¿Qué pasa(rá) con el guayoyo, negrito, con leche y marrón?

Martes, 25/11/2025 09:52 AM

En los últimos meses, por situaciones nada simpáticas, me he visto obligado a frecuentar áreas de Caracas que no me son familiares y consumir cafés en lugares con atmósferas "modernizadas" que me resultan peculiares. Ya van dos o tres veces, en distintos sitios, que recibo miradas feas, o condescendientes (no sé qué es peor) cuando pido un negrito o un con leche. En una de esas cafeterías, irónicamente, promovían cafés venezolanos regionales y la decoración enfatizaba la venezolanidad del café, mientras era imposible pedir un negrito corto o un marrón, ni hablar de un tetero sin que te hicieran sentir avergonzado. En uno de esos sitios, una chamita, con desgano, y tal vez un poco de edadismo, me hizo el favor de traducir: "ah, lo que quiere es un americano y un macchiato". El menú se internacionaliza. Algunos se contentarán con lo que verán como una modernización. Es el caso de aquellas personas eufóricas cuando abrieron una cafetería con el emblema de una famosa cadena norteamericana en Caracas.

El café ha jugado un papel importante en nuestra formación como nación. Desde la introducción de su cultivo, primero en las riberas del Orinoco y luego en los valles de Caracas en el siglo XVIII, hasta el auge exportador del siglo XIX, el café ha estado presente en la construcción económica, social y cultural del país. Arístides Rojas en sus Orígenes Venezolanos (1891) hace una crónica detallada de la introducción del cultivo en Venezuela (el libro está publicado por Monte Ávila y se puede conseguir en el internet).

Sin pretenderme experto pero con la ayuda de la inteligencia artificial, comparto unos datos históricos del café: Su origen se ubica en Etiopía, donde se reporta su consumo como infusión. Su cultivo fue desarrollado en Yemen y, a través del comercio árabe, llegó a Europa en el siglo XVII. Desde allí se expandió al resto del mundo. Las primeras plantas llegaron a América en el siglo XVIII, específicamente a los dominios franceses del Caribe. Desde allí, el cultivo se expandió por América Latina, encontrando condiciones favorables para su desarrollo en países como Colombia, Brasil y el nuestro. En Venezuela, los primeros cultivos se registraron en 1783, en los alrededores de Caracas. Pronto, el café se extendió hacia los Andes, convirtiéndose en una de las principales actividades agrícolas del país.

Durante el siglo XIX, el café se consolidó como el principal producto de exportación de Venezuela, superando al cacao. Su cultivo estructuró una economía agraria que financió obras públicas, fortaleció el Estado y consolidó una clase terrateniente influyente. En palabras de Toribio Azuaje, en su artículo "Un sorbo de café venezolano", "la actividad agrícola cafetalera llegó a consolidarse como una actividad destacada en la economía nacional", siendo clave en la transformación del país. Con el auge del petróleo del siglo XX, el café perdió protagonismo económico. Sin embargo, no perdió relevancia cultural.

Algunos argumentan que actualmente, el café venezolano vive un renacer. Fuentes gubernamentales, señalan que más de 58.000 caficultores están activos en 20 estados del país, y se han registrado más de 400 marcas en el mercado nacional. Venezuela ha exportado más de 44 millones de kilos en los últimos años, con intenciones de posicionarse en mercados como Rusia, China y Japón. Este resurgimiento no solo representa una oportunidad económica, sino también una forma de reinventar una tradición que ha sido parte esencial de nuestra identidad. En su artículo, que me costó un poco entender, "Sistemas cafeteros en Venezuela: hacia una agricultura regenerativa", Álvaro Zambrano propone en esa linea una transición hacia modelos agroecológicos y sostenibles, que integren saberes ancestrales y tecnologías limpias.

En Venezuela el café desarrolló su propio lenguaje: guayoyo, marrón, con leche, negrito….. Cada opción implica una preparación precisa conocida por todo el mundo. Salvo, tal vez, alguna de las baristas que me atendieron últimamente. Esos términos son, o eran, parte del lenguaje cotidiano, marcando el ritmo del día . El café colado con manga de tela sigue siendo una práctica común en hogares y algunas oficinas donde se usa una versión eléctrica de la media. El guayoyo acompaña repetidos momentos de encuentro durante el día. Un negrito oscuro y fuerte es indispensable para que muchos nos activemos cada mañana. El marrón y el con leche marcan el desayuno o algún receso de la jornada laboral según las preferencias de cada quien. Un cafecito aparece en cualquier momento del día, como obligatoria cortesía o necesaria pausa de la jornada. Los que trabajan en las panaderías además deben atender con paciencia especificaciones complementarias que exigen protocolos rigurosos de preparación: tibio, con espuma, hirviendo, etc., etc.

