Navidades y hallacas de mi madrina Felicia

Jueves, 25/12/2025 05:24 AM

Igual que el maestro Eligio Damas, él desde su Cumaná natal a mediados del siglo XX, yo también evocó las navidades y hallacas de mi madrina Felicia en el caserío El Hato de Baragua, sector Las Palomitas, municipio Urdaneta, estado Lara, de finales de 1960 y principios de la década de 1970. Recuerdo nebuloso de la cocción, extensión de las hojas de plátano, olor del guiso y las cabullas del amarre.

El mismo hilo blanco , nunca de otro color, de hacer las capelladas de las alpargatas Era un caserío de casas equidistantes, de caminos internos que cruzaban quebrados para acarrear el agua del estanque y en las proximidades de la serranía de hallaban troncos caídos de árboles arbustivos, ramas secas grandes y pequeñas útiles para el fogón de las ollas que necesitaban del carbón humeante constantemente atizado entre las topias protegidas del viento siempre tan grosero y aplicado en apagar las brazas candentes. Las mujeres de la casa se agitaban en esa labor desde la alta madrugada, yendo y viniendo del patio donde se improvisaba un fogón  fuera del de la cocina habitual, dado que el fuego era intenso y abrazante que impediría otras faenas menores del día a día. Los varones sólo participaban en traer el agua y la  leña, lo demás era territorio femenino exclusivo.

En esto de acarrear la leña en troncos y picar  en trozos más pequeños recordamos la colaboración de un primo, Guadalupe Saavedra, que vivía en una estancia próxima a nuestra casa del barrancon, específicamente en La Vega de la Quebrada de El Ralo, hijo Félix Saavedra y Aguedita. Entre ambas familias había una fraternidad sin límites compartiendo cualquier víveres que se requiera, entendido como un deber sagrado, se diría que un imperativo categórico, en sentido kantiano en aquella obra casi impenetrable que es si Crítica de la razón pura. Obra muy leída en Carora por los años de 1970 y 1980 por discípulos del filósofo José Manuel Briceño Guerrero.

Pero nunca por estas comarcas del semiárido larense cuyos criterios morales y convivencia cívica, según el pensador Cecilio Zubillaga Perera, Don Chio, en alguna de sus crónicas del Diario de Carora, se inspiraban en el cristianismo y su criterio de justicia social, como la cooperación y la solidaridad que él llegara a llamar Jesucristismo. Antecedente remoto de la posterior Teología de la Liberación elaborada por teóricos como Gutiérrez, Boff y otros académicos universitarios.

La madrina Felicia preparaba el guiso y echaba aliños verdes y sobre todo el onoto para la masa y entre una otra actividad empleaba dos días o más, la semana entera en la busca de tantos elementos necesarios, siempre con un sentido religioso, al modo de una ofrenda a la divinidad cristiana a través del servicio a la familia, una familia extendida a casi toda la comunidad, incluso muchas esas hallacas podían llegar hasta las casas más apartadas de esta localidad donde hubiera familias próximas en el afecto, de las que también se podían recibir otros regalos, chicha o dulces, por ejemplo.

Porque en esas familias y comunidades no habia conflictos de mayor cuidado, más bien las peleas que se recordaban era era la que padecían algunos latifundistas del estado Falcón, por ejemplo, cuando unos bandidos atentaron gravemente al hacendado Pedro Meléndez, sobreviviendo a una herida de machete en una pierna, también los Pereira o los Smith mantenían enemistad por esos lares.

Las formas de trato era de cercanía y democráticas entre los habitantes, las rencillas pequeñas se resolvían hablando, acordando mediante la palabra. No así con los dueños de hacienda, distantes y jerárquicas.

 
 

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