El árbol de Navidad, uno de los símbolos más icónicos de las fiestas decembrinas, ha evolucionado de antiguas tradiciones paganas, a un elemento central de la celebración moderna; aquí trato de explorar su origen, historia, trascendencia cultural, influencia religiosa y el rol del mercantilismo y la publicidad en su popularización global. Inicialmente se representaba con un abeto o pino decorado que simboliza vida, esperanza y renovación, con raíces paganas y cristianas, representando el amor eterno de Dios y la llegada de Jesús.
Los orígenes del árbol de Navidad se remontan a tradiciones precristianas en Europa, particularmente entre los pueblos germánicos y celtas. Durante el solsticio de invierno, se veneraban los árboles perennes como el abeto o el pino, símbolos de vida eterna, y renovación en medio del frío invernal. Se colgaban frutas, nueces y velas en sus ramas para honrar a los espíritus de la naturaleza y alejar las tiniebla; estas prácticas, documentadas en crónicas romanas del siglo I a.C., contrastaban con el culto al roble, en rituales druídicos, pero el evergreen (siempre verde), prevaleció como emblema de esperanza.
En el siglo VIII, San Bonifacio, misionero en Germania, cortó un roble sagrado dedicado a Thor, figura central en la mitología nórdica, que representaba el dios germánico del trueno, la fuerza y la protección, y lo reemplazó con un abeto joven, predicando que su forma puntiaguda apuntaba al cielo y sus agujas recordaban la Trinidad. Aunque esta anécdota es legendaria, marca el primer vínculo cristiano con el árbol de navidad, transformando un símbolo pagano en uno evangelizador.
La tradición se consolidó en la Edad Media en Alsacia, actual Francia y Alemania, donde familias nobles decoraban árboles con manzanas rojas, simbolizando la manzana del Edén y panecillos. En el siglo XVI, en Estrasburgo, se popularizó el Christbaum (árbol de Cristo), adornado con velas y dulces, limitándose inicialmente a la víspera de Navidad, para evitar supersticiones. La corte de la reina Victoria en Inglaterra, impulsó su difusión global en 1848.
Un grabado en la “Illustrated London News”, (Noticias Ilustradas de Landres) la primera revista de noticias semanal, ilustrada en el mundo, fundada en 1842 por el periodista y político británico, Herbert Ingram, mostró a la familia real, con un abeto decorado de 4 metros, inspirado en las costumbres del príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, esposo de la reina Victoria y consorte del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Desde allí, emigrantes alemanes lo llevaron a Estados Unidos en el siglo XIX, donde inicialmente fue criticado por puritanos, como "paganismo", pero se arraigó gracias a inmigrantes. En el siglo XX, la electricidad reemplazó las velas peligrosas por luces, y figuras como Franklin D. Roosevelt, popularizaron el "árbol nacional" en la Casa Blanca, durante la Gran Depresión, convirtiéndolo en símbolo de unidad.
Hoy, el árbol de Navidad trasciende lo religioso, para convertirse en un ícono universal de alegría familiar y generosidad, en un mundo transformado, que representa la magia infantil, con Papá Noel y regalos debajo del árbol simbolizando la sostenibilidad tradicional, con árboles artificiales o reciclables. Su presencia en hogares, plazas públicas y centros comerciales une culturas; en México y Latinoamérica, se fusiona con piñatas y luces; en Japón, se adopta como "Christmas tree" (Árbol de Navidad), sin connotaciones cristianas, solo para impulsar ventas. Su trascendencia radica en su adaptabilidad; de ritual pagano a emblema de resiliencia comercial.
Religiosamente, el árbol evoca la teología cristiana del paraíso perdido y redimido. Las luces simbolizan a Cristo como "luz del mundo" (Juan 8:12), las bolas doradas la Eucaristía, y la estrella superior la de Belén, guiando a los magos. La Iglesia Católica lo aprobó formalmente en 1903, aunque el Papa Benedicto XVI en 2007, lo llamó "símbolo de Cristo" sin raíces paganas dominantes. Sin embargo, protestantes como los puritanos, lo han rechazado, viéndolo como idolatría. En el judaísmo y en el islam, se percibe como tradición cultural neutral, permitiendo su adopción sin problema.
La publicidad transformó el árbol en un negocio multimillonario. En 1920, la compañía estadounidense Woolworth's, vendió las primeras guirnaldas y ornamentos de vidrio checo, generando millones. Coca-Cola, desde 1931, asoció sus campañas con Santa Claus y árboles iluminados, codificando el "espíritu navideño", como como mercantilismo y consumo. El mercantilismo explotó post-Segunda Guerra Mundial: en Estados Unidos, la National Christmas Tree Association, impulsó árboles reales (300 millones vendidos anualmente), mientras empresas como Balsam Hill, dominan el mercado artificial. Campañas como las de IKEA o Amazon, promueven "árboles inteligentes" con apps, fusionando tradición con tecnología.
Críticos como el sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío, Zygmunt Bauman, ven esto como "navidad líquida", donde el árbol pierde significado espiritual, por uno comercial, impulsando un gasto global, millonarios en decoraciones. En síntesis, el árbol de Navidad encapsula la hibridación de lo sagrado y profano, resistiendo siglos para simbolizar esperanza, en un mundo consumista, donde el capital es el centro del sistema de consumo y acumulación de riquezas, en las arcas de los grandes consorcios internacionales, de mundo capitalista.