Cuentan que Diosdado se vio en el espejo, y se descubrió rubio, con el pelo rubio y los ojos rubios (Rubén Blades dixit), tanto que era naranja, alto, diciendo su frase inmor(t)al: "por las buenas o por las malas". Este microcuento me recordó un par de aforismos de Nietzsche. Uno es "quien con monstruos lucha, cuide de no convertirse en uno". El otro, completa el anterior: "cuando miras largo tiempo a un abismo, también él mira dentro de ti". Efectivamente, Trump acaba de copiarle la frase que Diosdado y Maduro le espetaron a la oposición que hacía una masiva campaña electoral, en medio de persecuciones, obstáculos, amenazas y, como remate, reclamando una victoria con las actas en la mano, cosa que no hicieron los susodichos. Pero, para completar la escena, el reflejo en el espejo les repitió la frase a los que se miraban a sí mismos, con la misma asimetría de fuerza bruta y similar inteligencia, cumpliendo la misma ley del más fuerte. El abismo te mira y termina pareciéndose a ti, no por lo profundo, sino por lo mortal.
Un conflicto tiene mucho de espejo, sea porque el otro te influye y modela, anticipa tus acciones, igual que tú anticipas los suyos, sea porque, a una escalada del otro, tú le correspondes con otra. Hay un principio de correspondencia en las guerras y en las disputas políticas que, si uno se descuida, va igualando a los enemigos, hasta cumplir aquella ley de la dialéctica que aludía Marx en sus clases a Proudhom: la ley de la identidad de los contrarios. Aquí se cumple otra frase de una fuente reputada: "con la vara que midas serás medido". Pero esa mirada en el espejo no evoca tanto a Narciso (aunque surge siempre un cierto sentimiento de admiración y arrobo ante el enemigo, sobre todo si este es poderoso), como al juego de la gallina: un par de estúpidos lanzando sus respectivos vehículos, uno contra el otro, apostando a que este sea el primero en mover el volante.
Porque ocurre que de tanto invocar al demonio, este apareció con todos sus destructores, aviones, misiles, drones y marines. Y no es lo mismo desafiarlo en un mitin, donde los aplausos son seguros, así como las adulantes risas que acompañan a tus chistes malos, tu "jodedera" de siempre; que verlo estacionar destructores frente a la costa, interferir el campo electromagnético en todo el espacio aéreo de tus supuestos dominios y verlos volar sus aviones de última generación cerquita de tu bunker.
Una costumbre discursiva latinoamericana es retar e insultar al vecino poderoso del Norte. Es como una marca de nacimiento, una señal de identidad, una autoafirmación de macho. Un ritual asociado a la fábula de unas guerras que terminan cercando, desde la periferia, al centro, al Imperio. Por supuesto, la historia fue para otro lado, y los heroicos guerreros terminaron dependiendo mucho más del grandulón que se buscaron para defenderlos, aunque el odio que sintieron hacia el abusador anterior, no se trasladara al nuevo, al que se buscó adrede, creyéndose astuto al aprovechar las peleas entre los gigantes abusones. Esa es la historia verdadera de Cuba, de Nicaragua, la del oportunismo geopolítico del madurismo, el juego de la sustitución de los imperios, propio de un mundo dividido de facto entre grandes potencias.
Por eso, hablar de diálogo en este juego, suena tan (como decirlo) desatinado, bobo, desubicado, o motivador de malos pensamientos. Y no hace falta recordar a Habermas y su definición de "situación ideal de habla", aunque, sí, es bueno mencionar que para que haya diálogo, debe haber un interés de acuerdo entre los dos o más que comparten lenguaje, intenciones, métodos de verificación y sinceridad. Y, aun así, los diálogos pueden ser inquietantes y molestos, como lo demostró hace siglos Sócrates, quien se propuso sacar de sus casillas a los aristócratas griegos con sus preguntas insistentes. En todo caso, un concepto como "negociación" pudiera más ser pertinente. Negocian dos socios, un comprador y un vendedor; se negocia un matrimonio y un divorcio, un contrato colectivo (antes, cuando había derecho laboral); se negocia con un secuestrador en función de lograr la liberación de unos rehenes. Esta última es una negociación bajo coacción, claro.
