Es una tesis manida de científicos sociales que defienden una postura favorable al mercado, afirmar que los impuestos son malos para el bienestar de las sociedades. Ya deberíamos estar prevenidos de la ignorancia, si no mala fe, de quienes tienen el mal hábito de defender la libertad de los mercados en toda circunstancia. Sobre todo, en sociedades muy desiguales, la libertad de los mercados, no es otra cosa, sino libertad de los poderosos. Y la libertad de los poderosos, muy raramente se traduce en libertad para todos. Bastaría, un breve paneo de las sociedades prósperas y más igualitarias, para darnos cuenta que coinciden con las sociedades del mundo en las que los impuestos son más elevados y la equidad es más notable.
Venezuela no se caracteriza ni por poseer impuestos elevados ni por su elevada equidad; sobre todo, esto es cada vez más claro en el actual período de emergencia y amenaza imperial. No deja por ello de sorprender que destaquen en la prensa diariamente opiniones de representantes locales de la filosofía de "amor al mercado" y "amor al capital" y, sobre todo, "amor a los bajos impuestos". Una especie criolla de "santa teresa de los mercados". Si me permiten ustedes el comentario.
Es evidente en Venezuela, la gran crisis existente en los servicios públicos, en la remuneración de los empleados del Estado, en la falta de cobertura y calidad de los programas y la atención pública. Lo cual no es sino una manifestación de la ineficacia de la acción estatal, de la baja dotación e insuficiente financiamiento de la acción y gestión pública.
La realidad es que los mercados no encuentran suficiente incentivo propio, para ocuparse de los fines públicos o colectivos. En ausencia del Estado y en un contexto de bajos impuestos y, por tanto, insuficiente financiamiento de la acción a favor de los intereses públicos, los bienes destinados a la atención de este tipo de necesidades -públicas o colectivas- no se producirían, o sencillamente, no lo se generarían en las cantidades que las sociedades requieren. Así, el Estado es un mal necesario hasta que aparezca algo mejor. La acción de los mercados no basta para generar bienes para los pobres, tampoco para atender un conjunto de necesidades cuyos beneficios no puede monopolizarse y explotarse de manera privada por los mercados; mencionemos sólo para ilustrar: el alumbrado público de las calles y autopistas, la vigilancia y seguridad de la nación, las vacunas que nos protegen contra las enfermedades entre otros bienes. Es claro que, si la provisión de estos bienes dependiera sólo de los mercados y agentes privados, la cantidad que podría producirse de ellos, sería menor que la necesaria para atendernos a todos. Por ello, entre otras razones, son necesarios el Estado o alguna figura política global que haga sus veces, así como el cobro de impuestos.
Claro que, es igualmente evidente la razón por la cual, quiénes deberían contribuir mayormente con el pago de impuestos, son tan críticos y opuestos a ello. Pues, tendrían que pagar sobre todo para permitir que el resto de la población acceda a bienes que de otra forma no podrían acceder, no obstante que los beneficios sociales superan siempre los beneficios individuales y los costos unitarios de proveerlos, por lo que se justifica su producción. También se justifica la contribución vía impuestos de éstos, dado que es, también, visible a todos, que quiénes están en mejor situación para contribuir en el pago de impuestos, obtienen del sistema y el actual orden de cosas, grandes beneficios; por lo que, su contribución vía impuestos, significa consecuentemente una contribución al mantenimiento del mismo.
Estimamos que en la actualidad, el peso relativo de los impuestos al sector no petrolero en Venezuela es equivalente a 15% o 16% del PIB. Mientras que en los países de mayor tributación en América Latina esto debe estar en alrededor de 25% o 27%. En un país de África, podría llegar a 31% o 32%. En un país nórdico, caracterizado por el más alto nivel de vida, este valor se acerca a 50% o más como mínimo.
Es Venezuela, dentro de una región tan desigual como América Latina, el país quizás con menor carga fiscal o uno de los de carga fiscal más baja al menos. Pero, como se puede deducir fácilmente, al ser América Latina una de las regiones más desiguales del mundo(por tanto, con impuestos más bajos), Venezuela es uno de los países de menores impuestos (al sector no petrolero) en el mundo.
Esta situación debe cambiar. En ausencia de este cambio, el crecimiento económico será menor y la distribución del resultado de este crecimiento será más injusto y desigual. Es necesaria una reforma del Régimen Fiscal en Venezuela que, no sólo persiga mayor progresividad (pague más quien gane más), sino que también busque la mayor racionalidad de los impuestos, la eficiencia, la transparencia y la auditabilidad de este nuevo Régimen Fiscal.