Los Estados Unidos están movilizando el mayor despliegue militar registrado en el Caribe en decenas de años. En el momento de escribir estas líneas, al menos 10.000 soldados estadounidenses —a bordo de diez buques de guerra— patrullan la costa sur del Caribe. Entre ellos se encuentran un submarino nuclear, varios destructores y un crucero lanzamisiles.
Ya se han bombardeado al menos siete pequeñas embarcaciones, acusadas de transportar drogas. A bordo, han perdido la vida más de treinta personas. Donald Trump ha autorizado a la CIA a llevar a cabo operaciones encubiertas dentro de Venezuela. Ahora, la Administración estadounidense amenaza con una acción militar directa, acusando al presidente Maduro de dirigir una banda de crimen organizado.
Debemos llamar a estas operaciones por su nombre: ejecuciones extrajudiciales. Los Estados Unidos no han proporcionado todavía ninguna información sobre las personas que iban a bordo de los barcos, y mucho menos pruebas de que transportaran drogas. De hecho, es bien sabido que la mayor parte de la cocaína no procede de Venezuela en pequeñas embarcaciones, sino de grandes envíos comerciales a través del Pacífico.
Esto viene antes incluso de haber comprobado la falsa suposición de que, aunque estos barcos transportaran drogas, la acción militar sería lo correcto. "Cada uno de esos barcos es responsable de la muerte de 25.000 estadounidenses y de la destrucción de familias en todo nuestro país", ha declarado Trump. Qué estupidez tan grande. El Gobierno norteamericano sabe que la guerra contra las drogas ha sido un fracaso total y absoluto. Hay varias causas que explican el aumento vertiginoso del consumo de drogas en los Estados Unidos: la pobreza, la explotación y el blanqueo de dinero, por mencionar algunas. Si los Estados Unidos quisieran reducir el consumo de drogas, empezarían por cualquiera de estos factores, en lugar de hacerlo con ejecuciones extrajudiciales de personas que viajan en pequeñas embarcaciones procedentes de Venezuela.
La verdadera razón de esta escalada militar está clara: el cambio de régimen. No se trata de las drogas. Se trata de que los Estados Unidos reafirmen su poder en su "patio trasero" (tal como imperialmente lo llaman). No es casualidad que esta medida se esté tomando en un momento en el que los países de América Latina y Sudamérica miran cada vez más hacia los socios comerciales de los BRICS, en particular hacia China. La intervención militar es solamente una parte de un ataque concertado contra la multipolaridad. Ese ataque también incluye aranceles agresivos a Brasil y sanciones a Cuba, Nicaragua y, por supuesto, Venezuela.
Es revelador que las motivaciones mesiánicas de Trump en América Latina no se extiendan a Argentina, donde un presidente de derechas ha sumido al país en una crisis económica sin precedentes caracterizada por la caída del empleo, el aumento de la pobreza y los interminables escándalos de corrupción. Según Trump, Venezuela merece una intervención militar; Argentina merece un rescate financiero.
Cualquier cambio de régimen apoyado por los Estados Unidos conduciría a una espiral de conflicto, miseria y violencia. De hecho, la inestabilidad generaría probablemente las condiciones perfectas para el tráfico de drogas al que los Estados Unidos pretenden oponerse. Una guerra con Venezuela sería catastrófica para el pueblo venezolano y, de hecho, para toda la región si ésta se ve arrastrada a un conflicto regional. Eso explica por qué Colombia, Brasil y Barbados ya se han manifestado enérgicamente en contra de la intervención militar norteamericana. Recordemos que la presencia norteamericana ya ha tenido un impacto catastrófico para los ocupantes no identificados que iban a bordo de los barcos que han sido destruidos.
Por supuesto, la guerra resulta beneficiosa para algunos, sobre todo para aquellos que son muy conscientes de que Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo. El cambio de régimen en Venezuela lleva siendo un proyecto del imperialismo norteamericano desde que Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1999 y trató de redirigir los ingresos del petróleo de las élites venezolanas hacia el pueblo.
Desde Vietnam hasta Irak, la historia nos ha enseñado que la intervención militar norteamericanas no conducen más que a la muerte y la destrucción. Habrá muchos en nuestros medios de comunicación que se alegren de alentar la guerra en el extranjero. No serán ellos quienes sufran sus perdurables consecuencias.
Por eso instamos al Gobierno del Reino Unido a que se sume al esfuerzo mundial por evitar la intervención militar y se oponga a la intimidación, la injerencia y el imperialismo de los Estados Unidos. Debemos seguir defendiendo el Derecho internacional, la autodeterminación y los derechos humanos para todos. No me interesan las bombas, me interesa la paz. ¡Digamos no a la guerra de los Estados Unidos contra Venezuela!