Hacia una geopolítica del fútbol/corporación: entre la pasión y la creación de riqueza y poder

Miércoles, 31/12/2025 05:11 AM

Que ligas nacionales como la Premier League facturen al nivel de una gran corporación privada global como British Petroleum, indica que en sus decisiones y estructuras sociales subyace poder y un ejercicio que tensa la relación entre pasión deportiva y dinero. El poder económico de la Premier League es global, y ello se evidencia en los 11 mil millones de euros generados en la temporada 2023-2024 –algo así como 0.33% del PIB británico–, en los cien mil empleos generados, en los 5 000 millones de euros recaudados por el fisco británico, y en los 1 450 millones de personas que siguen por televisión a esta liga inglesa en el mundo (https://shre.ink/54Ez). Más todavía: el fútbol expresa históricamente las luchas en torno al poder político, pero ello no se limita al entorno nacional, sino que marcha a la par de la correlación de fuerzas en las relaciones económicas y políticas internacionales. De ahí que no es casual que las potencias geopolíticas se entrelacen con las inversiones masivas en el fútbol.

En el ámbito de las sociedades nacionales como la británica el fútbol expresó, en sus orígenes, una especie de lucha de clases. Vinculado a las clases sociales populares –mineros, obreros, etc.–, el fútbol tendió a su profesionalización. Con la expansión del imperio británico a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, marineros, comerciantes y soldados comenzaron a occidentalizar por el mundo a este deporte. Los inmigrantes ingleses impulsaron la fundación de clubes en distintos países: en México, por ejemplo, se funda el primer club –el Pachuca Atletic Club– y se juega el primer partido oficial en 1892 de la mano de mineros ingleses. De tal modo que la mundialización del fútbol trajo consigo la creación –por parte de Dinamarca, Francia, España, Bélgica, Países Bajos, Suiza y Suecia– de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) en 1904. Dos décadas más tarde, el ascenso del fascismo en Italia significó profundizar una ideología de corte nacionalista de la mano del fútbol. Reavivar el legado imperial de Italia fue una de las aspiraciones de Benito Mussolini, y para ello fue fundamental que –en los primeros Mundiales jugados en la década de los treinta– la selección de fútbol de este país sumase su primera estrella bajo la consigna de "ganar o morir"; nacionalizaciones de jugadores extranjeros, presiones y sobornos incluidos.

Por su parte, la Segunda República y el separatismo catalán encontró en el FC Barcelona un baluarte para posicionarse internacionalmente. La gira de 1937 por Estados Unidos y México fue crucial para el equipo culé en la promoción de los valores republicanos y en el logro de fondos para la subsistencia del club y del mismo bando republicano. Por otro lado, el Celtic Glasgow sintetizó los valores republicanos y católicos de los migrantes irlandeses pobres. No menos importante fue el control del gobierno –la KGB, el Ministerio del Interior y el Ministerio de Defensa– de la Unión Soviética sobre clubes de fútbol como el CSKA Moscú y el Dynamo de Moscú. En 1969, en el contexto de las contradicciones por la tenencia latifundista de la tierra, tanto en El Salvador como en Honduras, se desató la llamada "Guerra de las cien horas", cuya gota que derramó el vaso fueron los partidos clasificatorios entre ambas selecciones para el Mundial de 1970, encuentros que representaron la crispación vivida entre ambas naciones desde hacía años. En 1978, la dictadura militar usó el Mundial de ese año para promocionar una imagen idílica del régimen en medio de la represión y la persecusión de opositores. Ocho añós más tarde la Argentina de Diego Armando Maradona derrota con dos goles memorables a Inglaterra en el Mundial de México 86, redimiendo con ello la ofensa de la Guerra de las Malvinas.

