La tarde, ya en su ocaso, invitaba a la noche, la cual llegó temeraria. De nuevo fluyó una escalada de viento seco y frío, pero en esta oportunidad no pudo hacer titilar la luz del poste envejecido como aquella vez, ya que este yacía tirado en el suelo. Y yo allí, a la expectativa, esperando el momento oportuno para contraatacar. Se adentró la noche densa y destrellada, pero de pronto surgió una gigantesca sombra fantasmal que cubría cada centímetro del recinto donde me encontraba; resonando en el aire una voz fría y tenue: «Aquí estoy, sé que me estabas esperando». Todo nervioso y pálido, articulé con la cabeza un gesto de sí: «Te esperaba». «Eres débil y patético; por lo que no podrás nunca jamás conmigo», asintió la voz. «Hablemos», dije. Pero la gigantesca sombra se desvaneció de pronto, y escuché una astrosa y burlona carcajada: «Jajajaja…» —y otra vez, casi a lo lejos: «Jajajaja… «Volveré»». Quedé anonadado. «Hablemos! Eres cobarde, ¿por qué no me enfrentas?», grité. Pero todo quedó en silencio. La noche siguió avanzando, consumiendo lentamente el tiempo.
Con la primera luz del día, unos gritos y fuertes toques a la puerta me despertaron: «¡Vecino! ¡Vecino, salga! ¡Venga, venga pronto!». Salté de la cama aterrorizado, corrí a ver lo que sucedía y abrí la puerta: eran personas del vecindario. «¿Qué pasa?», dije, todo atormentado. «Venga con nosotros», respondió uno de ellos. Me dirigieron a la parte trasera de mi casa; al llegar allí, me dijeron: «Mire, vecino, hacia allá». Volteé la mirada y sentí un escalofrío al ver un pájaro negro guindando de un árbol con las alas abiertas, los ojos desorbitados y sus viseras colgando, derramando sangre. «¿Qué pasa? ¿Qué es todo esto?», manifesté. Algunos de los presentes hicieron un gesto con los hombros, también asombrados. Otros vecinos se acercaron, y al rato llegó una unidad policial: dos detectives y el gendarme que ya conocía. Uno de los detectives le preguntó al gendarme, señalándome: «¿Es él la persona que nos indicó?» —«Sí», dijo el gendarme. «Ah, mucho gusto», se presentó. «Casualidad que veníamos a conversar con usted», y, señalando al pájaro, agregó: «¿Y todo esto qué significa? ¿Qué pasó aquí?». «Yo con vos, inquietante», le expliqué todo lo sucedido. El detective dio indicaciones al gendarme y al otro detective para que dieran un revuelo por los alrededores y conversaran con los vecinos sobre el hecho. Voltio la mirada hacia mí y dijo: «Podemos conversar; hay un lugar fuera de aquí donde hacerlo». Le indiqué que dentro de la casa, y hasta allí nos encaminamos. Ya adentro, un poco nervioso, busqué calmarme y le ofrecí tomar algo; él dijo: no, gracias. «Le voy a hacer unas preguntas», me indicó, «sobre uno de los casos: el muerto encontrado a las orillas de la quebrada, donde según su declaración, usted pudo ver y escuchar algo». «Le respondí lo de siempre, ya lo he dicho varias veces: no sé más nada». «Bien», me dijo el detective. «Y ese murmullo que se le escuchó cuando fue interrogado?» —«Eso no fue nada», dije. «Ok, está bien». Al rato llegaron el gendarme y el otro detective, y este le preguntó al instante: «¿Qué pudieron averiguar?». «Nada, señor. Nadie vio ni oyó nada. Esto es como una enfermedad en esta pequeña ciudad: suceden cosas y nadie, pero nadie, ni oye ni ve nada —exceptuando al señor presente, que al menos pudo ver y escuchar algo», dijo el gendarme. El detective murmuró algo entre dientes, pero no se llego a escuchar lo que dijo. Prosiguió con el interrogatorio: «¿Desde qué ventana pudo usted observar lo que vio?» —«Desde aquella», le indiqué, señalando el camino. Él echó una mirada a varios lados, luego me hizo señales con el dedo, indicándome que salariáramos de la casa y nos dirigimos al sitio donde había visto a esas dos personas que arrastraban algo. « ¿Es aquí?» —«Sí, allí», le dije. El detective miraba y volvía a mirar hacia la ventana que le había indicado y señaló: «Está distante de este sitio. Y también dijo usted que pudo ver un hilo de líquido brilloso que dejaban los que arrastraban esas dos personas» —«Sí, señor», afirmé fríamente. «Ah, está bien», le escuché decir, y lo noté poco convencido. Y que me dice del grito, de qué lado lo oyó, a qué distancia, solo lo oí, lo que sé que fue un grito aterrador…Ok..Entendido me dijo.. Ya por irse, el detective me miró y preguntó: «¿Tiene usted algún enemigo?» —«¡Noo!»*, Le aclaré. «Se lo digo por lo sucedido con ese pájaro negro: esto me suena a amedrentamiento, o quién sabe, si alguien le quiso jugar una broma». Yo encogí los hombros en señal de incertidumbre….