Esa es la negociación planteada, la que se hace bajo coacción. Esa ha sido la que ha habido entre el poder de Maduro y la oposición durante varios años. Esa es, en todo caso, la planteada, como en un espejo, por Trump quien, de paso, se precia de ser un estupendo negociador. Es un tipo que considera, en su libro "El arte de negociar", que su "estilo de negociación es bastante simple y directo. Apunto muy alto, y luego sigo empujando y empujando y empujando hasta conseguir lo que busco. A veces me conformo con menos de lo que buscaba, pero en la mayoría de los casos, termino con lo que quiero". Trump confiesa disfrutar enfrentarse con tipos "astutos, duros y viciosos" (algo así como los de aquí), y se refocila expresando "A mí me encanta enfrentarme a estos tipos, y me encanta vencerlos" ("beat them": golpearlos). Destaca su flexibilidad como una cualidad: "También me protejo siendo flexible. Nunca me apego demasiado a un trato o a un enfoque. Para empezar, mantengo muchas cosas (balls: pelotas) "en el aire", porque "la mayoría de los tratos fracasan, sin importar cuán prometedores parezcan al principio". Otra recomendación del "artista" es "lo mejor que puedes hacer es negociar desde una posición de fuerza, y la ventaja es la mayor fortaleza que puedes tener". Y agrega "En otras palabras, tienes que convencer al otro chico de que es en su interés hacer el trato". Interpretando esas ideas del "artista del deal", en lo que se refiere a Venezuela, se puede traducir que ese "pensar en grande" es disponer de todas las riquezas del país, sacar el capital chino, ruso y demás del petróleo, destruir a los vinculados al narcotráfico (que los hay), echar a todos los venezolanos que no se cale en territorio norteamericano, y que haya un gobierno que no juegue al oportunismo geopolítico abriéndole las puertas a China", sino que dure toda la vida agradeciéndole sus servicios. Se puede agregar, que le parezca un buen trato a los norteamericanos que votarán en el "medio término". Por cierto, a este negociador le importa muy poco la vida de los rehenes venezolanos.
Ante eso, la camarilla en el poder de facto de Venezuela, puede hacer uso de la astucia, la misma que han usado para ganar tiempo y mantener su principal ventaja, las armas y, con ellas, el control por la fuerza de los venezolanos, o sea, mantener rehenes, presos políticos o a toda la población. Por eso la "puerta giratoria". Aunque el chantaje del asesinato de los rehenes venezolanos no presiona a este anaranjado. Por eso es fantasía creer que dialogando se pueden liberar presos políticos sin que entren otros nuevos. Ahí está la triste historia de las negociaciones con la oposición, la cual no dispuso de la ventaja principal: la fuerza de las armas.
Las peticiones máximas de Maduro y su combo son el levantamiento de sanciones y el reconocimiento político de régimen de facto, a cambio de unas "excarcelaciones" y, tal vez, el incremento de la entrega del país, cosa que ya le ofrecieron a Trump, según fuentes norteamericanas. Pero ya la historia de las negociaciones invalida cualquier confianza de cumplimiento de acuerdos. En octubre de 2023 se informó de unos acuerdos en Barbados donde se permitía que cada factor escogiese su candidato a su manera, lo cual se refería a las primarias, realizadas con mucho esfuerzo. También parecía que se abría un procedimiento para levantar las inhabilitaciones. MCM recurrió al TSJ y ya sabemos qué pasó. Así como conocemos las presiones, detenciones, sabotajes durante la precampaña y la campaña electoral propiamente dicha, las dificultades de inscripción de un candidato "potable", posible a último minuto, y, finalmente, el fraude del 28 de julio, la maniobra de anular un poder público (el electoral) para confirmar una supuesta victoria no comprobada por los mecanismos previstos en la ley. Luego vino la represión masiva seguida por la persecución que continúa hasta el día de hoy.
Hay analistas que hablan de "pérdida de confianza en el voto". Como siempre, los eufemismos tratan de suavizar, y lo que hacen es destacar. Más bien hubo una destrucción sistemática y premeditada de las instituciones y las garantías establecidas en la Constitución, poniendo en un limbo ontológico el Estado mismo que, entre otras cosas, supuestamente ejerce la soberanía nacional. Con esas garantías, también se destruyó, no solo la institución del voto, sino el proyecto mismo del "diálogo" que pudiera implicar una "larga marcha de diálogos", donde quien habla duro siempre es Maduro, y los otros hablan suavecito, para no molestarlo, haciéndole ver, amigablemente y con mucha empatía, que la persecución es "contraproducente", que es necesaria "la unidad nacional" y que su actitud "no ayuda"; que hasta se está dispuesto a enrolarse en las milicias o pedir la cárcel (apoyar la represión, pues) para los que apoyen a MCM (que, de paso, no son los mismos que apoyarían una invasión norteamericana), pero, cónchale, pana, haz algún gesto, suéltame a alguien ahí, o nómbrame en una comisión asesora.
Lo cierto es que la tan llevada y traída "unidad nacional" no ha sido posible y la intervención gringa es un hecho. La "Unidad Nacional" no ha sido posible porque el poder en el país solo se sostiene con la violencia. No ha sido posible la vía democrática, pacífica, negociada, etc., porque se ha preferido provocar la intervención mediante una guerra contra la constitución y el pueblo. Los responsables por la intervención no son solo los que la han solicitado, después de haber agotado la vía electoral, democrática y pacífica, sino los que la han provocado a conciencia de los costos humanos y de todo tipo. No voy a remontarme al análisis de la política polarizada para dar contexto a la situación actual. Tampoco, en esta ocasión, profundizaré en la antropología de la voz del Salvaje (Briceño Guerrero) que rige nuestro presente como nunca. Solo he insistido en las responsabilidades de esta distopía nacional.