La popularidad del fútbol se debe no solo a que es un deporte, sino a que se erige en una trinchera para la construcción de identidades entre los aficionados. Los clubes, desde su fundación, anclan a la afición a un sentido de pertenencia local/regional y configuran imaginarios sociales que hacen del fútbol un mecanismo de aparente y espontánea unidad. El nacionalismo aflora también cuando el fútbol remite y enfrenta a las selecciones de los países. Se genera un sentimiento compartido que momentáneamente suprime las diferencias y las disputas entre clubes. Tal vez el caso más emblemático de los últimos tiempos fue el de la selección española y su campeonato mundial del 2010, cuyo escudo y camiseta generaron –entre las distintas regiones y comunidades autónomas del Reino– un simbolismo mayor que el de la bandera nacional.

A su vez, en tanto una manifestación del soft power (poder blando) –noción introducida por el especialista en relaciones internacionales Joseph S. Nye, Jr.– de la (des)civilización capitalista, el fútbol es un instrumento para enviar mensajes con contenido político y cultural. De ahí que no sea un deporte/espectáculo/negocio neutral: es usado por quienes ostentan el poder para influir en asuntos públicos y para instaurar mecanismos de legitimación. A su vez, se apuesta a que el fútbol tienda a mejorar la imagen y el prestigio del país, así como el posicionamiento turístico de ciudades y regiones. Es también, a partir del sentimentalismo, un mecanismo de difusión de valores y cosmovisiones vinculados a la meritocracia, a la racionalidad mercantil y al pragmatismo de la competitividad.

La Copa Mundial de la FIFA expresa la aspiración de la nación organizadora a proyectarse como un referente global que influye en las relaciones económicas y políticas internacionales. Durante un mes de competición el mundo entero tiene puestas miradas en el país anfitrión, significando ello una amplia posibilidad para renovar su imagen internacional. Fue el caso de México en 1970 cuando la época del llamado "Milagro mexicano"; lo mismo España 1982 y su reposicionamiento en el escenario internacional tras cuatro décadas de dictadura franquista. Sudáfrica, en el 2010, también dio muestras de su potencial económico y de su capacidad para procurar la diversidad cultural luego del Apartheid y sus lógicas de segregación racial.

Cabe señalar que la FIFA, en la actualidad, es una organización internacional de corte tecnocrático que monopoliza la regulación del fútbol e instaura negociaciones de distinto tipo en cuanto a los preparativos de sus eventos futbolísticos. Su perspectiva es, cuando menos desde 1974, eminentemente empresarial e híper-mercantilista; aunque guarda un talante político al involucrarse sus Presidentes en el acontecer de las relaciones internacionales y al otorgar el Mundial de Fútbol a aquellos países que pretenden incidir en la geopolítica y la geoeconomía global. Es el caso de los llamados BRICS, que pretendieron mostrar al mundo su ascenso económico y posicionar su presencia geopolítica a través de los Mundiales de 2010 (Sudáfrica), 2014 (Brasil) y 2018 (Rusia). A su vez, regida por el derecho internacional público, la FIFA sostiene relaciones con Estados, bloques regionales como la Unión Europea, con otros organismos internacionales, y con las confederaciones de fútbol de los distintos continentes.

El caso de los tres miembros de los BRICS es de destacar. Con la organización de la Copa Mundial de Fútbol lograron atraer inversiones extranjeras en el marco de su bonanza económica. Contribuyó el Mundial a la ampliación de su imagen en las relaciones internacionales y dieron muestra de que son capaces de construir y usar el soft power. La asignación de país sede mundialista a Sudáfrica, Brasil y Rusia respondió al cambio en la correlación de fuerzas en las relaciones económicas y políticas internacionales a principios del siglo XXI, rompiéndose la lógica de elegir a países del norte del mundo. Por su parte, Sudáfrica –con el Mundial de Fútbol– experimentó una ampliación y mejora de su infraestructura básica, de sus comunicaciones y de sus capacidades logísticas. Brasil echó mano de la inversión extranjera directa para posicionarse como un líder en la promoción turística. Mientras que Rusia celebró su Mundial en el marco de una nueva era de expansionismo dado por la anexión de Crimea en el 2014. A la par de este irredentismo y del ascenso geopolítico de Rusia, los cuestionamientos a su sede mundialista no se hicieron esperar, abriéndose nuevos márgenes en las tensiones internacionales.

