La izquierda madurista y sus puntos ciegos: una respuesta crítica a la matización del desastre venezolano

Martes, 03/06/2025 12:03 PM

El artículo de Steve Ellner "‘Neoliberal and Authoritarian’? A Simplistic Analysis of the Maduro Government That Leaves Much Unsaid", planteado como una respuesta a Gabriel Hetland por su texto "Capitalism and authoritarianism in Maduro’s Venezuela", nos ofrece una nueva oportunidad para continuar y ampliar un debate crucial sobre el devenir del gobierno bolivariano y la actual situación en Venezuela.

Me interesa tomar partido en esta discusión, principalmente para contestar algunos de los argumentos propuestos por Ellner en su escrito, que creo buscan neutralizar posiciones crítica contra la deriva regresiva que ha experimentado el sistema político venezolano durante el gobierno de Maduro. Incluso, son reflejo de los laberintos de algunas izquierdas, empantanadas en el apoyo de ciertos regímenes decadentes, y con escasas ideas e imaginación para transitar otras opciones críticas y comprometidas con las luchas populares. Algo crucial en un mundo en el que avanzan las extremas derechas y los autoritarismos.

El argumento central de Ellner es que deben contextualizarse y matizarse los análisis críticos hacia el gobierno de Maduro, y que se debe tener más rigurosidad. Sin embargo, a decir verdad su texto va en una sola dirección: se trata de una colección de ‘matices’ a los argumentos de Hetland, que se proponen como una serie de justificaciones de por qué Maduro reprime a los trabajadores, de por qué ha socavado el salario, de por qué ha instaurado un muy agresivo régimen neoliberal, etc.

Paradójicamente, sus argumentos de respuesta a Hetland prácticamente no tienen matices. Hay un extraordinario universo de omisiones en las que incurre Ellner que sería no solo muy necesarias plantear, sino que también tendrían mucho peso en un análisis fuera de todo binarismo; pero sobre todo, en un análisis comprometido con las luchas populares. Finalmente, Ellner cae en la misma lógica que critica. Y si es de hablar de rigurosidad, en muchos casos tampoco se ofrecen los datos que el mismo le solicita a Hetland, y en otros, la fuente del argumento es información de funcionarios del gobierno venezolano.

En este sentido, toca hacer el ejercicio de matización que reivindicó Ellner, pero que lamentablemente poco cumplió.

Fueron variados los temas planteados. Por ejemplo, Ellner propone que se debe poner en el centro del análisis las sanciones internacionales, para entender lo que pasa en Venezuela. De antemano, enfatizo mi posición señalando a estas como unas medidas totalmente repudiables, por parte además de un gobierno como el estadounidense con una larga tradición injerencista y neocolonial. Agrego también que esta es prácticamente una posición compartida en la izquierda venezolana, que es heterogénea, la cual ha manifestado permanentemente su rechazo. Y de hecho, no es una política que tenga aceptación en el grueso de la población, e incluso algunos investigadores e intelectuales liberales, y actores políticos de oposición también han rechazado las sanciones; otros no.

El problema es que el argumento de las sanciones se ha convertido para el gobierno de Maduro no solo en una herramienta silenciadora para evitar cualquier crítica y discusión, sino también es la excusa perfecta para justificar una serie de desmanes económicos y políticos en curso.

Si hablamos entonces de matización y rigurosidad, para referirnos a las sanciones, lo justo es tratar de responder y comprender si estas desataron o no la peor crisis de la historia de Venezuela, y qué peso han tenido en su desarrollo. Ellner habla de las sanciones de Obama de 2015, pero estas contemplaron el congelamiento de bienes y cuentas bancarias en EEUU, y la suspensión de visados y prohibición de entrada a ese país, para funcionarios y personas clave vinculadas al gobierno venezolano. El autor no menciona que, para 2017, fecha de las primeras sanciones dirigidas a la economía venezolana, el PIB ya había experimentado un impresionante desplome de 31,9%; las importaciones se habían derrumbado en un 81,76% respecto a 2012; la inflación era la más alta del mundo con 438,1% de incremento; y la deuda ya remontaba la enorme cifra de 148.328 millones US$. De hecho el lento declive de la producción petrolera proviene de los años de Chávez, así como la debacle de numerosas industrias estatales, y de sectores clave de la producción agrícola como la caña de azúcar o el maíz.

