El fútbol ya no es del pueblo”: la FIFA World Cup y el sabotaje de las identidades populares

Lunes, 22/12/2025 05:30 AM

La mercantilización creciente y la elitización del consumo hacen del fútbol una empresa/espectáculo global al alcance de acotadas y privilegiadas audiencias. Su esencia actual radica en reproducir los mecanismos de exclusión social y desigualdad propios del capitalismo. La constante tanto en ligas y torneos nacionales como en eventos y campeonatos internacionales es la marginación y gentrificación del pueblo, su expulsión de las gradas y del televisor y las plataformas streaming. De tal modo que el carácter extractivo del fútbol se impone a la pasión de la afición y al sentido de comunidad que pudiese gestarse a partir del arraigo y de las identidades deportivas y los rituales en torno al terreno de juego. El aficionado popular es suplantado por una élite ejecutiva o por el turista VIP de amplio poder adquisitivo que no comulga con las hinchadas, sino con la pose o el postureo, la selfie y los servicios exclusivos en los palcos. De la pasión y los cánticos desbordados, se transita aceleradamente a una mercancía audiovisual premium adosada en un recuerdo efímero.

El estadio y la pantalla son raptados por la racionalidad del shopping center, al tiempo que el vecindario, el barrio y hasta la bandera son suplantados por el éxito financiero de la corporación global. Esta involución del deporte rey no tuvo resistencia alguna: el mismo aficionado claudicó ante el carácter seductor del marketing y la tecnocratización de la gestión del fútbol/espectáculo/negocio. La modernización de los estadios es directamente proporcional al despojo del aficionado respecto a la grada, e inversamente proporcional al carácter democrático del espacio e identidad que antaño compartieron al unísono con los opulentos y desposeídos. De ahí que el fútbol condense las asimetrías y la estratificación de las sociedades contemporáneas, y las radicalice por el carácter selectivo de su mercantilización. La exclusión no solo es socioeconómica, sino también cultural y simbólica. El despojo es también identitario al ser saboteado el sentido de pertenencia a un club y al privilegiarse la asistencia de un turista que no siente la pasión ni los colores de la camiseta. Las emociones y la pasión se supeditan al servicio de catering en el palco y al streaming privatizador de las transmisiones. El algoritmo guía el acceso exclusivo; en tanto que la identidad local/regional se disuelve en medio de la parafernalia y de la distancia entre el futbolista y el aficionado. La globalización de eventos como la Copa Mundial de la FIFA, la UEFA Champions League, el Mundial de Clubes, los partidos amistosos de la selección mexicana en los Estados Unidos, y aquellas copas disputadas por clubes europeos en territorios asiáticos o africanos, abonan al desarraigo y a una erosión de las bases sociales del fútbol, en un ejercicio de expulsión del aficionado tradicional.

El pueblo también es despojado del sofá de su hogar al privatizarse en extremo las señales y transmisiones de los partidos de fútbol. Todo un andamiaje mercadotécnico que segmenta la programación deportiva y excluye al aficionado si éste no logra pagar la televisión cerrada o las plataformas de streaming. Es de llamar la atención que el aficionado ni pagando servicios de televisión logra acceder a todo el menú de partidos y ligas. Incluso pagando, se conforma con highlights no audiovisuales, sino fotográficos.

La racionalidad del fundamentalismo de mercado se impone en el fútbol y en eventos como la Copa Mundial de la FIFA. La derrota en la cancha y la frustración en la grada dejan de ser sinónimo de esperanza para una hinchada depauperada. El sinsentido, la improvisación y la chispa dan paso a lo predecible, automatizado y falto de imaginación. En tanto que la corrupción y la colusión se erigen en lubricantes del espectáculo/negocio global a que fueron reducidos los Mundiales. Existen mecanismos implícitos de desmonte del fútbol como constructor de identidades; aunque también es de lamentar el ocaso del juego del balompié y de su magia tal como lo practicaron Pelé, Garrincha, Alfredo Di Stéfano, Eusébio, Franz Beckenbauer, Johan Cruyff, Diego Armando Maradona, Ronaldo Nazário e, incluso, Ronaldinho en una época de transición rapaz.

La Copa Mundial de la FIFA devino en un simulacro y en un ritual de amplias magnitudes que sincroniza a millones de seres humanos a escala global cada cuatro años. Es la expresión más acabada del fútbol/empresa que combina mercadotecnia, negocios rentables, épica, euforia deportiva, elitización y nacionalismo ramplón y segmentador. Es un fenómeno que amerita ser observado más allá de sus implicaciones deportivas para situarlo en una simbólica que vanagloria la estructura extractiva del mercado y las relaciones de dominación en las sociedades contemporáneas. Pensado desde la mercadotecnia hasta el mínimo detalle de un evento de estas magnitudes, evidencia su carácter selectivo y excluyente, así como la primacía que ocupa la extracción y transferencia internacional de ganancias.