El Mundial de Qatar 2022 también fue sede de encuentros y desencuentros desde las sospechas de corrupción en la asignación del evento. Cabe destacar que Qatar es parte del auge económico experimentado por la península arábiga durante los últimos lustros. Los cuantiosos ingresos petroleros de los Estados árabes incentivaron su presencia en el mundo del fútbol: los Emiratos Árabes Unidos adquieren en el año 2008 al Manchester City; en el 2011 el fondo público Qatar Sports Investments se hace con el control de las acciones del París Saint-Germain, comenzando una era dorada del club; el Príncipe Heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, adquiere en el año 2021 al Newcastle United de la Premier League, al tiempo que ese mismo personaje controla el Public Investment Fund (PIF) que otorga nuevos bríos a la Liga Árabe y que entre las filas de sus clubes ya tienen a la estrella internacional Cristiano Ronaldo. El brillo de los petro-dólares alcanzó su esplendor con la organización del Mundial Qatar 2022 y con los preparativos de Arabia Saudita para albergar la sede mundialista del 2034. Es de llamar la atención que en estos proyectos futbolísticos y de negocios desempeñan un papel importante los Estados árabes monárquicos como propietarios y patrocinadores públicos.

Pese a los cuestionamientos recibidos por Qatar en el 2022 debido al autoritarismo de su régimen político y a la represión de los derechos humanos en materia de libertad de expresión, derechos de la mujer, diversidad sexual y las condiciones de precariedad de los trabajadores migrantes que colaboraron en la construcción de estadios y demás obras de infraestructura, el emirato mostró al mundo su cara más amable, una supuesta vocación por la diversidad cultural, y su capacidad logística para albergar un evento mundialista. De más está decir que para la FIFA fue un negocio altamente rentable que con mucho sobrepasó lo logrado en el Mundial de Rusia 2018.

La muestra más evidente del carácter geopolítico del fútbol son las sanciones que recaen sobre Rusia a raíz de su invasión a Ucrania en el año 2022. La Federación Rusa de Fútbol fue excluida de diferentes competiciones, especialmente de los torneos y eliminatorias organizados por la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA). Las sanciones se extendieron a la propiedad de clubes en el extranjero en manos de oligarcas rusos, como fue el caso del londinense Chelsea FC, vendido rápidamente por Román Abramóvich.

La intensificación de los procesos de globalización y las revoluciones en las tecnologías de la información y la comunicación, así como la masificación del turismo internacional, marcan la pauta para que los Estados hagan del fútbol una estrategia geopolítica de alcances cosmogónicos que con mucho rebasa el acontecer en el terreno de juego. A través de las pantallas no solo se difunden jugadas y goles, sino valores y culturas que pretenden impactar más allá de las fronteras nacionales y definir cursos de comportamiento y acción social. De ahí el carácter propagandístico del fútbol y de su uso instrumental. En ello es crucial la televisión satelital en aras de llegar a audiencias ilimitadas que se sincronizan instantáneamente a escala global. De tal forma que la influencia, la persuasión, la popularidad y el prestigio de los países se funda en el aprovechamiento del éxito deportivo de algún club local o de alguna selección nacional.

El fútbol es poder y es también parte de las estructuras de riqueza y dominación globales que, en el fondo, perpetúa las extremas desigualdades sociales e internacionales. La geoestrategia radica en el atractivo que genera una imagen local/regional o nacional fundada en el fútbol. El objetivo es llegar a una porción cada vez más amplia de la opinión pública mundial, y desde la trinchera deportiva difundir valores acorden con la lógica propia del capitalismo. Se trata de una racionalidad instrumental fundada en el coste/beneficio que gira en torno a la admiración y al prestigio global, pese a las suntuosas sumas de inversión pública y privada canalizadas. El poder dado por el fútbol complementa –y hasta podría sustituir en ciertas circunstancias– al poder político y geoestratégico. De tal modo que el poder, la pasión y la patria o la región se funden en un balón y en las emociones que despierta

