Confundirlas es un error : Claves para Distinguir
la Economía en la Comunidad de la Economía Comunal
Carlos Oliveros
En el artículo anterior, establecimos que la Economía en la Comunidad y la Economía Comunal se rigen por filosofías y objetivos radicalmente distintos: una es un pragmático salvavidas dentro del sistema capitalista, mientras que la otra es un proyecto constituyente para construir un nuevo sistema económico. Ahora, es crucial adentrarnos en las diferencias estructurales que emanan de esta distinción fundamental; es decir, cómo se posee, cómo se gestiona, para qué se produce y a qué escala se aspira son aspectos que definen operativamente estos dos modelos y revelan por qué confundirlos tiene "profundas consecuencias prácticas" para el despliegue del extraordinario y alternativo Potencial Comunal.
Uno de los puntos de divergencia más evidentes se encuentra en el modelo de gestión. Aunque la base de propiedad en la Economía en la Comunidad puede ser amplia, abarcando desde el individuo y la familia hasta grupos en cooperativas o Empresas de Propiedad Social Directa (EPSD), en la práctica la gestión suele operar bajo una estructura jerárquica y piramidal. Esto significa que, a pesar de la propiedad colectiva en algunos casos, las decisiones finales recaen en un individuo o un pequeño grupo, sin que existan necesariamente mecanismos democráticos vigorosos que garanticen la participación en igualdad de condiciones y oportunidades, de todos quienes participan en el proceso productivo y, menos aún, del resto de la comunidad donde este tiene lugar su desempeño.
La Economía Comunal se erige sobre el pilar de la propiedad comunal. Los medios de producción —tierra, herramientas, fábricas, conocimientos— pertenecen a la comunidad en su conjunto, organizada en Entidades Locales comunales (como, en nuestro caso, Consejos Comunales, Comunas y Ciudades Comunales). Es decir, las familias, como la unidad primaria de la Ciudadanía comunal que las constituye, no participan de manera simbólica, sino más bien de forma activa, afectiva, efectiva y festiva. En la Economía Comunal, estos bienes no son privatizables ni enajenables. La gestión es, estructural y consecuentemente, redárquica. Las decisiones cruciales —qué producir, cómo distribuir los excedentes— se toman con la participación multimodal de los ciudadanos y ciudadanas, donde cada persona tiene un voto. Los cargos de coordinación son temporales, rotativos y revocables, lo que evita el surgimiento de una casta de pode.
La orientación de la producción y los mecanismos de distribución revelan la esencia de cada modelo. La Economía en la Comunidad produce fundamentalmente para el mercado local. Su brújula es el valor de cambio; es decir, producir para vender y obtener dinero. La distribución se rige por las leyes de la oferta y la demanda, y los beneficios son apropiados de manera individual, familiar o grupal.
Para la Economía Comunal, la producción se orienta primordialmente al valor de uso. Se produce para satisfacer, en primer lugar, las necesidades colectivas previamente determinadas por la comunidad. No niega el mercado, sino que lo subordina, convirtiéndolo en una actividad comunal secundaria relacionada con el superávit de la producción. Las actividades distributivas serán: 1) directa, mediante reparto según las necesidades; 2) solidaria, a través de redes de intercambio; o 3) crediticia, mediante sistemas de créditos comunales sin intereses. El destino de los excedentes no es el enriquecimiento personal, familiar o grupal, sino que está dirigido a la reinversión social en salud, educación y múltiples tipos de infraestructura para el uso y disfrute toda la comunidad.
Finalmente, la escala y la estrategia de vinculación marcan otro contraste fundamental. La Economía en la Comunidad es inherentemente micro-local. Se centra en iniciativas a pequeña escala: un patio productivo familiar, una pequeña tienda. Su vinculación con otras iniciativas puede darse, pero suele ser débil; cada unidad es bastante autónoma y su impacto, aunque valioso, es fragmentado.
A diferencia de modelos atomizados, la Economía Comunal aspira a ser sistémica y operar en red. Su visión no se agota en una Entidad Local/comunal donde se realiza; busca la articulación con otras Entidades Locales/comunales para asociarse, federarse e incluso confederarse en el marco de un "Sistema Económico Asociativo Comunal (SEAC)". El objetivo último es crear un metabolismo socioeconómico comunal alternativo y auto-suficiente a escala ampliada, capaz de satisfacer las necesidades de grandes conglomerados y de constituirse en la base material de la "Nación-estado/comunal". Su vinculación es, por tanto, estratégica y profundamente política.
En esencia, la distinción es clara y profunda. La Economía en la Comunidad es lo que la gente hace, con ingenio y dignidad, como puede dentro de un sistema que la excluye, para sobrevivir y mejorar su vida inmediata. Es un parche necesario y valioso, un testimonio de la capacidad de resiliencia humana. La Economía Comunal es lo que la gente hace por convicción para trascender y reemplazar ese mismo sistema. Es un paraguas político-ideológico que pretende cobijar y desarrollar un nuevo modo de vida. Ambas son respuestas legítimas, pero reconocer su diferencia es crucial para orientar políticas, asignar recursos con precisión estratégica y empoderar a las Entidades Locales/comunales (Consejos Comunales, Comunas, Ciudades Comunales). Confundirlas significa diluir el potencial transformador de la segunda y sobrestimar la urgencia pragmática de la primera. El futuro de las alternativas económicas en Venezuela reside en entender que, mientras una mitiga los daños del presente, la otra siembra las semillas de un futuro radicalmente distinto y soberano.