Son demasiadas las situaciones en los países del capital que confirman una verdad incómoda: el dinero y la ganancia, en manos de los más voraces, arrastran a colectividades enteras hacia la ruina y la desesperación.
Vivir a orillas de la autopista del dinero, sabiendo que ese descomunal cauce de capital no alivia tu existencia, sino que amenaza tu propia supervivencia, es el drama nacido de un modo de organizarse las naciones que ya anuncia la tragedia del horizonte. El neoliberalismo —el capitalismo llevado a sus más nefastas consecuencias— será la causa de las tribulaciones de que habla la Biblia de los cristianos y judíos.
La hidrovía Paraná-Paraguay, una de las arterias fluviales más importantes para el comercio internacional, está ahogando a pescadores y campesinos que apenas sobreviven de lo que el río les da. Y la privatización acelerada del agua que se va localizando a pasos agigantados allá donde el dinero puede con todo, es otro modo silencioso de ir socavando la vida de millones.
Privatizar todo lo que cae en manos de los más listos, no los más inteligentes, es el veneno del sistema. Un sistema en el que la propiedad privada empieza a exhibirse con un valor muy por encima de la vida humana.