Relato de la vida real

“Papaenparis”, mi ingenuidad hecha experiencia o la estafa detrás de una plataforma de criptomonedas

Domingo, 14/09/2025 05:51 AM

El aire de mi habitación se sentía pesado, como si una tormenta invisible estuviera a punto de desatarse. Había pasado días sumergido en un laberinto digital, un universo paralelo donde la figura de "Papá en París" era un faro de esperanza. Su voz, grave y paternal, resonaba en mi mente desde los videos de TikTok. Fausto Morales, el filántropo de las redes, prometía regalar fortunas y, aunque mi escepticismo siempre ha sido mi mejor escudo, su carisma era un arma muy poderosa.

La trampa, como un veneno de acción lenta, se fue deslizando por las grietas de mi incredulidad. Todo comenzaba de forma inofensiva. Unirte a su canal de Telegram. Unirte a la comunidad de los "elegidos". Un mensaje de bienvenida con instrucciones claras, una hoja de ruta para alcanzar la promesa de un futuro mejor. Paso a paso, como piezas de un ajedrez maestro, me guiaba a través de una plataforma de criptomonedas llamada OKX.com.

"Dale puntico aquí, mándame el capture", su asistente virtual insistía en el chat. Y yo obedecía, dócilmente. Un capture tras otro. Un ritual de sumisión digital. Creamos una cuenta, validamos un perfil, exploramos las opciones de pago. Era un proceso exhaustivo, diseñado para hacerme sentir que estaba a punto de descifrar un gran secreto. La promesa de la riqueza estaba a solo unos pasos, y el vértigo de esa posibilidad me impulsaba a seguir.

El clímax del proceso era la recepción de la “transferencia”. Un correo electrónico llegó a mi bandeja de entrada. La frialdad de la pantalla contrastaba con la emoción que sentí al leer el número: $15,000. El corazón me dio un vuelco. "¡Es real!", me susurró una voz interior. Pero la alegría duró poco, como una estrella fugaz. Inmediatamente, un segundo mensaje apareció, como un villano inesperado. Para acceder al dinero, debía pagar $50 para “actualizar” mi cuenta al segundo nivel. Ahí estaba. El anzuelo.

En ese instante, algo hizo clic en mi mente. Las piezas del rompecabezas se reacomodaron de golpe. El QR que me llevó a una tienda de eBay en lugar de a un sistema de criptomonedas. La insistencia en los pagos. Las amenazas de perder el dinero si no se completaba el proceso a tiempo. Las normas de la plataforma, que yo mismo había leído, decían que el primer nivel era hasta $5,000 y que los pagos para funciones adicionales eran opcionales, no una exigencia para recibir una transferencia. Todo se manejaba con una presión psicológica brutal, haciéndote sentir que, si no actuabas rápido, el dinero se desvanecería como un fantasma digital.

Recordé que la blockchain es un registro inmutable. Si el dinero era real, ¿Por qué iba a desaparecer si no hacía el pago? El miedo a la pérdida es la herramienta de manipulación más poderosa. Me estaban pidiendo que pagara para acceder a algo que, en realidad, nunca existió. La transferencia era una ilusión, un espejismo creado por un correo electrónico falso. Los $15,000 eran una zanahoria colgando frente a mí, y los $50 eran el precio de una lección dolorosa.

En ese momento, la rabia y la decepción se encendieron. No contra ellos, sino contra mí mismo, por haberme dejado llevar por la desesperación. Decidí que no iba a ser una víctima más. No iba a pagar. Dejé de seguir sus instrucciones. Bloqueé al asistente de Telegram y borré la cuenta de la plataforma. La estafa, meticulosamente construida, se derrumbó ante la simple decisión de no ceder al miedo.

Comencé a buscar a otros que hubieran caído en la misma trampa. Encontré foros, comentarios, y más personas que relataban historias idénticas. "Papá en París" no era un filántropo. Era un titiritero, y sus "influencers" eran marionetas, cómplices en la manipulación de personas con necesidades. La ciencia ficción que había estado viviendo no era una aventura, era una pesadilla disfrazada de oportunidad.

El cuento termina con un final feliz, no porque me haya hecho rico, sino porque recuperé algo mucho más valioso: mi lucidez. Al final, no perdí mi dinero. Lo que perdí fue la inocencia en el mundo digital, pero a cambio gané una sabiduría que me protegerá de las sombras del ciberespacio. La historia de Fausto Morales no es sobre riqueza, es sobre la verdad, la necesidad y la astucia, y cómo los estafadores se aprovechan de todo eso. Ya no veo a Fausto como un héroe, sino como como lo que es un enemigo, un fraude, cargado de ternura fraudulenta, de solidaridad mentirosa y la sangre fría de un delincuente escondido detrás de las redes. 

 

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