trabajadores para los países del mundo occidental con arraigada institucionalidad. Este legado aporta pistas de interés para la actualidad
RITMOS Y ACELERADORES
El nuevo escenario introduce temporalidades más prolongadas que las avizoradas por Lenin, para avanzar hacia el socialismo. El creador de la Unión Soviética concebía una trayectoria de aceleradas mutaciones en lapsos cortos, que permitirían una dinámica simultánea de acceso al gobierno, captura del Estado y transformación de la sociedad. La percepción de ese vertiginoso desenlace, se asentaba en el efecto internacional de la revolución en Rusia. Lenin suponía que ese triunfo suscitaría dinámicas semejantes en el resto del mundo.
El socialismo era imaginado por todos los militantes comunistas, como un devenir próximo y alcanzable en pocas generaciones. Esa expectativa no se efectivizó, pero tuvo sólidos indicios de aproximación en la segunda mitad del siglo XX y retrocedió con la implosión de la URSS.
Nadie sabe si una trayectoria semejante volverá a resurgir en el futuro. Esa ausencia induce a concebir el proyecto socialista en lapsos más prolongados, que los previstos a principios del siglo XX. Conduce a reforzar la estrategia de concebir en cada país, proyectos específicos de la izquierda para acceder al gobierno, manejar el Estado y transformar de la sociedad. Son tres instancias diferenciadas, que suponen distintos pasos para avanzar de un ámbito al otro. No existe una receta común para ese trayecto, pero si un rumbo general compartido.
Como las cortas temporalidades que estimaba el líder bolchevique no están a la orden del día, el escenario actual induce a retomar las categorías de Gramsci. El dirigente italiano aportó conceptos de largo plazo, extendiendo las nociones que Lenin desenvolvió para las coyunturas. Las situaciones revolucionarias que indagaba el líder bolchevique fueron reconsideradas por Gramsci como crisis orgánicas. El teórico sardo observó el sustrato más pausado y sinuoso de los vertiginosos contextos disruptivos, analizados por su compañero ruso.
Esa atención por los procesos largos, tiene su correlato en la estrategia socialista de desgaste y en la conquista de la hegemonía, que Gramsci postuló diferenciando las trasformaciones en el Estado y en la sociedad. Nunca concibió esas trayectorias en la clave socialdemócrata de eternización del capitalismo, que supusieron muchos intérpretes de su obra. Gramsci mantuvo siempre una estrecha sintonía con el proyecto leninista de erradicar el actual sistema de explotación. Es importante registrar esa complementariedad, para evaluar con una lente política leninista, las semejanzas del contexto actual con el panorama percibido por Gramsci.
Los procesos que en pasado debutaban con logros revolucionarios, en el marco contemporáneo se perfilan como un efecto de exitosas revueltas. El sustento inmediato del cambio radical en organismos de poder popular, podría ser anticipado ahora por victorias electorales. Esta ampliación de la secuencia, no modifica la trayectoria de la ruptura que exige el salto hacia el socialismo. La revolución puede ser precedida por rebeliones, pero debe irrumpir en algún momento, para consagrar el pasaje del control popular del gobierno al manejo directo del Estado.
Ese viraje es irrealizable, sin acciones revolucionarias que impongan el reemplazo del poder burgués. También la llegada de la izquierda al gobierno puede seguir los senderos clásicos de una elección, pero la gestación de otro Estado es inconcebible por un continuado tránsito por ese sendero. El despunte de la nueva sociedad, solo podrá asentarse en el poder popular directo de las comunas o asambleas, que Lenin conceptualizó a la luz de los sóviets.
Ese viraje presupone un proceso de radicalización, que Lenin observaba con una óptica semejante a Trotsky. Ambos pensadores recogieron esa mirada de Marx, que fue posteriormente compartida por Mao, Ho Chi Minh, Fidel y todos los lideres comunistas, que transformaron la resistencia antiimperialista en cursos de gestación socialista.
La acepción específica de ese rumbo -que Trotsky interpretó como una revolución permanente- tuvo varias confirmaciones positivas en el siglo XX. Se corroboró que, en ciertos países subdesarrollados, las ansiadas metas democráticas, agrarias o nacionales que impulsan la revolución, sólo pueden alcanzarse mediante una dinámica ininterrumpida de mutaciones socialistas.
Pero los cambios registrados en el espectro contemporáneo de esos países, exigirían una gran redefinición de ese principio. Más problemática es la aplicación de ese concepto al escenario no revolucionario que impera en la actualidad. Las mismas prevenciones se extienden al Programa de Transición, que Trotsky concibió en la catastrófica era de la entre guerra. El puente entre lo que demandan los trabajadores y rechazan los capitalistas, no reproduce en la actualidad las secuencias de esa época. El contexto actual exige focalizar la atención en otros campos.
LOS ÁMBITOS DE LA DISPUTA
La propuesta de combinar los sufragios convencionales periódicos, con distintas formas de democracia directa para pavimentar un proyecto socialista, es una enseñanza de tendencias potenciales de las últimas décadas. No es presupuesto abstracto. Se ha corroborado -especialmente en América Latina- que las crisis generadas por colapsos económicos, desplomes políticos o levantamientos populares, suelen desembocar en nuevas elecciones que interpelan a la izquierda.
Los chantajes, proscripciones, manipulaciones y fraudes que rodean a esos comicios, no anulan su centralidad y tampoco la ascendente deserción de los votantes reduce su gravitación. El marco político sigue siendo distinto al que imperaba en la época dictatorial de Batista, Videla o Pinochet. Y por esa razón mantiene su vigencia la estrategia de acceder electoralmente al gobierno para disputar el poder.
Lo que se ha tornado más visible son los ámbitos del poder real, que rodean al sistema político y cuyo manejo resulta indispensable para construir una sociedad igualitaria.
El poder militar define, ante todo, quién maneja los resortes de cada país. Qué ya no existan dictaduras explícitas como en el pasado, no reduce la preeminencia de las Fuerzas Armadas. En cualquier situación límite, la intervención de los gendarmes inclina la balanza. La derecha no ha podido con Venezuela por la lealtad del ejército al proyecto bolivariano y pudo reconquistar el gobierno de Bolivia, Ecuador o Perú por el control estadounidense del alto mando.
El poder judicial ha exhibido un inédito protagonismo político. Instrumenta operativos de Lawfare en forma sistemática, para erosionar a los gobiernos progresistas. Recurre al montaje de la corrupción para implementar esos operativos, con una doble vara de enjuiciamientos guionada por los grupos capitalistas. Los tribunales operan como un poder subterráneo que acorrala a los legisladores, intimida a los ministros y chantajea a los presidentes, hasta imponer la agenda que definen los dueños de las tierras, las minas o las empresas de cada país.
La derecha que controla ese dispositivo, ya instauró la norma de encarcelar a los mandatarios adversos. Ningún proyecto popular puede despuntar sin democratizar esa justicia y sin anular los privilegios cuasi feudales, que detenta el alto funcionariado de los tribunales.
Una gravitación aún mayor ha demostrado el poder mediático, que manipula la información, a través de la prensa, la televisión y las redes sociales. Por esos canales transmite la ideología que configura la mirada corriente y los prejuicios de gran parte de la población. Recurre a un bombardeo cotidiano para responsabilizar a los gobiernos progresistas por las penurias diarias, mientras exculpa a los poderosos de esas adversidades. Los medios de comunicación hegemónicos han reforzado el imperio de la mentira, sepultando en su esfera los últimos vestigios de profesionalidad del periodismo.
La izquierda siempre disputa en minoría en ese ámbito y no puede hacer valer un mínimo de información veraz, sin introducir una drástica democratización de ese campo. Necesita imponer leyes que equilibren el poder de la prensa y regulen el funcionamiento de las redes sociales. Esos desafíos en el plano judicial o mediático presentan una envergadura muy superior a la época de Lenin.
Pero la centralidad de la economía como principal campo de batalla, mantiene una gravitación semejante a la centuria pasada. Allí se concentra el poder capitalista, con la misma contundencia que en la era del líder bolchevique.
En ese ámbito hay cambios significativos en el sendero de transformación, que fueron anticipados por el propio Lenin. El forjador de la URSS propició el reemplazo de un modelo de planificación total, impuesto por la emergencia bélica (Comunismo de guerra) por un esquema combinado de regulación estatal, con alta incidencia del mercado (Nueva Política Económica).