El anestesiamiento mental y la despolitización y desciudadanización del individuo son la consecuencia de un fútbol híper-mercantilizado y alienante. Su carácter depredador y extractivo se manifiesta en su potencia para erradicar a las masas y sumergirlas en un éxodo posiblemente sin retorno, al menos que estas se organicen y lo contrarresten. El carácter ilusorio del deporte/espectáculo de masas genera una representación social que dista de la realidad del ciudadano de a pie. Sus resortes alcanzan a encubrir, invisibilizar y silenciar las contradicciones y desigualdades contemporáneas, al tiempo que las potencia y magnifica al exacerbarse la lógica de la competencia y el individualismo hedonista. De tal modo que los imaginarios sociales del fútbol tensionan esta híper-mercantilización con los deseos y aspiraciones plebeyas que, desde abajo, irradian fiesta, pasión y emociones a rabiar. A su vez, esos imaginarios sociales están mediados en su simbólica por las corporaciones monopólicas que enarbolan marcas afamadas e intereses comerciales y mediáticos que van más allá del balón y que conforman estructuras ideológicas y mecanismos de manipulación emocional de las masas sin escapar del statu quo, sino manteniendo esa euforia dentro de ciertos márgenes de control que no cuestionan las contradicciones propias del capitalismo.

Es de destacar que organismos rectores como la FIFA, la UEFA y la Conmebol reproducen las estructuras desiguales y asimétricas que caracterizan al capitalismo, incluso tomando decisiones discrecionales a espaldas de los socios e hinchas de los clubes. Las mismas selecciones nacionales y los propios clubes poderosos dominan el panorama futbolístico sin resquicios para la sorpresa y la alteración del guion preestablecido. No importan la pasiones y fanatismos de las masas; importa afianzar y expandir procesos de acumulación de capital permanentes e insaciables que lo mismo incluyen derechos de transmisión, entradas a los estadios, merchandise y souvenirs, tours futbolísticos, ropa y calzado deportivos, pronósticos y apuestas, patrocinios, y contratos y sueldos sobrevaluados en el "mercado de piernas".

Esos organismos rectores y las élites directivas de las ligas nacionales se erigen en propietarios de un deporte raptado en su sentido emancipador y comunitario. Éstas tecnocracias gerencialistas apuestan a despojar a la calle del fútbol que en ella surge. Los jugadores promesas son arrancados de las entrañas del pueblo para no volver a sus orígenes, y son elevados al Olimpo del narcisismo y la banalidad. Al respecto, el estratega argentino Marcelo Bielsa señala que "El fútbol es del pueblo. Es del pueblo porque los pobres tienen pocos accesos a la felicidad porque no tienen el dinero para comprarla. El fútbol, que era una de las cosas que tenían los pobres, ya no es del pueblo". Un análisis, el del Maestro Bielsa, que coloca el acento en la justicia social implícita en este negocio global. Más todavía: se trata de un proceso de expropiación de las identidades deportivas que lo mismo apuesta a erosionar la diversidad cultural y la diferencia política.

El carácter cuasi-religioso del fútbol es un rasgo también en disputa en estos procesos de híper-mercantilización. Los colectivos humanos se fanatizan a partir de ciertos ídolos e ilusiones que reconfortan su vida a partir del sentido de pertenencia y de la esperanza de triunfo y reivindicación. Es un fervor que le otorga sentido al día a día del aficionado, al tiempo que evoca un sentimiento de devoción incuestionable y hasta inquebrantable. Cual deidad, el club y el jugador encumbrado a ídolo inspiran y brindan un cobijo en momentos de desamparo dados por la exclusión social. En tanto que el estadio, cual templo donde se prohíja esa devoción es un santuario de rituales y ceremonias. Ese festín cuasi-religioso, en un inicio, fue aprovechado por la mercantilización del fútbol para, posteriormente, ser desechado ese aficionado tradicional por el fútbol/empresa/espectáculo implantado por la FIFA, la UEFA y las ligas nacionales. De esa manera se contribuyó al sabotaje de las identidades y la Copa Mundial fue desmontada como un evento popular, clausurado en su esencia y mercantilizado hasta el último centímetro del estadio y el último segundo del tiempo reglamentario. Con la incursión de las élites plutocráticas estadounidenses encabezadas por Donald J. Trump, el fútbol será un espectáculo mediático y elitista al estilo de la NFL y la NBA, con presentaciones estrambóticas de los jugadores, sus tiempos fuera y sus conciertos del medio tiempo. En cierta medida la Copa Mundial de Clubes 2025 avanzó en ese estilo altamente regido por la publicidad y la banalidad.

Suprimida toda posibilidad de pensamiento crítico y de resistencia, el aficionado tradicional es una especie en peligro de extinción. Sin ese ejercicio de auto-reflexividad el fútbol en su sentido clásico no solo está condenado a no ser más del pueblo, sino a morir como deporte preñado de magia, y a mutar en un espectáculo grotesco distante de sus implicaciones políticas. Retornar a la veta popular y a la espontaneidad no solo es una acción política, es un imperativo ético para que el pueblo se reivindique como tal y cultive sus identidades.

Nota leída aproximadamente 183 veces.

Las noticias más leídas: