Woke, dormidos para siempre

Viernes, 12/12/2025 07:11 AM

Se puede observar que el movimiento woke ha acabado siendo un instrumento más para llevar a las redes del mercado y a la disciplina política a quienes habían sido marginados injustamente, al objeto de que cumplan su papel de sumisión comercial, al igual que los demás. Primero, era aquello de un Despierta, pero sigue durmiendo, con lo que tenía lugar el despertar condicionado por el mercado. Luego, las cosas quedaron claras en Despierta para seguir durmiendo. Ahora, ya concluido el proceso, se trata de Woke, dormidos para siempre. Con lo que la doctrina woke, en estado de máxima expansión, anima al personal afectado a dormir un prolongado sueño de entrega al mercado, satisfecho por los logros alcanzados, mientras el resto de la masa adora a los que un día fueron desfavorecidos y hoy favorecidos por la política global. En esta posición, se trata de permanecer dormidos en un panorama social caracterizado por la pérdida de la individualidad y la entrega a la doctrina del capitalismo. El problema reside en que el anunciado despertar no ha tenido lugar desde la clara movilización de los propios afectados, sino que ha sido dirigido; en definitiva, impuesto por los intereses económico-políticos y sujeto a la condición de que se entreguen sin condiciones a las exigencias del voto y el mercado. Lo que implica pasar por la consecuencia de seguir durmiendo, en tanto funcione el sistema.

En este proceso, hay que tener en cuenta que actualmente el mundo reclama novedades permanentes en interés de la globalización. Se impone la creencia de que no es posible la marcha atrás ni el estancamiento, tal como exige el progreso tecnológico, que es el soporte de su negocio. El mercado aprovecha esta circunstancia para tratar de vender más, cumpliendo esta finalidad con la acción renovadora de las modas. Mientras que la política avanzada acude a la invocación que impone el progreso para vender votos a la ciudadanía, y en este punto lo woke es útil para tales tendencias, especialmente para la que hoy se llama política progresista. Lo woke ha pasado a ser la doctrina de moda, aunque se trate de jugar al despiste. El motivo es que, no solo el mercado ha mejorado el negocio con la inclusión de los excluidos, la política ha encontrado en ello un argumento de captación de votos y, lo más importante, los que manejan la globalización un instrumento de fragmentación social que permite garantizar el poder de la minoría que la dirige. Progresismo, mercado, políticas nacionales y la gran política, han visto en los dogmas de la nueva doctrina el argumento decisivo para ganar adeptos y un método de consolidación de su hegemonía global. Pese a los escarceos de carácter conservador, dirigidos a confundir al auditorio, ya que son debidamente controlados por los que ejercen el único poder existente, lo woke sigue su marcha sin apartarse de las líneas marcadas, reflejadas en la conocida Agenda, y acabará dominando el panorama totalmente.

El dominio está servido, puesto que sus argumentos son atractivos, suenan bien a los oídos de las masas. Su doctrina ritual, expresada en términos como democracia, derechos, libertades, justicia, inclusión, igualdad, seguidos de erradicar la pobreza, mejor calidad de vida, mayor ocio, desarrollo sostenible o soluciones frente al cambio climático, entre otras expresiones sonoras utilizadas por el progresismo y el negocio de las grandes empresas, cuentan con aceptación generalizada. Igualmente, se entiende como de justicia que los desfavorecidos tradicionales y los grupos de desprotegidos pasen a ser los favorecidos en el nuevo orden, porque todo ello suena a progreso social.

Desde los aires utópicos que caldean el ambiente, ya hay algo que ofrecer a los creyentes y es posible hacer políticas a base de ocurrencias calificadas de progreso. En interés de la eficacia viene la imposición de la doctrina por la política de país, debidamente blindada, utilizando el método de la única verdad, que excluye todo lo demás, etiquetándolo de bulo, y, si no prospera, acudiendo a la represión de siempre, pero con instrumentos modernos como el manejo del odio, puesto a su servicio de forma discrecional. La gran política, a la vista de la marcha de la doctrina woke, asistida por el culto a los grupos y seguida del despilfarro público para atender a los no pudientes, entiende satisfecho su propósito de hacer de los que fueron Estado soberanos, unidades administrativas reguladoras de una sociedad profundamente dividida que contempla cómo la igualdad ha traído el privilegio a su casa, con lo que éxito de la globalización queda asegurado desde una política de imperio. Sobre los mercaderes, baste decir que el negocio marcha a su gusto. En cuanto a la sociedad viendo el espectáculo desde la barrera, se muestra entretenida con las ocurrencias de cada día, en tanto disfruta del inacabable tiempo de ocio.

Debidamente utilizado, lo woke ha pasado a ser, no solo una forma de marcar la trayectoria de la existencia colectiva, sino una fuente de negocio de variada naturaleza, especialmente para los que rigen los destinos del mundo. A nivel inferior, los que viven de la política, ya disponen de una nueva fuente de ingresos duradera. El ciudadano común, al que se ha alejado de todo negocio, se deja llevar, confiando en que el bienestar sea una realidad, en todo caso, le queda distraerse con la comedia. Los beneficiados por la moda woke, a disfrutar de su posición, a seguir fieles al capitalismo moderno que les ha sacado del olvido, a gastar en el mercado, agradecer a sus patrones su visibilidad y a seguir durmiendo en los laureles. La servidumbre está servida y no se le vislumbra final porque, en definitiva, se trata de que unos y otros sigan durmiendo el plácido sueño que ofrece la sociedad del espectáculo a sus miembros, para tenerlos entretenidos; mientras los avispados hacen, a cuenta suya, esos grandes negocios que apenas asoman a la luz. Como la situación tiene visos de prolongarse sine die, de ahí lo de woke, dormidos para siempre,

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