Aroma de traición

Sábado, 06/12/2025 08:52 AM

"La traición la emplean únicamente aquellos que no han llegado a comprender el gran tesoro que se posee siendo dueño de una conciencia honrada y pura".

Vicente Espinel

 

Un año más transcurre entre sueños, lágrimas y derrotas. Pero aquí, en los altos valles donde el café debería ser plegaria y paciencia, florece hoy una nueva cosecha: la bastarda cosecha de la hipocresía. Bajo el mismo sol que calienta los cafetales, bajo la misma lluvia que moja la tierra fértil, germinan también los ambiguos y tristes discursos oficiales, tan repetidos que ya huelen más a moho que a esperanza. Y los dirigentes del gremio, esos que alguna vez juraron representar al pequeño productor, al campesino pobre de cafetales llenos de esperanzas, hoy se pasean por ministerios perfumados con promesas, mientras los campesinos siguen lavando la miseria amasada con agua turbia.

Solo hay que verlos, míralos, con sus trajes lucidos como contrabando recién llegado, sirviéndoles tazas de complacencia a los altos funcionarios de turno. Con arrogancia y soltura, hablan de "impulso al sector" con un entusiasmo que ni el más inocente colibrí del cafetal se atrevería a creer. No piensen ustedes que se inmutan para firmar convenios, por el contrario, frecuentemente posan para las cámaras, aplauden discursos tan incomprensibles que no pueden ser descifrados, y regresan a sus pueblos envueltos en el humo tibio de las mentiras servidas en lustrosas bandejas. De lejos, alguna vez parecieron próceres del café; de cerca, no son más que simples granos mal tostados.

Más allá, del lado verdadero de la historia, donde la vida se sufre cada día, donde las esperanzas siempre están presentes, los caficultores, esos hombres de manos curtidas, de callos toscos que le engruesan su piel, y con la mirada en las nubes que prometen lluvia, escuchan desanimados la inventiva del poder. Les llegan noticias de créditos invisibles, fertilizantes fantasmales y precios "justos" que nadie paga. Mientras tanto, aquellos dirigentes, vestidos de patriotas, aprenden el arte de sonreír ante la miseria ajena y llamar todo esto "transición". Los que antes gritaban consignas en defensa del productor hoy se agachan a recoger las migajas de la dádiva estatal: un bono cada tanto tiempo, una foto en el periódico, una mención honorífica en algún acto sin café verdadero, de ese que huele a sudor de su gente.

Es triste, lastimosamente triste, el gobierno que ha hecho del discurso su principal cultivo, los abraza con un amor tan calculado que tiene sabor a deuda. Los nombra asesores, coordinadores, embajadores de la "revolución cafetalera". Y ellos, encantados de su nuevo rango, se olvidan de los surcos y los conucos. Ya no pisan tierra: caminan sobre alfombras voladoras, pero siguen hablando de "raíces". Juran que los planes de siembra multiplicarán la producción, mientras los trapiches se oxidan, los viveros mueren y la juventud huye de las montañas en busca de una suerte tal vez menos amarga que la que deben soportar hoy.

Entonces, es cierto, la tragedia del café venezolano no reside solo en los plaguicidas, en los fertilizantes o en los precios internacionales. No señor, está en el alma vendida de quienes juraron defenderlo. Porque no hay peor roya que la de la conciencia. Estos dirigentes creen que pueden endulzar la historia con discursos apanelados, pero lo que no saben es que el café, al igual que la verdad, solo se reconoce por su sabor. Por eso, cuando el pueblo se tome el último sorbo, se dará cuenta que lo que bebía no era café, sino la amarga infusión de la traición Perfectamente camuflada.

Por si no lo sabían, si algún día el país despierta y vuelve a oler el aroma puro del grano, tal vez descubra que nunca fue su suelo el que falló, sino que fallaron los hombres que lo administraron. Pero podemos prometer sin fallar esta vez, que los verdaderos caficultores seguirán de pie, tercos como aquella montaña que se ve allá a lo lejos, cultivando no solo café, sino dignidad. Mientras tanto, los falsos representantes seguirán brindando con sus tazas vacías, sin atinar a entender que jamás el vapor del poder sustituye el espíritu de la tierra del café.

Compañeros de luchas y labores, mientras la vida pasa entre brindis y aplausos, estos dirigentes algún día aprenderán que el café, cuando se mezcla con servilismo, deja de ser la bebida de pueblo y se convierte en licor de oportunistas. toribioazuaje@gmail.com

Un abrazo, desde este maltratado pedazo de la tierra.

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