Ese esquema de la NEP ha sido exitosamente retomado por China, para protagonizar el mayor desarrollo productivo de la era contemporánea. Beijing adoptó los principios de mixtura de la primacía estatal con la complementación mercantil. Su versión está muy distanciada del curso avizorado por Lenin, en la medida que incluye la presencia de una clase capitalista que extrae plusvalía, expande beneficios y acumula capital. Pero el cimiento general de largo plazo es semejante.
La NEP de Lenin es igualmente inspiradora de la dinámica que podrían seguir los procesos de transformación en América Latina. Es un modelo que prioriza los cambios en los sectores estratégicos de cada país. Allí resulta indispensable la propiedad estatal. En otros ámbitos debería prevalecer una coexistencia con segmentos mercantiles y capitalistas bajo el comando del Estado. La convivencia, negociación y disputa con el sector privado es un ingrediente de la paulatina construcción de un proyecto poscapitalista.
REFORMA Y REVOLUCIÓN
La estrategia esbozada en esta actualización de Lenin, presupone una mirada de la reforma y revolución, como dos procesos continuos que se complementan e integran sin oponerse. Las conquistas dentro del sistema permiten afianzar la confianza popular en sus propias fuerzas, preparando a los sujetos para las acciones radicales que exige la superación del capitalismo.
Los trabajadores son los artífices de ambos hitos, sin que nadie pueda anticipar cuántas y cuáles serán las reformas compatibles (e incompatibles) con el escenario imperante. Ese interrogante quedará zanjado en la propia lucha, en un marco de grandes sorpresas. Hay reformas muy pequeñas, que pueden precipitar el estallido del sistema y otras muy profundas, que pueden ser absorbidas por el orden vigente. Ese desemboque depende del contexto económico y de la confrontación clasista.
El marco keynesiano de derrota del fascismo e ímpetu del socialismo en los años del Estados de Bienestar, fue radicalmente distinto al escenario neoliberal de unipolaridad y ofensiva patronal de las últimas décadas. La variabilidad de esos universos imposibilita conocer con antelación, cuáles son los procesos de reforma que podrían devenir en dinámicas revolucionarias.
Lenin coincidía con Luxemburgo en la complementariedad de ambos procesos y en el rechazo a oponerlos en forma abstracta. Subrayó la primacía de una u otra dinámica en distintas coyunturas. Las dos figuras apuntaron a forjar una consciencia popular revolucionaria, a partir de la experiencia acumulada con los logros reformistas. Resaltaron en común que esas convicciones eran indispensables para afrontar los momentos de quiebre del capitalismo
Los teóricos marxistas contemporáneos, como Bensaid, que siguieron y enriquecieron esas pistas, desarrollaron un programa de reformas no reformistas, para recrear la perspectiva revolucionaria. Con miradas del mismo tipo, Poulantzas destacó la compatibilidad de la batalla en el marco institucional con las luchas sociales, que retroalimentan los triunfos electorales de la izquierda.
El estudioso griego destacó que en esa combinación de confrontaciones dentro y fuera del Estado, es importante distinguir la ampliación de conquistas en la esfera pública, del fortalecimiento del Estado como ente de opresión. Señaló que los logros en el primer terreno son claves para la disputa por el poder en las distintas áreas del Estado. También aquí Lenin fue enriquecido con observaciones gravitantes para el siglo XXI.
Una pertinencia de la misma índole tiene el legado de los teóricos austro-marxistas, que en la misma época de Lenin protagonizaron los éxitos municipales de "Viena la Roja". Esa experiencia fue el primer antecedente de gestión de la izquierda de grandes concentraciones urbanas. Su modelo operó de hecho como una referencia, para el manejo de varias ciudades latinoamericanas en las últimas décadas. El mismo esquema ha cobrado nueva relevancia, con el impactante triunfo del candidato socialista a la alcaldía de Nueva York.
Ese éxito de Madmani es el primer contrapeso significativo a la oleada ultraderechista, en las grandes metrópolis del Primer Mundo. Confrontó y desbarató el chantaje de Trump, con un discurso de oposición al magnate. Defendió a los inmigrantes y propuso la implantación de impuestos progresivos, reivindicando además la causa palestina.