Las formas particulares de consumo no son solo preferencias de sabor: son códigos sociales y culturales de distintos contextos. En Colombia, el tinto cumple funciones rituales similares. Así mismo, el cafezinho en Brasil. En México, el café de olla lleva canela y panela definiendo el momento de su disfrute. Muchos países han hecho del café una expresión única de su cultura.

En los últimos años, han surgido en Venezuela como en otros países de la región, cafeterías que replican el modelo de las grandes cadenas internacionales norteamericanas. Aunque estarbucs (si, ya sé, lo escribo así a propósito), no tiene presencia formal en el país, en 2021 la apertura de un local en Caracas que imitaba su estética y menú acaparó la atención pública. El fenómeno, más allá de la ridícula polémica, refleja una tendencia: el café como experiencia globalizada y homogenizada. Estas nuevas cafeterías ofrecen ambientes modernos, bebidas estandarizadas y una estética aspiracional capitalista. El café se convierte en una experiencia de marca, más allá del sabor. Desde una mirada sociológica, este fenómeno se alinea con lo que George Ritzer llama la "McDonaldización" de la sociedad: eficiencia, previsibilidad y estandarización que sustituyen la diversidad cultural, facilitan la producción y consumo bajo control transnacionalizado.

Este proceso también puede leerse desde una perspectiva decolonial, o re-colonial. El café fue introducido en América como parte del proyecto colonial europeo, estructurado bajo modelos extractivos que beneficiaban a las potencias imperiales y a las élites locales. Sin embargo, con el tiempo, las comunidades latinoamericanas han resignificado el café, transformándolo en símbolo cultural, fuente de resistencia y expresión de identidad. En Venezuela, el guayoyo y el negrito no solo son formas de preparación, sino prácticas identitarias a contracorriente de la estandarización global.

El fenómeno de estandarización va mucho más allá de la forma de consumir, tiene claras implicaciones en el proceso productivo, y el interés de grandes corporaciones en su control. En México, por ejemplo, en el reporte "Explotación y opacidad: la realidad oculta del café mexicano en las cadenas de suministro de Nestlé y Starbucks" apunta cómo las grandes cadenas transnacionales influyen en todo el proceso de producción y comercialización del café en ese país, incluso en perjuicio de los derechos y condiciones de vida de caficultores. Los juegos de poder de las trasnacionales para controlar la comercialización del café requieren, obviamente, de un análisis mucho mas profundo. Las reflexiones de Freddy Colmenares me parecen útiles para quienes quieran profundizar en esa discusión.

En lo que parece una contradicción a nuestro argumento, una de estas cadenas en Brasil adaptó su menú para incluir bebidas como el cafezinho puro y el pingado, en un intento de conexión con los hábitos de consumo local. Sin embargo, como insinúa su propia nota de prensa ( "Starbucks celebra o jeito brasileiro de tomar café"), esta adaptación forma parte de una estrategia de expansión que transforma el café en una experiencia de marca, desplazando el ritual cotidiano por una estética globalizada. El tradicional gesto de ofrecer un café en casa o en la oficina se ve reemplazado por una lógica comercial que redefine el vínculo entre bebida y comunidad.

Estoy seguro que el café seguirá siendo un elemento fundamental para la identidad nacional, pero no se de que identidad se tratará. No abogo por que todo tiempo pasado fue mejor ni por el congelamiento cultural. No aspiro a una imposición legal sobre la forma en que debemos consumir tal o cual producto (salvo las motivadas por consideraciones de salud, que sí apoyo contundentemente). Tampoco creo que el café solo deba consumirse en los hogares o en las panaderías de orígenes luso. Dudo mucho de la eficacia de una política estilo aquella del 1 x1 que intentó CAP con la música. Pero sí creo que tenemos un patrimonio cultural valioso que preservar, y una creatividad propia que aupar para explorar nuevas formas de consumo que no nos encasillen en una lógica de consumo global. Protegiéndonos así de estandarizaciones de la producción y el consumo que responden a intereses ajenos, y posiblemente contradictorios a nuestras necesidades e independencia. Dudé de la pertinencia de publicar esta nota en un momento tan difícil como el que vivimos, podría lucir irrelevante, pero creo que también se construye paz manteniendo nuestro día a día. Defiendo, pues la construcción descolonizadora de caminos propios, donde el café sea también una forma de expresar quiénes somos y queremos ser.

Francisco Rada @radaccs franciscorada17@gmail.com

artista popular contemporáneo

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