En las encrucijadas de nuestra historia, la figura de Simón Bolívar emerge no solo como un coloso de bronce, sino como la esencia misma que late en el crisol de nuestra identidad venezolana. Desafiar el relato petrificado en las estatuas y los manuales nos permite redescubrir a un hombre de carne y hueso, cuya complejidad y compromiso patriótico, forjados desde su juventud privilegiada, lo predestinaron a ser mucho más que un caudillo. Nos adentraremos en los meandros de su biografía oficial, sus leyendas populares y ese misticismo que, lejos de restarle grandeza, lo ancla en el alma colectiva de un continente.
De la Cuna al Juramento: Un Destino Marcado
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Blanco, nacido en Caracas un 24 de julio –aunque algunas voces susurren sobre un posible nacimiento en Capaya o San Mateo, la historia oficial lo arraiga en la casa materna de Caracas, desde donde, indudablemente, partió el niño Simón–, fue un ser tocado por la tragedia desde la cuna. Huérfano a temprana edad, la pérdida de sus padres y, más tarde, la prematura muerte de su amada esposa, María Teresa del Toro y Alayza, a solo siete meses y veintiséis días de matrimonio, sellaron un destino que, para muchos, lo impulsaría a sublimar su dolor en la inmensa causa de la libertad.
La leyenda que rodea su bautizo es un preludio fascinante de su trascendencia. Se cuenta que su primo y presbítero, Juan Félix Jerez y Aristeguieta, movido por una "voz interior", cambió el nombre de Pedro a Simón, profetizando que sería "El Simón Macabeo de las Américas". Esta anécdota, aunque quizás no verificable con exactitud histórica, resalta cómo su figura fue percibida desde sus albores como la de un predestinado a la gesta emancipadora, un líder ungido por un propósito superior.
Su educación, guiada por maestros como Simón Rodríguez –figura fundamental que moldearía su pensamiento libertario– y el influjo de las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa, lo prepararon para la misión que le aguardaba. No en vano, el juramento en el Monte Sacro en 1805, ante su mentor, no fue un mero arrebato juvenil, sino la cristalización de un compromiso inquebrantable: "No daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta no haber roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español". Esta promesa, que se convertiría en su guía vital, lo alejó de la vida apacible que proyectó con María Teresa y lo sumergió en la vorágine de la revolución.
Entre la Estrategia y el Mito: Visiones y Consecuencias
La travesía de Bolívar, lejos de ser un camino lineal, estuvo plagada de desafíos. La Guerra a Muerte, declarada en 1813, y episodios sombríos como la masacre de Caracas en 1814, donde prisioneros civiles españoles fueron brutalmente ejecutados, nos confrontan con la cruda realidad de los conflictos independentistas. Estas acciones, aunque cuestionables desde una perspectiva ética actual, se inscriben en el contexto de una guerra total, donde la supervivencia de la causa independentista pendía de un hilo. Acusarlo de ser "instrumento de los ingleses" es una lectura simplista, amén de la verdadera intencionalidad de mancillar su memoria; Bolívar, como bien señala el colega y amigo Embajador Yldefonso Finol, supo aprovechar el conflicto europeo entre las monarquías inglesa y española para sus objetivos locales, demostrando una sagacidad política que trascendía la mera instrumentalización. Su visión de unidad, el germen de la Gran Colombia, era, de hecho, una suerte de "VGCBRICS de la independencia", un bloque regional capaz de contrarrestar la hegemonía externa.
Las leyendas que lo acompañaron, como la de su visita a la Iglesia de la Santísima Trinidad (hoy Panteón Nacional) tras el terremoto de Caracas de 1812, donde supuestamente profetizó que allí reposarían sus restos, o la visión en el delirio febril de la Laguna de Casacoima (la del "Loco de Casacoima"), donde predijo la liberación de Nueva Granada, Quito y Perú, añaden una capa de misticismo a su figura. Aunque no existan pruebas históricas irrefutables de estos eventos, su persistencia en el imaginario popular resalta esa percepción de Bolívar como un ser con una visión trascendente, capaz de anticipar el futuro y guiar a su pueblo hacia la libertad.