En una alianza de la izquierda radical y liberal, Madmani logró canalizar el rechazo al establishment Demócrata, movilizó una nueva base juvenil y trabajadora, integró la creatividad de las redes con la militancia callejera y recuperó figuras de la historia socialista de Estados Unidos.
Sus antecesores del austro-marxismo mantuvieron fuertes tensiones con Lenin, que objetó la ausencia de voluntad revolucionaria de esa corriente, para seguir el camino inaugurado por la URSS. Pero esas falencias, no anulan otras fructíferas elaboraciones de ese sector. Particularmente importantes fueron sus propuestas de pavimentar caminos al socialismo, combinando el parlamento con los consejos obreros.
Postularon un sendero para llegar al gobierno a través de las elecciones y otro para sostenerlo ulteriormente, mediante una variedad de la democracia integrada. Ese rumbo contiene parentescos con la experiencia en curso en Venezuela. Ese país se ha transformado en un relevante laboratorio para concebir dinámicas socialistas.
En respuesta a las conspiraciones de la derecha, las agresiones del imperialismo, las sanciones económicas y las campañas golpistas, ha emergido allí una singular combinación de la democracia representativa y participativa.
Las instituciones convencionales coexisten con las comunas, como dos instancias de gestión por arriba y por abajo. Mixturan el sufragio periódico y la delegación a los legisladores, con la intervención directa del poder comunal. Ya es un proceso de varias décadas, en medio del estado de excepción y la amenaza de invasión imperial. Esa experiencia permite evaluar en la práctica, los méritos del modelo austro-marxista que Lenin observó con interés.
EXPERIENCIAS, SUJETOS, ORGANIZACIONES
La disputa por el poder militar, judicial, mediático y económico es la meta central de un acceso de la izquierda al gobierno por la vía electoral. Si ese propósito no es reconocido, enunciado y explicitado con gran intensidad previa, el triunfo en los comicios será sucedido por una frustración política.
Ese fracaso puede ser inmediato, pausado o demorado, pero es un desemboque inexorable, porque la renuncia a conquistar el poder conduce a convalidar el estatus quo. Esa deserción provoca el desengaño de la población previamente ilusionada con las promesas de la izquierda.
Todas las experiencias negativas del progresismo en América Latina han derivado de esa renuncia a batallar por el poder, luego de llegar al gobierno. La inoperancia y esterilidad de gran parte de esas administraciones fue el corolario de su impotencia defensiva, justificada con discursos institucionalistas. Esa retórica reforzó su aprisionamiento a la inmovilizadora telaraña del sistema político burgués.
En esa incapacidad del progresismo se ha montado la ultraderecha para retomar la iniciativa. Del fracaso de Alberto Fernández, Dilma, Boric o Castillo surgieron Milei, Bolsonario, Kazt y Boularte. Por los mismos desengaños con el progresismo neoliberal estadounidense despuntó Trump y por las desilusiones con la socialdemocracia emergieron Le Pen, Meloni y Farage.
Toda la obra de Lenin es una advertencia contra esos efectos y su relectura tiene una enorme pertinencia actual, para desenvolver una batalla política sistemática contra el progresismo. El líder bolchevique fue la contracara de esa corriente y demostró que el debate constante con ese sector permite forjar una izquierda consecuente. Solo esa construcción superadora permitirá encauzar las próximas rebeliones hacia un camino de triunfo.
El sujeto social de esa transformación es otro tema en debate. Lenin apostaba al protagonismo del proletariado industrial y derivó esa gravitación del liderazgo que exhibía la clase obrera rusa en la batalla contra el zarismo. Registraba el mismo peso abrumador de los trabajadores fabriles en las luchas sociales de Europa.
Nunca dedujo esa primacía de un mero presupuesto teórico. Se mantuvo muy atento a la realidad y no vaciló en denunciar, por ejemplo, el rol regresivo de los sectores mejor pagos del proletariado inglés. Preservó una mirada flexible sobre las fuerzas sociales ubicadas a la vanguardia de la confrontación. Observó cómo se dirimía en la práctica ese liderazgo.