Algo ya estaba mal, y provino de la profundización del modelo rentista petrolero en el gobierno de Chávez, junto a una pésima gestión administrativa y económica, algo que se desarrolló precisamente cuando este llegó a tener una popularidad de cerca del 70%, precios del petróleo altísimos e ingresos extraordinarios por años (sin precedentes), control de las instituciones, y una gran influencia y alianzas regionales. Ellner olvidó mencionar esto, así como el pequeño detalle de los multimillonarios desfalcos producto de la corrupción gubernamental que fueron devastadores para las arcas públicas y la población, como las estafas cambiarias de Cadivi, los numerosos casos en PDVSA, el caso PDVAL, los del Fondo Chino, varios en obras de infraestructura, y una lista muy larga, que sigue. Al final, la difundida idea de una guerra económica, en realidad estaba compuesta por una estructura de actores que conjugaron personeros del gobierno que podían incluso ser del más alto nivel, con otros grupos de índole internacional y empresarial.

Este proceso tuvo continuidad en el gobierno de Maduro, algo reconocido incluso por las propias autoridades, con detenidos de peso (varios presidentes de PDVSA), hasta las últimas estafas de Sunacrip y Petróleos de Venezuela que implicaron más de 21 mil millones de dólares no cobrados. Ante tales dimensiones del desfalco continuado, es difícil que un pensador crítico entienda esto como las anomalías de algunas personas sin escrúpulos, y no termine de asumir que se trata de una estructura coherente de apropiación ilícita y masiva de riqueza.

Algunos se pueden preguntar cómo se pasó de un amplio nivel de popularidad del chavismo en la primera década de este siglo, a un profundo rechazo que ronda hoy el 70-80% de la población. Las penurias inconmensurables que han vivido los venezolanos, con altos niveles de pobreza, y ausencia de hospitales y servicios básicos, contrastan hoy con la vida de ricos, de lujos y excesos de las élites gubernamentales y del Estado, con apartamentos en Dubai o Europa, y su desfile de camionetas, sus restaurantes gourmet y megafiestas. Esto es algo ya ampliamente instalado en la conciencia de la población venezolana, e incluso integrado en el imaginario social. Y explica el aborrecimiento generalizado al gobierno de Maduro, el vaciamiento de pueblo que se generó en este proceso, el vuelco a votar masivamente el 28 de julio de 2024 para salir de lo que se ha percibido como una pesadilla, e incluso las protestas del 29-30 julio contra el fraude electoral, impulsadas fundamentalmente desde los barrios populares como Petare, La Vega, El Valle o Catia.

Vi con estupor como estas protestas fueron criminalizadas por sectores de izquierda a nivel internacional, que las acusaron con una escalofriante ligereza como manifestaciones de "gente de extrema derecha", y convalidando la brutal represión que se generó esos días y las semanas siguientes. Estas prácticas de criminalización del pueblo las vimos en gobiernos de derecha como el de Iván Duque en Colombia y Sebastián Piñera en Chile, ante las protestas masivas de 2019. Si tuviésemos que hablar de matices, debería reflexionarse profundamente sobre las razones de este enorme descontento popular en Venezuela. Los seguidores y supporters del gobierno de Maduro parece que siempre prefieren buscar culpables ajenos y criminalizar disidentes, antes que hacerse un examen profundo para ver cómo y por qué perdieron el apoyo y conexión con la población.