El Archivo Revelado y la Humanización del Héroe
La reciente aparición del archivo de Bolívar, celosamente custodiado por Manuelita Sáenz –esa figura femenina que desafía los cánones de su tiempo, cuya lealtad y perspicacia la convierten en un personaje merecedor de estudio aparte–, ha abierto una ventana inédita a la complejidad del Libertador. El hallazgo del original en inglés de la Carta de Jamaica y el detallado recuento de la enigmática entrevista de Guayaquil con San Martín, dictado por Bolívar a su fiel mariscal Sucre, demuestran a un líder consciente del peso de la historia y preocupado por la posteridad. Lejos de ser un títere, estas revelaciones muestran a un Bolívar que, incluso en los momentos de mayor tensión y desacuerdo con otros gigantes de la independencia, actuaba con la previsión de dejar constancia para el futuro.
Las oligarquías nacionales y extranjeras, durante mucho tiempo, buscaron congelar a Bolívar en el bronce de las estatuas, despojando así su humanidad y de su vigencia revolucionaria. Sin embargo, movimientos como el MBR-200, encarnado por el Comandante Hugo Chávez, lo "devolvieron a las calles", interpretando su legado hallado "debajo de las piedras del camino". La canción de Alí Primera, "Bolívar", es un ejemplo palpable de esta humanización, al cantarle al hombre que lloró, que amó y que, a pesar de sus errores y dificultades, mantuvo un compromiso inquebrantable con la patria.
Un Liderazgo Unificador para la Patria Soberana
Bolívar, quien admiró desde niño a hombres como Washington, entre otros, y buscó abrevar de las ideas liberales de la Revolución Francesa y la Ilustración, comprendió la necesidad de un liderazgo unificador para el espíritu de cuerpo de una nación. Su sueño de la Gran Colombia, ese Congreso Anfictiónico de Panamá en busca de una América unida, si bien se fragmentó en su tiempo, sigue siendo un faro para nuestra vía de desarrollo soberano e integracionista. La "política de Sansón" de las potencias occidentales, que hoy empujan una política irresponsable amenazando con derrumbar el templo, hace que el mensaje bolivariano de unidad y autodeterminación sea más relevante que nunca.
No podemos permitir que, en nombre de un supuesto "culto" o "dogmatismo", se le quite Bolívar al pueblo y el pueblo a Bolívar, como certeramente advierte Yldefonso Finol. La bolivarianización de nuestra sociedad no es imposición, sino el cultivo de un mito fundante que cohesiona el sentido de pertenencia a un colectivo, a esa Patria-Matria que nos da corporeidad y espiritualidad. Sin esa raíz histórica, sin el empoderamiento de nuestra Gesta de Emancipación, somos presa fácil de los imperialismos que buscan la fragmentación territorial y la recolonización de nuestros recursos.
El Libertador, que se movilizó por más de seis millones de kilómetros cuadrados y libró casi quinientos combates, no murió solo de tuberculosis en la Quinta San Pedro Alejandrino un 17 de diciembre de 1830. Murió, en gran medida, de la amarga frustración de ver su sueño desmoronarse, agravada por el "Decreto Infame" que le negaba el regreso a Venezuela. El relato de su final, con el llanto ante la notificación, añade una capa de patetismo que, paradójicamente, lo eleva a la inmortalidad.
El Legado Imperecedero
José Martí, al pisar suelo patrio venezolano, "sin quitarse el polvo de sus zapatos, pidió ir a ofrendar unas flores a su estatua". Este gesto sintetiza la reverencia y la profunda conexión que la figura de Bolívar evoca en aquellos que comprenden su trascendencia. Queda para próximos escritos unas fotos veladas bajo los imponentes árboles que acogieron con reverencia el paso en el camino de un alma a la eternidad, un segundo congreso anfictiónico de Panamá, en la San Pedro Alejandrino, primera acción internacional de un MBR-200 en la calle encarnada por el Comandante Hugo Chávez. Es temprano aún para definir los cortes epistemológicos…
Escritores de diversas posiciones y discursos de múltiples intenciones sobre nuestra idiosincrasia no podrán nunca, lean bien, nunca escaparse de la figura del Libertador Simón Bolívar. Palpita en el ADN del crisol de nuestra historia patria. Su legado, lejos de ser un tema vetusto, es un proyecto de sociedad por constituirse, con una geopolítica de liberación y una ética del humano deseable: una utopía por concretar. La masificación del conocimiento de Bolívar, como pensamiento nacional revolucionario y movimiento emancipatorio por excelencia, debe ser la prioridad de la vanguardia del proceso de liberación venezolano. Solo así, cultivando el bolivarianismo, seremos una comunidad hacedora de un sistema de valores que sostienen una renovada e indestructible venezolanidad.
Hemos jurado vencer y venceremos.