En Lenin ya estaba presente la crítica a la sociología del sujeto transformador privilegiado, que obnubiló a importantes sectores de la izquierda durante el siglo XX. Esa tradición dogmática quedó refutada por la incidencia dominante del campesinado, en las gestas revolucionarias de China y Vietnam y fue confirmada por la gran variedad de protagonistas populares en las sublevaciones de África y América Latina
Las transformaciones del capitalismo contemporáneo han ratificado esa plasticidad. Se ha conformado una clase trabajadora ampliada con todos los individuos que viven de su trabajo, sometidos relaciones laborales de explotación formal y precarizada.
La influencia política de la izquierda sobre estos sectores, ya no presenta los nítidos cortes del sociales del pasado. Basta observar la incidencia de la ultraderecha entre los segmentos industriales, para corroborar esa variabilidad. Hay que evaluar estas mutaciones con la perspicacia de Lenin, archivando todos los vestigios de cerrazón, que oscurecen la comprensión de la realidad contemporánea.
Con la misma óptica hay que revisar la rígida asociación, que habitualmente se establece entre Lenin y la construcción de un partido centralizado, vertical y disciplinado. Se observa en forma equivocada a esa fórmula como un dato invariable.
En los hechos, ese modelo correspondió a la batalla clandestina contra el zarismo y fue naturalmente repetido en las gestas contra las dictaduras de Asia, África y América Latina. Mantiene su vigencia para todos los escenarios de confrontación militarizada.
Pero el propio Lenin subrayaba la diferencia del escenario ruso con el contexto alemán y sugería también el ingreso de los comunistas al laborismo inglés. No propiciaba un formato único de organización política. Tan solo remarcaba la necesidad de sólidos agrupamientos para superar las limitaciones de la lucha social.
Lenin destacaba que ese último ámbito permite conquistas significativas, pero es insuficiente para batallar por una sociedad igualitaria. Ese proyecto requiere forjar una conciencia socialista entre los trabajadores, que se desenvuelve a través de la acción política. La forma peculiar de la organización que condensa ese proceso es un tema abierto y amoldado al contexto de cada país.
ORGULLO Y MELANCOLÍA
Lenin es una fuente de incontables aprendizajes, si es leído con el ojo puesto en la ocurrido desde su fallecimiento. Esa óptica transita por jerarquizar a los autores marxistas que han actualizado la estrategia socialista.
El gran barómetro de esa evaluación es la factibilidad de las políticas en debate. Lenin era frontalmente hostil a cualquier razonamiento divorciado de esa aplicabilidad. Se sentiría totalmente extraño frente a un homenaje de su obra, que exaltara el socialismo como un proyecto anhelado pero irrealizable. No habría soportado que se enalteciera a la revolución, como un episodio tan memorable como carente de viabilidad.
El líder bolchevique era ajeno a la mera descripción de los acontecimientos y muy reacio a proclamar, en forma desconsolada, la inexistencia de alternativas. Estimaba que, si esas opciones no estaban la vista, habría que buscarlas en las fuerzas subyacentes. Y habría sugerido recurrir a otras fuentes de inspiración, si las concepciones utilizadas para descubrir esas tendencias eran inapropiadas.
Sin esa libertad de pensamiento para indagar los caminos de la emancipación, no hay forma de batallar contra el capitalismo, resucitando el entusiasmo de las nuevas generaciones.
El líder bolchevique se ubicaba en las antípodas de los melancólicos de izquierda, que exaltan con amargura su derecho al desencanto, cómo si ese pesimismo aportara alguna contribución al entendimiento o a la transformación de la realidad. Nuestro Lenin no rehúye los tremendos obstáculos del proyecto emancipatorio, pero propone remontarlos con reflexión, militancia y convicciones comunistas.
21-12-2025
RESUMEN
La relectura de Lenin contribuye a comprender la naturaleza imperial de las confrontaciones bélicas, la centralidad del antiimperialismo y la batalla contra la ultraderecha. Permite notar que las rebeliones actuales divergen de las revoluciones precedentes, que el capitalismo afronta otros desequilibrios y que el socialismo repunta en la adversidad. También esclarece la estrategia de llegar al gobierno para disputar el poder con radicalización y nuevas temporalidades, en la confrontación militar, judicial, mediática y económica. El socialismo municipal y las Comunas mixturadas con el Parlamento pavimentan la combinación de reforma con revolución. La izquierda despunta en polémica con el progresismo y con sujetos sociales y organizaciones políticas variadas. Necesita retomar la convicción y archivar la melancolía.