Las sanciones han tenido un efecto posterior negativo en el desarrollo de la crisis, y en efecto han dificultado el proceso de recuperación de la caída libre que experimentó la economía venezolana. Pero no explican la causalidad del colapso societal que hemos vivido, ni el hecho que, todo este proceso se ha desenvuelto dentro de una estructura desencadenante y posibilitante de apropiación de riqueza que ha surgido del seno del gobierno bolivariano. Me temo que la narrativa oficial de las sanciones actúa como un poderoso mecanismo de neutralización de la discusión y la crítica, que lamentablemente es asumida por un sector de la izquierda internacional que evade esta situación.

Anclarse en la narrativa del pasado para justificar el desastre del presente

Me parece que hay una insistente tendencia a aferrarse a argumentos del pasado del gobierno de Chávez, cuando la distribución de la renta petrolera en la sociedad fue masiva, el salario mensual nominal llegó a alcanzar los 400$, y se incentivó la participación popular en la política, para transpolarlos a una actualidad que ha mutado dramáticamente. Hay varios ejemplos que pueden ser mencionados. Ellner habla de las comunas, aunque el mismo reconoce que con Maduro estas fueron minimizadas durante años. A partir de esto, hace referencia a un ‘nuevo impulso’ a las mismas, pero lo que no dice es que esa minimización está enmarcada en un proceso de desmovilización y vaciamiento de la organización popular que ha tenido muy perniciosos efectos; de la pérdida de todo sentido comunal de esta propuesta, que incluso terminaba asimilada a los CLAP por el propio Maduro. Propuesta que hoy es resignificada como un instrumento para facilitar el control territorial del Estado/gobierno, en el marco de un sistema político que ha evolucionado hacia un modelo de tipo neopatrimonial.

Cuando se habla de "proceso bolivariano", ya no estamos hablando de un sistema de alianzas nacional-popular, con énfasis en las clases más desfavorecidas. Hoy se ha reconfigurado drásticamente esa fórmula: la alianza militar multiplica la presencia de cuerpos de seguridad; se articula con Fedecámaras, con las élites de las iglesias evangélicas; alianzas que se fortalecieron con la corporación estadounidense Chevron. Con los capitales chinos en la Faja Petrolífera del Orinoco; con banqueros y nuevos ricos surgidos del seno de la llamada "Revolución".

Pero lo importante: prácticamente todos los capitales presentes en Venezuela usufructúan las riquezas del país en condiciones vergonzosamente preferenciales. Sin restricciones, con grandes facilidades y sin capacidades de interpelación alguna. Leyes como la Ley Antibloqueo, la de Zonas Económicas Especiales, la de Protección a la Inversión Extranjera, decretos de exención de impuestos a empresas, privatizaciones de bajo perfil, la Licencia LG41 a Chevron, los acuerdos con CNPC, entre muchos otros, dan cuenta de esto. Lo curioso no es que la mayoría de las izquierdas en el país, sobre todo las más combativas, se han opuesto vehementemente a esta entrega del país, sino que la única izquierda que se ve apoyando y hasta aplaudiendo esto, es a la izquierda madurista.

Un elemento más de este desfase entre narrativa vieja y el nuevo régimen: Ellner insiste en no olvidar el rol que ha tenido la oposición (tradicional) venezolana para entender el "alcance de la guerra contra Venezuela". Indudablemente, en general esta oposición ha jugado también su rol en el devenir decadente del sistema político nacional, con algunos ciclos insurreccionales impulsados por el ala radical de la misma, que ha contribuido al empobrecimiento de la política; escasa construcción orgánica de poder hacia abajo y, sobre todo, muy pocos aportes para la construcción de alternativas. Lo que no explica el autor es cómo el gobierno terminó pulverizando no solo a esta oposición de derechas, que quedó echa despojos, lo que explica además la emergencia del liderazgo masivo de María Corina Machado; sino también a todo aquella fuerza política y social que se opusiera a este. Esto incluyó la intervención y partición de partidos políticos tradicionales como AD y Copei, creando juntas directivas dóciles al gobierno –que es la ‘oposición’ que se le presenta a la opinión pública−; persecución y encarcelamiento de integrantes de sindicatos, algo que también se ha aplicado a líderes comunitarios y organizaciones sociales y ONGs. Ellner ha debido hacer también énfasis en la situación de comuneros y chavistas críticos que han sido detenidos, las torturas en cárceles del país, la persecución al Partido Comunista de Venezuela, y los efectos de la "Ley contra el Odio" en la sociedad. En esto, en algo tan sensible, los matices no aparecen en el texto, y eso es grave.

