A Arturito le encanta la ciencia ficción, especialmente la que describe distopías, es decir, los mundos contrarios a las utopías, porque todos saben dónde están y todo es horrible, como si ya hubiese pasado el apocalipsis y nadie se haya salvado, a pesar de los pastores subsidiados por el gobierno. He aquí un resumen de algunas distopías que ha recorrido Arturito en su periplo.
La distopía del Super Discurso
En esta distopía hay dos países. Uno, es el país donde sobrevive a duras penas Arturito, su familia y todos sus compatriotas, donde no se puede comprar comida, ni medicinas, ni ropa, ni zapatos, ni nada, porque el bono, que cada día se hace más chiquito y no alcanza. Es un país donde no hay insumos en los hospitales, las escuelas se están cayendo como los alumnos se caen de hambre, donde la luz se va cada día y el agua ya no se sabe de qué color es. El otro país, el de Superdiscurso, es uno de los más desarrollados del mundo, porque tiene un crecimiento anual record anunciado todos los años por el arranque de multitud de motores, lo cual se muestra en las pantallas con unas fábricas trabajando a full capacidad, con obreros rozagantes y sonrientes, levantando los puños y cantando consignas que inicia Superdiscurso, quien se presenta como presidente obrero. Tiene un avanzadísimo sistema de salud que atiende a los niños, adultos y gente de tercera edad, a quienes les injertan dientes perfectos. Además, sus escuelas parecen naves espaciales de tan avanzadas que son, dotadas con tecnología de punta, laboratorios, profesores bien pagados y formados en Universidades que ni Harvard, porque acumulan premios Nóbel, que garantizan una nueva generación de científicos que sorprenderá a todo el mundo con sus hallazgos, plasmados en nuevas tecnologías y publicaciones que estudian, admirados, los estudiosos de todo el mundo mundial, porque ya no hay exámenes, ni tareas para la casa, ni locales ni biblioteca, ni curriculum, tampoco wasap terroristas, porque para qué.
La distopía del general que es capitán que es teniente
En el país del general que es capitán que es teniente, ya no prospera ninguna conspiración porque, apenas sale una candelita por ahí, la aplasta, junto a adolescentes, madres y padres de familia, periodistas, docentes, sindicalistas o cualquiera que anda conspirando por ahí estudiando, trabajando, dando clases o defendiendo derechos. Cantando la rumba de la Billos sobre el general, el general que es capitán que es teniente, se ha quedado él solito, porque desapareció a todos los músicos, a los rockeros, a los actores de TV, a los terroristas que pretendían vivir en un país hablando lo que pensaban, los terroristas que pretendían volar todas las industrias y las instalaciones del impecable sistema eléctrico del país con explosivos de PDVSA, puestos ahí, ante las cámaras, en una producción televisiva espectacular. Además, detuvo a los peligrosos traidores de la patria que están en cada calle, así como a los instigadores del odio, de esos que trabajan, estudian, piensan, hablan y escriben lo que les da la gana, para poder implantar la paz del cementerio y el amor de las torturas, y poder cantar así, con el aplauso de todos, el estribillo "y me quedo yo solito"
La distopía del pequeño burócrata
En este país distópico, el pequeño burócrata tiene las manos suaves, aterciopeladas, tibias, sedosas, para poder acariciar amorosamente las gónadas del jefe, pero también calza unas botas de suela de acero con clavos, para patear a los burócratas de abajo que pretenden a su vez acariciar las entrepiernas de los burócratas de arriba, mientras patean a los de más abajo, y así en un infinito número de peldaños, hacia arriba y hacia abajo.
La distopía de los enchufados
Aquí Arturito descubrió las cualidades sorprendentes de unos contratos que convierten empresas ficticias, escritas en papeles de las carpetas de los pequeños y medianos burócratas, en grandes capitales, depositados en los paraísos fiscales de Europa. Así, todas las empresas son de tinta y papel, pero también de datos electrónicos y criptomonedas que compran yates, pisos en Dubai, aviones privados, zapatos, carteras y camisas de última moda, hacer viajes a Suiza y otros destinos exquisitos, para codearse con el jet set.
La distopía de los dialogantes
Todos conversan amablemente en la distopía de los dialogantes. Nunca llegan a acuerdos, porque no cumplen, ganan tiempo, pero lo pierden, que no es lo mismo, pero es igual. Todos se dan la mano con una gran sonrisa y un gran portafolio. No hay malos ratos, ni conflictos. Todos son muy amables, corteses, correctos. Se turnan ordenadamente en el derecho de palabra para decir lo mismo, susurran para no ser escuchados y no herir los oídos de sus interlocutores. Se dan abrazos, se estrechan las manos y distribuyen besitos. No hay malos ratos, ni conflictos. Ni miradas retadoras ni ceños fruncidos. Se dan abrazos y besos, en conversaciones eternas porque hay que dialogar siempre, con amabilidad y sin ninguna expresión fuera de tono hacia el Superdiscurso, el General que es capitán que es teniente, hacia los enchufados. Todo paz y amor. Paz en los cementerios y amor en las torturas.
La distopía del "Free for States"
En esta distopía todos hablan inglés o espanglish. Rinden homenaje a Trump y demás próceres de la América que se hizo grande again. Por fin los States invadieron y expulsaron, mediante grandes redadas y deportaciones a ninguna parte, a todos los morenos que pasaron a ser inmigrantes indocumentados, porque ya no son de aquí, ni son de allá, no tienen hogar ni porvenir. Y su color de identidad es ser happy. El Ávila ahora se llama The Eagle, Maracaibo The Vergeishon y Valencia The Bat City.
La distopía de los discutidores
Como los describió Otrova Gomás en su gran obra "La miel del alacrán", en esta distopía se reúnen los discutidores que argumentan, contraargumentan, refutan, disuaden, forcejean, se terquean, desde las 10 am. hasta la madrugada. Al contrario de los dialogantes, están de acuerdo en algo: en que el otro está equivocado, y es un hablador de pendejadas, inmoral, odiador, traidor de la patria, conciliador con el tirano, terrorista, sayona, y otras caracterizaciones. Ya en la madrugada, terminan sus sesiones y se invitan amablemente a tomarse unas cervezas.
La distopía de las redes
Arturito se tomó una selfie y llegó a la distopía de las redes, donde todos posan sonriendo, sacando el culito o metiendo la panza, en una selfie sonriendo. Todos están pegados a sus pantallitas con la boca abierta, de donde sale un hilito de baba, mirando sus selfies, tiktok, fakes, Deep fakes, Instagram, Threads, X, wasap. Los motorizados que hacen motopiruetas, el deporte nacional decretado por Superdiscurso, mirando sus pantallitas, chocan y se destrozan contra gandolas conducidas por choferes absortos en un video o en la selfie de una bella influencer. Las redes no se rompen y pescan algo, cuando un misil cae y nos hace polvo blanco cósmico.
La distopía de los golpes cinéticos
No es recomendable hacer una excursión a los caños de Chichiriviche en una lancha, porque te puede venir un golpe cinético y hacerte humo. Tampoco es bueno nadar más allá de la orillita montado en una banana de goma. Mucho menos en un salvavida con cabeza de patico. Si no te desaparece el general que es capitán que es teniente, en tierra firme, te desaparece el golpe cinético cuando te montas en la tabla de surf. Mejor quedarte en esa parte de la playa donde las olas dejan sus líneas de rastro, en la orillita.
La distopía de las distopías
¿Será más fácil imaginar la propia desaparición que la de las distopías? Arturito le pregunta a Gemini.