«La doble moral de Rubio: del narco en Miami a las agresiones en el Caribe»

Viernes, 12/09/2025 01:20 PM

En los últimos meses, la política estadounidense hacia América Latina ha vuelto a mostrar su rostro más hipócrita y brutal. En nombre de la "lucha contra las drogas" y bajo la narrativa de la "seguridad hemisférica", el gobierno de Donald Trump, con Marco Rubio como figura clave en la Secretaría de Estado y la asesoría de seguridad nacional, ha intensificado las agresiones contra Venezuela. Desde agosto hasta comienzos de septiembre de 2025, el Caribe se ha convertido en escenario de operaciones militares encubiertas, redadas y amenazas abiertas. Diversas lanchas rápidas —que Washington asegura forman parte de rutas del narcotráfico venezolano— fueron interceptadas por la Guardia Costera estadounidense, con un despliegue mediático que buscó instalar la imagen de un Estado criminal en Caracas. Se multiplicaron las declaraciones acusando al gobierno bolivariano de Nicolás Maduro de proteger carteles, a la vez que la Casa Blanca justificaba maniobras navales frente a las costas venezolanas, endureciendo aún más un bloqueo que ya lleva años asfixiando a la población.

Pero mientras Rubio aparece en televisión proclamando la necesidad de "erradicar el narcotráfico desde su raíz en América Latina", su biografía revela una contradicción demasiado incómoda como para ser ignorada. En 1987, en pleno auge del tráfico de cocaína en Miami, su cuñado Orlando Cicilia —esposo de su hermana Bárbara— fue arrestado en la "Operación Cobra", uno de los mayores golpes contra la mafia de la droga en Florida. Cicilia fue condenado a 35 años de cárcel por conspiración para distribuir cocaína, lavado de dinero y corrupción de policías, aunque en la práctica solo cumplió 12 años. La redada de la DEA alcanzó la misma casa donde Rubio vivía de adolescente, un detalle que él siempre trató de presentar como irrelevante.

Cuando Cicilia salió en libertad en el año 2000, Rubio ya había iniciado su ascendente carrera política. Dos años después, en 2002, utilizó su cargo como líder legislativo en Florida para redactar una carta de recomendación que permitió a su cuñado obtener una licencia de bienes raíces, requisito indispensable para insertarse en el lucrativo negocio inmobiliario de Miami. Lo hizo sin mencionar el parentesco, ocultando un vínculo directo con un narcotraficante convicto. El episodio fue documentado por Univisión en 2011 y retomado por investigaciones posteriores, pero el propio Rubio nunca asumió una responsabilidad ética: se limitó a decir que era "un asunto privado" y que su familia no sabía nada de las actividades de Cicilia.

Sin embargo, la indulgencia mostrada hacia su cuñado contrasta con la ferocidad de las políticas que hoy impulsa. Rubio defiende la deportación inmediata de migrantes con antecedentes menores de drogas y avala la criminalización absoluta del consumo, mientras que su familia directa estuvo vinculada a uno de los clanes más poderosos del narcotráfico en Miami. Su narrativa sobre los carteles mexicanos —a quienes acusa de ser "más poderosos que los propios Estados"— se vuelve grotesca a la luz de su propio entorno, un Miami donde la mafia cubanoamericana y la cocaína marcaron la vida social y política durante los años 80 y 90, y donde Cicilia no fue un actor marginal, sino un engranaje central.

La pregunta que emerge es inevitable: ¿puede un hombre con estos antecedentes familiares y con conductas de encubrimiento, realmente liderar una cruzada contra el narcotráfico? ¿No es más plausible que la política exterior de Rubio, especialmente su ensañamiento contra Venezuela, funcione como una pantalla para desviar la atención sobre las verdaderas redes de tráfico que aún controlan corredores en Florida y el Caribe? Cuando las operaciones militares estadounidenses en agosto y septiembre se presentan como ataques a lanchas venezolanas vinculadas al narco, ¿no habría que preguntarse si en realidad estamos ante un montaje que busca justificar la agresión, mientras se ocultan las conexiones históricas de Miami con ese mismo negocio criminal?

Marco Rubio construyó su carrera sobre la imagen de un joven político disciplinado, representante del exilio cubano anticastrista, enemigo acérrimo de los gobiernos progresistas latinoamericanos. Pero las sombras del pasado lo alcanzan. Su cuñado, su carta de recomendación, su silencio frente a la DEA, su doble moral frente a migrantes y narcotraficantes, son hechos verificables que ponen en duda su autoridad moral. Hoy, cuando habla de "guerra contra las drogas" en Venezuela, lo que emerge no es un estadista preocupado por la seguridad, sino un operador político que quizá intenta encubrir lo que Miami nunca dejó de ser: un nodo clave del narcotráfico internacional.

La duda queda abierta, y no es menor. Si en los 80 Rubio vivía bajo el mismo techo que un traficante condenado y en 2002 intercedió para blanquear su pasado, ¿qué garantías tenemos de que hoy no sea parte de una red más amplia de intereses vinculados al narcotráfico? Y en esa misma línea, ¿no será que la agresión contra Venezuela —con sus lanchas, sus redadas y su show mediático— no es más que una cortina de humo?

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