Ellner no dice que la Venezuela de hoy no es la misma de 2017 ni 2019; que estamos ante otro escenario, uno de un modelo de poder sin contrapeso alguno. El análisis varía, como varía la historia.

¿Matizar el arrase de un país? Sobre los límites de lo inaceptable

Una conclusión de Ellner, a mi juicio impactante, es que los errores de Maduro fueron forzados por Washington. Un argumento así, tiene a mi juicio, un claro rasgo maniqueo, con un lado de oscuridad malévola que arroparía a Maduro. Visto así, el otro no es "malo", sólo lo obligan a serlo. Algo que parece que diría alguien que sigue, por un acto de fe, al líder.

Es difícil responder en un plano de sensatez a quien puede considerar una víctima al gobierno de Maduro, y en el mismo artículo no decir nada de las víctimas de la sociedad venezolana generadas de la decadencia y la deriva predatoria de dicho régimen. Ellner, y en esto coincido con Hetland, termina construyendo una narrativa justificadora. Justifica las nuevas alianzas con Fedecamaras, y sus políticas, pero nada mencionó sobre la destrucción programada del salario y la persecución y encarcelamiento de trabajadores.

Quizás en el fondo de todo esto está el asunto de los límites de lo inaceptable. De que hay cosas que sencillamente ya no tienen matices. De que hay cosas que sencillamente han encarnado lo peor de los dramas que precisamente la izquierda criticó por décadas.

Que la dinámica geopolítica actual, dominada por lógicas abominables, no será suficiente para "matizar" la barbarie y el arrase de un país por un gobierno. En nombre de nada.

Que quien reivindica un supuesto "Apoyo crítico a Maduro" no difiere en sus lógicas a quien plantee un apoyo crítico a Bukele, a Milei, a Ortega o a Putín. Todo puede ser matizable. Todos podemos ser catalogados como víctimas. Lo puede ser Trump del Deep State estadounidense. Lo puede ser Netanyahu de Hamas. El argumento da para todo, y ofrece ventajas para justificar desmanes. Y al final, todo esto nos lleva a derivas donde nos perderemos, donde instalaremos los matices a la barbarie y el saqueo, que se vuelve la actual 'normalidad' global.

Allí la izquierda se perdería para siempre.

Epílogo

Una de las tantas preguntas que pueden surgir sobre el caso de Venezuela es: si un sector de la izquierda internacional que apoya al gobierno de Maduro, sabe y está plenamente consciente de los desmanes y lo corrupto que es el régimen, y considera una cuestión de ‘honor’ no apoyar a líderes y partidos de oposición tradicional, ¿por qué no poner las fuerzas, energías, soportes y promoción al fortalecimiento de una oposición de izquierdas que pueda disputar en algún momento y de alguna manera el poder político?

¿Por qué si es una cuestión de preservar con fidelidad su identidad de izquierda, no establece puentes con los sectores de izquierda de oposición? ¿Por qué no potencian otra alternativa no neoliberal, con sentido popular, que ponga sobre la mesa un proyecto político alternativo, de alcance nacional, que articule la diversidad de organizaciones, que defienda el salario y los trabajadores, la soberanía popular, la educación pública, y otras reivindicaciones históricas? Estas preguntas me parecen cruciales y nos abren a otros necesarios debates.

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