La estructura del tablero geopolítico mundial tendió a transformarse desde 1989, y el fútbol está en función de esos cambios en las relaciones internacionales de poder. A su vez, existen Estados que aspiran a ser parte de ese mapa geopolítico a partir de la organización de eventos deportivos y la canalización de enormes inversiones públicas; por tanto, la asignación de sedes es parte de esa disputa geoestratégica que con mucho desborda lo meramente deportivo. En esa geopolítica del fútbol se aprovechan la pasión y las emociones más pulsivas por parte de un nacionalismo ramplón regido por el imperativo de la comparación y la racionalidad bélica. Los rituales y el lenguaje futbolero dan cuenta de ello: el uso de banderas, pancartas o bufandas, los cánticos, los himnos nacionales y de los clubes; "arrancan las hostilidades o la batalla campal", "disparos al arco", "se ataca o se defiende", "x jugador hizo un cañonazo desde fuera del área y el arquero detuvo el bombazo", "la defensa erige una fortaleza para evitar ser derribada por el ejército invasor", son expresiones y metáforas que remiten a una guerra por otras vías. El fútbol es una forma controlada y gestionada de la rivalidad y la confrontación entre dos países o regiones, identificadas con diferentes ideologías. De ahí que el fútbol revista profundos simbolismos. George Orwell señaló que "el fútbol es la guerra sin las armas"; mientras que Eduardo Galeano, en su obra El fútbol a sol y a sombra, remarcó "el fútbol es un ritual de sublimación de la guerra y en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos", y remataba el escritor uruguayo: "el fútbol es una guerra danzada". El nosotros (club o selección y afición) se crea a partir del otro, el rival que marca la alteridad en una lucha por el control del territorio (la cancha) y por la canalización de las emociones pulsivas.

Además, el fútbol como manifestación social y cultural está signado por un tiempo y por un espacio, de tal modo que expresa la realidad de las sociedades que lo crean. Una muestra geopolítica de ello son los llamados "partidos prohibidos" estipulados por la UEFA, y que consiste en evitar enfrentamientos futbolísticos electrizantes entre Serbia y Kosovo, Rusia y Ucrania, España y Gibraltar, Azerbaiyán y Armenia, y otros más. De ahí que el fútbol sea un retrato de las confrontaciones entre pueblos y naciones.

Aunque los clubes obvian su sustrato local/regional dado por el aficionado tradicional y sus socios y se erigen en grandes corporaciones y marcas globales que atienden al turista extranjero y a los televidentes asiáticos en sus horarios locales, las emociones y la pasíon también se re-territorializan con partidos de fútbol que se juegan cada vez más en Arabia Saudita. Qatar, Estados Unidos y otro países asiáticos como China y Japón. Es el caso de la Supercopa de España que recientemente comenzó a jugarse en estadios árabes. El aficionado procedente de los barrios locales y que muestra un sentido de pertenencia cuasi-religioso respecto al club o la selección nacional, es suplantado por un turista VIP que asume las cosmovisiones de los grandes clubes y que reporta amplias ganancias por la compra de camisetas y souvenirs. El fútbol se aleja también de los jóvenes, y se acerca al consumidor global de corte ejecutivo dotado de amplio poder adquisitivo. Se trata de acuerdos mediados por el poder y la acumulación de capital, realizados a espaldas del aficionado tradicional. De tal forma que se suscita la tensión –también geopolítica– entre la globalización de los grandes clubes y los orígenes regionales/nacionales de las ligas de fútbol, en el contexto más amplio de la propia reconfiguración del Estado-nación a finales del siglo XX y principios del XXI. Lo que se vislumbra hoy día es un cambio en el eje de poder y de la geopolítica del fútbol a través de su traslación desde Europa al mundo arábigo y al islamismo.

Comprender la geopolítica del fútbol contemporáneo supone imaginar una economía política que desentrañe la lógica de ese deporte/espectáculo/negocio global. Más aún, supone reivindicar el pensamiento crítico para comprender sus alcances y transformaciones, así como arraigar la auto-reflexividad en el aficionado para que asimile las relaciones de poder que subyacen en el deporte rey y en los impactos que recaen sobre las sociedades contemporáneas.

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